10 mayo 2002

Cuaderno de los Balcanes 10: Kalemegdam

Si hay una construcción que es símbolo de Belgrado, ésa es la fortaleza de Kalemegdan. Está a un paso del agitado tráfico de la capital, pero la paz de un parque le sirve de amortiguador, al punto que cuando se llega al pie de su entrada la calma es absoluta. Arcos, puentes y torretas de piedra, le dan un sabor inconfudiblemente medieval, aunque varias de sus partes fueron reconstruidas en el Renacimiento y en el siglo XIX. Mientras avanza por sus senderos, el visitante, que en general es un único visitante, tiene la sensación de haber ingresado a un montaje pensado para dar la imagen de un paisaje bucólico y pastoril. Entre las piedras sepulcrales del medioevo que están sembradas estratégicamente, corren grupos de ardillas, y sobre unas rocas que quedan bajo una arboleda, siempre dentro de los muros de la fortaleza, ancianas tejedoras ofrecen carpetas blancas y manteles bordados. Es difícil saber para quién es que montan sus puestos en esta ciudad vacía de turistas.

Pero es necesario seguir caminando para llegar al verdadero corazón de Kalemegdan: sus muros sobre la confluencia de los ríos Saba y Danubio. Sentado en ese plano inclinado, se tiene una panorámica única de la ciudad, y la agradable ilusión de tener, también, una panorámica de la propia historia de Serbia. Más modestamente, lo que se descubre desde esta perspectiva es para quien estaban montados los puestos de las tejedoras: hoy el Kalemegdan no es un sitio turístico, sino el lugar de paso que utilizan los lugareños cuando dejan sus oficinas y regresan a los barrios que están al otro lado de la ciudad. Internándose un poco más entre sus laberintos se descubre una escalinata que lleva colina abajo, e incluso una familia de mendigos que viven entre las ruinas de la última de las heridas que sufrieron los muros: una bomba de la OTAN. La delgada escalinata se separa de la fortaleza y parece querer llegar al propio Danubio.

Una pareja comienza a bajar los escalones. La sigo. En cada quiebre de la larga escalera esperan mujeres gitanas mendigando una moneda. El descenso parece sacado de una litografía veneciana, nunca se tiene la perspectiva completa del panorama. No los pierdo de vista. Al final llegan a una explanada, a mitad del camino de descenso, y detienen su marcha. Iban a una iglesia. Entran a un recinto inconfundiblemente bizantino, besan un ícono que está a la entrada, se sientan un instante, en la sacristía compran una delgada vela color ocre. Salen hacia un pequeño altar al aire libre. Encienden la vela y la clavan en un suelo de arena en el que hay otros siete cirios. Se quedan unos minutos, probablemente rezando una plegaria.

Para los exyugslavos la religión es una cuestión de identidad, algo que no se elige. Si se nace serbio, se es ortodoxo; si se nace croata, se es católico. Cada vez hay menos lugar para el viejo ateísmo. Sin embargo, algunos de los símbolos de la Yugoslavia comunista todavía están presentes. Los nombres de las calles han cambiado, pero varias de las placas muestran el nombre antiguo y el nombre nuevo, para evitar confusiones. La tumba de Tito también está en pie, aunque su museo se ha cerrado y, dicen, está prácticamente vacío. El tranvía 41 es el que lleva desde el centro de la ciudad hasta el mausoleo del único croata que todavía es venerado por algunos serbios, aunque no se nota. No hay un solo visitante, y los dos soldados que montan guardia ante la última morada del padre del socialismo yugoslavo no se lo toman demasiado en serio. En el trayecto del 41 se pasa por varios de los edificios destruidos por los bombardeos de la OTAN.

Hoy, todos quienes viven en Belgrado tienen alguna historia de aquellos dos meses de miedo y coraje. Un profesor universitario que habla español a la perfección, recuerda que el día en que empezaron los ataques estaba paseando a su perro en Kalemegdan. “¿Qué iba a hacer? ¿Volver a casa? Imposible. Además no había forma de librarse, los misiles pasaban con tanta velocidad que no tenía tiempo de verlos que ya estaba escuchando cómo estallaban en su blanco. Así que seguí paseando a mi perro y me dediqué a mirar el espectáculo”. Probablemente estaba mintiendo, pero es una buena anécdota.

==Decima parte de diez

* 1- Split/ Croacia
* 2- Camino a Sarajevo
* 3- En Sarajevo
* 4- La dama y el cellista
* 5- El río de Ulises
* 6- El lado serbio de la ciudad
* 7- Rumbo a Belgrado
* 8- En la frontera
* 9- La ciudad blanca

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 10 de mayo de 2002)

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