10 mayo 2002

Cuaderno de los Balcanes 09: La ciudad blanca

Ocho horas más adelante está Belgrado. Mientras se avanza lenta y trabajosamente, trepando la cadena montañosa que da nombre a esta península, el viajero tiene la sensación de estar adentrándose todavía más en el corazón de los Balcanes. Todo aquí es más primitivo, si cabe esa palabra para nombrar lo que se ha detenido en el tiempo, no para adquirir un aire nostálgico, sino para irse descascarando por el uso, la pobreza o la desidia. La carretera es mala y angosta. Ovejas. Heno. La primera vaca balcánica. Grandes extensiones de pasturas. Un carro tirado por caballos en medio de la ruta. Aserraderos. Parece bastante claro que aquí la riqueza procede de la tierra. Todo lo que es construído por el hombre está gastado o semiborrado. Contra la roca gris de la montaña se dibujan los árboles con los colores del otoño. Algunos son rojo intenso. Otra vaca solitaria.

El ómnibus va pasando junto a pequeños pueblos de aire apacible y hasta prósperos, en el sentido de esa prosperidad relativa que nace de una buena cosecha. Es como si la Serbia profunda emergiera de la niebla y se mostrara entre los hierros retorcidos de siete autos quemados al borde del camino. Doce hieráticas ovejas en un corral. Niebla. Pasturas y montaña. Dos medallones funerarios muestran los rostros de dos soldados caídos en una emboscada. Gracias a lo fugaz de esa visión, sus rostros, tal vez entrados en años, parecen jóvenes. Sobre el mármol negro se llega a ver la gastada imagen de un águila de dos cabezas, herencia eslava de la vieja Constantinopla. Bueyes arando. Huertas. Más y más parvas de heno.

Sound track

Para llegar hay que sortear, en los últimos kilómetros, una espiral de autopistas. Recién cuando se desenredan los múltiples cruces de sus accesos, se arriba a destino. El nombre Belgrado significa ciudad blanca. Se levanta, aproximadamente, en el sitio de la Singidunum de los tiempos romanos. Este origen histórico, sumado a las bombas de la OTAN que cayeron sobre sus edificios a mediados de 1999, hizo nacer unas peculiares postales que se venden en las peatonales del centro. Se reproduce el dibujo inicial de la historia de Asterix, sólo que la aldea gala se cambia por Belgrado, y el estandarte romano se clava en Zagreb, coronándolo con una bandera estadounidense y un medallón con el rostro de Hitler. La postal luce una adaptación de la leyenda característica del personaje más célebre del comic europeo: “el año es 1999 DC. Europa está enteramente ocupada por los americanos...bueno, no enteramente...un pequeño país de indomables serbios resiste ahora y siempre al invasor”.

Belgrado no es peculiar solamente por sus postales. También lo es por la mutación que sufre cada anochecer. De día, es una ciudad venida a menos, sucia, con tranvías destartalados en los que nadie cobra ni paga boleto, con calles destruidas no por las bombas enemigas sino por interminables obras municipales. Pero de noche, la ciudad se transforma en una vibrante capital europea. Sus peatonales se llenan de gente, de las calles laterales surgen bares y pubs repletos de jóvenes, los alrededores de la zona universitaria se transforman en una réplica eslava de lo que debió haber sido Barrio Latino de París antes de ser bastardeado por el envoltorio para turistas. El corazón de esa transformación es la peatonal Kneza Mihailova. En uno de sus bares hay un espectáculo de jazz, en otro ofrecen música cubana interpretada por una banda enteramente serbia, y bajando algunos escalones hacia el café Plato, se puede escuchar el inconfundible sonido de una fanfarria gitana. El sound track se complementa con un surco inusual: una mujer que vocea periódicos desde una esquina, con una entonación que recuerda un canto coral de la liturgia ortodoxa.

En cada bar es fácil entablar conversación. Los más jóvenes hablan inglés con fluidez, y no debería ser difícil encontrar a alguno de los muchos estudiantes de letras hispanoamericanas de la Facultad de Filología. Jelena es una de esas estudiantes. Accede a contestar todas las preguntas que una década de noticias fragmentadas han construído en el imaginario de los forasteros. Uno de los temas inevitables es el de la identidad: “Yo era yugoslava, y como yugoslava me sentía europea; pero ahora Europa nos ha dado la espalda, y yo estoy aprendiendo a reconocerme como serbia”.

==Novena parte de diez

* 1- Split/ Croacia
* 2- Camino a Sarajevo
* 3- En Sarajevo
* 4- La dama y el cellista
* 5- El río de Ulises
* 6- El lado serbio de la ciudad
* 7- Rumbo a Belgrado
* 8- En la frontera
* 10- Kalemegdam

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 10 de mayo de 2002)

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