Rescatada del archivo/Cuaderno de los Balcanes 06: El lado serbio de la ciudad
El Sarajevo serbio también es Sarajevo, pero es otro Sarajevo. La música ya no tiene los acordes turcos que tiene en el barrio del mercado. Ahora es la música que ya había escuchado en Macedonia, y que si existiera algo puro en los Balcanes podría llamarse puramente eslava. En la cafetería de la terminal de ómnibus, los manteles de hule verdes con pequeñas flores blancas amarillas y rosadas, con un sobremantel de tela violeta, cubren las mesas que atiende una mujer. Es distinta a las mujeres del Sarajevo bosniaco. En aquel lado de la ciudad casi todas las mujeres que se veían en las calles o en las tiendas tenían una sofisticación que, desesperadamente, buscaba ser europea. Acá no.
Esta mujer de la cafetería es inconfundiblemente serbia. Así como su abuela y la madre de su abuela no quisieron ser turcas, ella no quiere ser otra cosa que serbia. También son serbios los demás clientes. El hombre solo, que acodado y sosteniendo su cara con las dos manos como si rezara, parece un cuadro medio del partido comunista sacado de una escena de los años sesenta; o los dos hombres que esperan en otra mesa, hablando en voz baja, mirándome con desconfianza.
Acaban de llegar a la cafetería otros cuatro clientes. Susurran en una mesa. Vestidos con una combinación de ropa civil y militar, con barba de varios días, ellos sí tienen el aspecto siniestro de paramilitares. Son los rostros que encajan en las historias brutales de asesinatos, violaciones, y toda la serie de atrocidades que integraron el catálogo de esa forma balcánica de la guerra sucia que occidente bautizó como limpieza étnica. Uno de ellos le grita a la camarera y le exige un café. Ella finge amabilidad pero se nota el temor en la forma en que lo sirve.
El que gritó se para y se acerca al mostrador. Está vestido completamente de negro. Pantalón, zapatos, camisa y saco negros. Es difícil decir si es ropa civil o cierto tipo de uniforme. Indudablemente se trata de alguien que es de una extracción social más alta que la de sus acompañantes y se comporta de ese modo. Los mira con condescendencia. A mí me observa directamente, con desprecio. Me resulta inevitable situarlo detrás de los cañones durante el Sitio, bombardeando la ciudad, así como tampoco puedo dejar de imaginar a sus compañeros de mesa entrando furtivamente en una casa musulmana, o provocando el incendio de la biblioteca de Sarajevo.
Los dos hombres de la mesa de al lado han dejado de mirarme con desconfianza. Ahora están pendientes de la mesa de -llamémosla así- los cuatro paramilitares. Escuchan lo que aquellos hablan en voz alta. Están como paralizados por la atención. La mujer del bar, acodada del lado de atrás del mostrador, también mira directamente a la mesa que se ha transformado en el centro de la cafetería. Nunca sabré de qué estaban hablando.
==Sexta parte de diez
* 1- Split/ Croacia
* 2- Camino a Sarajevo
* 3- En Sarajevo
* 4- La dama y el cellista
* 5- El río de Ulises
* 7- Rumbo a Belgrado
* 8- En la frontera
* 9- La ciudad blanca
* 10- Kalemegdam
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 10 de mayo de 2002)
Esta mujer de la cafetería es inconfundiblemente serbia. Así como su abuela y la madre de su abuela no quisieron ser turcas, ella no quiere ser otra cosa que serbia. También son serbios los demás clientes. El hombre solo, que acodado y sosteniendo su cara con las dos manos como si rezara, parece un cuadro medio del partido comunista sacado de una escena de los años sesenta; o los dos hombres que esperan en otra mesa, hablando en voz baja, mirándome con desconfianza.
Acaban de llegar a la cafetería otros cuatro clientes. Susurran en una mesa. Vestidos con una combinación de ropa civil y militar, con barba de varios días, ellos sí tienen el aspecto siniestro de paramilitares. Son los rostros que encajan en las historias brutales de asesinatos, violaciones, y toda la serie de atrocidades que integraron el catálogo de esa forma balcánica de la guerra sucia que occidente bautizó como limpieza étnica. Uno de ellos le grita a la camarera y le exige un café. Ella finge amabilidad pero se nota el temor en la forma en que lo sirve.
El que gritó se para y se acerca al mostrador. Está vestido completamente de negro. Pantalón, zapatos, camisa y saco negros. Es difícil decir si es ropa civil o cierto tipo de uniforme. Indudablemente se trata de alguien que es de una extracción social más alta que la de sus acompañantes y se comporta de ese modo. Los mira con condescendencia. A mí me observa directamente, con desprecio. Me resulta inevitable situarlo detrás de los cañones durante el Sitio, bombardeando la ciudad, así como tampoco puedo dejar de imaginar a sus compañeros de mesa entrando furtivamente en una casa musulmana, o provocando el incendio de la biblioteca de Sarajevo.
Los dos hombres de la mesa de al lado han dejado de mirarme con desconfianza. Ahora están pendientes de la mesa de -llamémosla así- los cuatro paramilitares. Escuchan lo que aquellos hablan en voz alta. Están como paralizados por la atención. La mujer del bar, acodada del lado de atrás del mostrador, también mira directamente a la mesa que se ha transformado en el centro de la cafetería. Nunca sabré de qué estaban hablando.
==Sexta parte de diez
* 1- Split/ Croacia
* 2- Camino a Sarajevo
* 3- En Sarajevo
* 4- La dama y el cellista
* 5- El río de Ulises
* 7- Rumbo a Belgrado
* 8- En la frontera
* 9- La ciudad blanca
* 10- Kalemegdam
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 10 de mayo de 2002)
Etiquetas: Balcanes, Bosnia, Elegidas, Primer Cuaderno
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