12 julio 2002

Ilegales en su propia isla (II)

La lluvia se extingue tan de improviso como empezó. La sustituye un sol radiante que invita a seguir la caminata por la rambla de Santo Domingo. A la altura en la que están el Hotel Intercontinental y el Jaragua, un imponente cinco estrellas en el que comienza la novela La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, se suceden los puestos callejeros que venden artesanías y pinturas.

Clavada sobre un bastidor de madera rústica, una tela muestra un abigarrado grupo de mujeres negras lavando ropa en un río. Otra describe un mercado. El estilo es naïve haitiano. Según lo que se dice en las galerías de arte del barrio colonial, los cuadros de los puestos callejeros están hechos con tinturas de mala calidad que empalidecen rápidamente y se corren con el agua. Algo que no es totalmente exacto, a juzgar por la lluvia que acaban de soportar las decenas de obras que están apoyadas contra una pared, sin ningún tipo de protección. El vendedor asegura ser haitiano, al igual que la mayoría de quienes venden alfombras en Estambul dicen ser kurdos. En ambos casos se trata de una doble nacionalidad: una para despertar la simpatía del turista y ganar clientes con el argumento de la autenticidad, y otra para las autoridades migratorias.

Llegado el caso de una razzia, sin embargo, no importa demasiado lo que digan los papeles. Un informe de Human Rights Watch (HRW) publicado este año, detectó que los operativos de la policía dominicana se basan más en el aspecto físico (se asegura que los haitianos tienen la piel más oscura) que en la documentación que posea la persona. En algunos casos se ha denunciado que los policías han roto el documento del detenido en su propia cara. En otros, y a pesar de que la Constitución dominicana reconoce la nacionalidad a todo aquél que ha nacido en su territorio, se recurre a un artilugio legal para afirmar que los hijos de trabajadores inmigrantes haitianos nacidos en el país no tienen derecho a la nacionalidad. Se basan en una pequeña excepción constitucional, según la cual la obtención de la nacionalidad por nacimiento excluye a los hijos de extranjeros que estén “en tránsito” en el momento del nacimiento. Esta trampa al espíritu de la ley, permite considerar ilegales a haitiano-dominicanos que proceden de familias que hace o dos tres generaciones que están en el país, casi como si hubiesen nacido en el aeropuerto de Santo Domingo en un parto prematuro.

En todo caso, poco importan los documentos ante la peculiar técnica policial para detectar indocumentados que surge del informe de HRW. El Subdirector para Asuntos Haitianos del Departamento de Migración aseguró que pueden distinguirse por su modo de vivir (“son más pobres que nosotros”), por su piel (“son mucho más negros que nosotros”), y por su comportamiento (“se portan como si estuvieran en la capital de Haití, bebiendo y bailando”).

Últimamente, el gobierno de Hipólito Mejía (foto), en el poder desde 2000, ha adoptado algunas medidas, como la anunciada en julio de 2001 por el Ministro de Educación, que elimina la exigencia de acta de nacimiento para matricularse en la escuela. Esto, según el mandatario, marca un primer paso para concederle la nacionalidad a los hijos de haitianos nacidos en territorio dominicano que se integren al sistema educativo.

==Segunda parte de cinco

* 1- Parte I
* 3- Parte III
* 4- Parte IV
* 5- Parte V

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en julio de 2002)

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