10 mayo 2002

Cuaderno de los Balcanes 03: En Sarajevo

Realmente existía Sarajevo. Estuve allí algunos días y allí estaban, en efecto, la biblioteca destruida, la placa arrancada del magnicidio de 1914, el descabezado edificio de la Universidad en la que todavía existe el despacho del viejo sefardita que tradujo el romancero español, la avenida de los snipers o francotiradores, las manchas rojas recordando la masacre del mercado, el mercado, las librerías de viejo que ahora venden las insignias de los paramilitares de los tres bandos que pelearon la guerra de Bosnia. Pero Sarajevo no deja de tener algo de irreal. Los dos Sarajevo, el serbio y el musulmán, comparten esa bruma. Ahora estoy en la República Serbia de Bosnia. Formalmente esta entidad empieza unos pocos kilómetros más allá, pero este barrio de Sarajevo ya es parte de la Bosnia serbia, el bando más satanizado durante la guerra que acabó con Yugoslavia. Espero por una taza de café, sentado frente a una mesa con mantel de hule, en la terminal de ómnibus. Un gran cuadro de la virgen acunando a su hijo no deja lugar a dudas: la zona musulmana quedó atrás.

El trayecto que me trajo hasta aquí desde el hotel, a las seis y media de la mañana, me despidió de una Sarajevo adormecida. La niebla acentuaba el aspecto irreal de la ciudad. La misma avenida de los snipers, que había visto tantas veces, se me aparecía bajo otro ropaje. Espectral. Como si la niebla despertara los fantasmas. La carpa de un circo levantado a uno de sus lados, acentuaba esta impresión. Los circos, bajo la niebla y al amanecer, armados en un baldío que hasta hace seis años era un campo de batalla, no son una visión recomendable. Enormes dibujos de la cara sonriente de los payasos. Otro de un tigre saltando por un aro de fuego. Pero lo que más estremecía era una calesita que suavemente giraba, sin que hubiera nadie a la vista, y sin que corriera una gota de viento en toda la ciudad. Aunque parecía pasar en cámara lenta, fue una visión fugaz. El auto que me llevaba a la terminal no quería perder tiempo.

Los choferes de Sarajevo no han perdido las viejas costumbres. Cuando el día ya ha despuntado desde hace horas y las calles están llenas de vida, entonces se sienten protegidos por los otros conductores, y aparentan conducir con normalidad. Pero cuando es demasiado temprano y las calles están desiertas, entonces corren, la mirada fija en la avenida, el cuerpo algo volcado sobre el volante, como si en cualquier momento esperaran escuchar la detonación de una bala. Es posible, también, que el apuro del chofer no fuera fruto de un viejo recuerdo, sino que, tal vez, simplemente quisiera apurar un trago amargo. No son muchos quienes aceptan un viaje al lado serbio de la ciudad. A nuestro lado pasaban otras imágenes. Algunos edificios enormes y grises. La mole amarilla del Holliday Inn, hogar de los corresponsales de guerra durante el Sitio. Decenas de carteles de publicidad.

==Tercera parte de diez

* 1- Split/ Croacia
* 2- Camino a Sarajevo
* 4- La dama y el cellista
* 5- El río de Ulises
* 6- El lado serbio de la ciudad
* 7- Rumbo a Belgrado
* 8- En la frontera
* 9- La ciudad blanca
* 10- Kalemegdam

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 10 de mayo de 2002)

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