10 agosto 2007

Turquía y el desafío demócrata-musulmán

Con 72 millones de habitantes, mayoritariamente musulmanes, aliada militar de Occidente y europostulante, Turquía es una pieza clave en el tablero internacional. La victoria electoral de un islamismo moderado que se reivindica como el espejo musulmán de la democracia cristiana es, para algunos, una crisis terminal de la laicidad. Otros analistas, sin embargo, la consideran un reflejo natural de la compleja vida doméstica del país.

NO HAY NADA que sugiera que Adana es la antigua ciudad de los hititas. A través de la ventana del hotel no se ve otra cosa que la mole gris de concreto de un edificio estatal. En la azotea ondea una bandera roja con la medialuna y debajo, casi tapando los tres últimos pisos, pende un enorme retrato de Atatürk. Tiene un cierto dejo transilvano y viéndolo detenidamente se tiende a pensar que en cualquier momento le asomarán dos pequeños colmillos. Pero eso no puede decirse en voz alta. Cualquier comentario ofensivo contra su memoria se castiga severamente. Mustafá Kemal Atatürk está considerado el creador de la Turquía moderna. Con él comenzó el proceso de occidentalización que hoy permite que la puerta de la Unión Europea esté, al menos, entornada. Bar Europa se llama, precisamente, el decadente refugio que en el tercer piso del hotel vuelve posible tomar una cerveza en un país en el que la religión musulmana impone la ley seca fuera de los circuitos turísticos. Esa lúgubre decadencia a media luz del bar Europa es la imagen que muchos turcos actuales tienen del occidente con el que soñaba Atatürk.

Aunque incluso aquí, en estos confines del interminable país, el rostro del prócer acompaña cada movimiento cotidiano, omnipresente en los afiches y cuadros que adornan oficinas y tiendas, la reverencia histórica por este santón laico ha perdido potencia electoral. En las elecciones del 22 de julio, presentadas incansablemente como una pulseada entre el modelo kemalista de un Estado no confesional y las tentaciones integristas del oficialismo, los laicos perdieron la partida.
El primer ministro Recep Tayyip Erdogan logró que su Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) alcanzara casi la mitad de los votos. Apenas se despejó la humareda de las acusaciones que acompañaron la campaña electoral, empezó a verse el rostro del nuevo AKP que terminó de delinearse luego de los comicios.

D
e acuerdo con Erdogan (en la foto con su esposa), se trata de una fuerza política que aunque tiene inspiración religiosa es esencialmente democrática. Algo similar a la democracia cristiana occidental, aclaró. Distintas figuras del gobierno, empecinadas en los paralelismos, aseguran que las principales similitudes deben buscarse en la formación política de la canciller alemana Angela Merkel. Un partido, el AKP, votado por los musulmanes en oposición al ejército (autoerigido en guardián de la laicidad) y al kemalismo tradicional, pero cuya segunda victoria electoral ha tenido “efectos colaterales” que seguramente disgustaron a los islamistas de línea dura. Por una parte, dentro del AKP se registró un crecimiento electoral de los sectores menos proclives a una injerencia de la religión en la vida política y, por otro lado, se produjo una mayor “visibilidad” parlamentaria de políticos kurdos.

ASUNTOS PENDIENTES. La resultante final de los comicios, no sólo no implicó un retroceso en las reglas de juego democráticas del país, sino que fue, a ojos de la prensa británica, “un mandato para la modernización”. Ese fue precisamente el titular de un editorial del diario The Guardian, que vaticinó que ahora “dos retos esperan a Erdogan. Tiene que resolver el asunto de la presidencia y se espera que aprenda de pasados errores proponiendo un candidato aceptable para todos. Tiene también que resistir las presiones del ejército para ir contra las bases kurdas del PKK en el norte del Irak.

Esto implicará una negociación paciente con el Primer Ministro iraquí, Nouri Al Maliki (foto), con los líderes kurdos del norte de Irak y mucha negociación por detrás de los escenarios con Washington. Incluso así, la acción militar todavía está sobre la mesa. No será fácil reformar un país tan extenso y variado como Turquía, pero Erdogan es el hombre correcto para el puesto”.

La clave está en poder situarse a la altura de su compromiso poselectoral, cuando dijo que gobernaría “para todos los turcos”. También desde Gran Bretaña, el Financial Times reconoce que “el AKP es ahora un partido conservador nacional –reequilibrando el poder desde la elite urbana occidentalizada hacia el corazón tradicional de Turquía en Anatolia- algo así como el equivalente musulmán a los demócrata-cristianos europeos”. Un contexto en el cual la clave es la moderación con la que Erdogan use el nuevo mandato, evitando imponer su programa en detrimento de la negociación y la búsqueda de la estabilidad. O como dice The Times: “el Primer Ministro debe resistir la tentación del triunfalismo”.

OTRA TURQUIA. Si desde el Reino Unido se mira con optimismo la realidad que emergió de las urnas, el punto de vista de la prensa italiana presenta algunos matices. “Estas elecciones han mostrado una Turquía dividida: casi la mitad de los electores han votado por Erdogan; la otra mitad, en su mayor parte de inspiración kemalista y apoyada por las bayonetas de los militares y las togas de los magistrados, desconfía de Erdogan, identificándolo con el riesgo de una deriva bajo la máscara de un islamismo moderado y pragmático”, publica La Stampa. El articulista opina que el triunfo del primer ministro se basa en una buena gestión económica y en la lucha contra la corrupción, pero advierte que “la vieja cuestión kurda sigue abierta, con el peligro de una posible intervención militar turca en el norte del Irak ,donde se reproducen los santuarios rebeldes de dicha etnia”.


Para otro diario italiano La Repubblica, hay también razones estructurales: “estas elecciones las ha ganado la otra Turquía, una pequeña y media burguesía, en gran parte mercantil y por ende moderada porque así lo exigen sus intereses, tendencialmente piadosa, acaso un tanto pacata, pero sin excesos. Esta Turquía no tiene la elegancia ni el estilo de la gran burguesía kemalista, pero tampoco es tan fea como la pitan los kemalistas. Ante todo, su Islam es el Islam turco, es decir el más maleable que ha sido capaz de producir la religión musulmana”. Pero no todo es blanco o negra. “El triunfo del AKP no cierra la partida con el kemalismo ortodoxo, que tiene casi un siglo de vida y debe ser reinterpretado. El AKP no es su hijo pero tampoco su enemigo”, concluye el citado periódico.

Un equilibrio en el que la figura de Erdogan tiene un rol clave. Un perfil de este político elaborado por Andrés Mourenza para el diario catalán El Periódico, recuerda que el actual premier debió pagar con cuatro meses cárcel en 1997 el haber declamado que “las mezquitas son nuestros cuarteles; los minaretes, nuestras bayonetas; las cúpulas nuestros cascos, y los creyentes nuestros soldados”. Pero a la vez su política actual ha sido rechazada por su mentor político, Erbakan (foto) , quien dijo que si Erdogan sigue con su actual política moderada “acabará directamente en el infierno”.

Pulse aquí para leer la segunda y última parte de este artículo: Antakya, mosaicos romanos, leones hititas.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 3 de agosto de 2007)

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