10 agosto 2007

Antakya: mosaicos romanos, leones hititas

Siguiendo desde Adana al sur se llega a una de las ciudades construidas a orillas del Orontes. Nada indicaría que se trata del río bíblico. Marrón y sucio corre domesticado dentro de un cauce de concreto, pero es el Orontes. Estamos a un paso de la frontera y la ciudad parece, en efecto, una frontera. Seis horas más allá queda Damasco. Las calles de tierra llevan al mercado. Un charco en el centro. Barro en todas partes. El minarete de una mezquita de provincia apenas se levanta por entre los tejados. Pero allí está lo que justifica venir desde tan lejos.

El sobrio aspecto del museo no anuncia la maravilla que contiene. Hacen pensar en aquella línea de Ezra Pound traducida por Ernersto Cardenal: “son como joyas sitiadas”. Sobre las paredes o debajo de las faraónicas claraboyas, están los mosaicos. Según los arqueólogos, son los mosaicos romanos mejor conservados del mundo. Eran los pisos de las villas de recreo de los altos funcionarios del Imperio que habitaban la vieja Antioquía, una de las ciudades más ricas del mundo antiguo. Son los únicos rastros de aquél esplendor. Neptuno rodeado de sirenas. Un joven cazador y guardas de pavos reales. Un rostro que parece de Alejandro Magno. La perfección de estas alfombras de piedra corta el aliento.

Casi escondidos en una sala lateral cuatro leones de piedra negra esperan que alguien les acaricie el lustroso lomo. Uno de los pares procede del siglo trece antes de cristo; el otro tiene cuatrocientos años menos. Artesanos hititas y asirios tallaron sus rostros amenazantes. Una mujer vestida con una larga túnica color beige y con la cabeza cubierta por un pañuelo de seda recorre las salas deteniéndose largo rato ante cada mosaico. Una imagen piadosa recortada contra las figuras paganas.

Más imágenes del museo

















(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 1 de junio de 2007 - Las fotos son tomadas del web de Dick Osseman)

Etiquetas: , ,