05 julio 2002

Archipiélago Xingjian

El primer paso para leer la nueva novela de Gao Xingjian publicada en español, es olvidarse de las frases promocionales de la tira que envuelve el libro. Afortunadamente, en sus más de quinientas páginas el lector no será aturdido con ningún “canto de amor y desesperación”, ni se salpicará con ningún “manantial de gran literatura”. El libro de un hombre solo (Ediciones del Bronce, 2002, traducción de Xin Fei y José Luis Sánchez, 540 páginas) es, estrictamente, lo que su título dice.

Los recuerdos de un hombre en soledad que, como se advierte desde la primera frase, “no ha olvidado que tuvo otra vida”. Quién es ese hombre y cómo fue esa vida, son las dos peculiaridades que, combinadas, hacen que esta narración esencialmente autobiográfica sea una novela y no un libro testimonial. Allí están sus recuerdos de infancia, la muerte de su madre en un campo de reeducación, los problemas de su padre con la policía política, los años en que sirvió como “guardia rojo”, las distintas campañas para purgar al Partido Comunista chino de “enemigos de clase”, su posterior desencanto, su vida en Occidente.

El resultado, sin embargo, no es el estremecedor Archipiélago Gulag, del ruso Alexander Soljenitsin, ni la levedad del checo Milan Kundera. En Xingjian se combinan los capítulos en los que opta por la narración lineal de los hechos, con aquellos en los que se nota más la pincelada de la ficción y le permiten introducir personajes femeninos con los que nunca logra establecer esa relación que busca, ya sea la esposa fiel en una alejada aldea china o la amante alemana en Hong Kong, frustraciones que a medida que se pasan las páginas del libro van convirtiéndose en un reflejo de la utopía negada que muestran los capítulos más lineales.

Entre esas dos formas diferentes de narrar la misma soledad, el autor intercala, como ya lo había hecho en La montaña del alma, capítulos en los que reflexiona sobre el libro que está escribiendo y la imposibilidad de transmitir verdaderamente lo que se ha propuesto. En el capítulo 22, por ejemplo, justifica la linealidad con la que expone sus recuerdos, apelando a la búsqueda de un “lenguaje vacío de adornos para exponer la vida tal como es, totalmente contaminada por la política”. Pero a la vez se rebela contra ese contaminante que se filtra por todas partes, incluidas las páginas de su libro, “y se pega íntimamente a la vida de las personas”. Aunque tampoco quiere hacer una obra que simplemente busque la compasión del lector.

Para conseguir ese difícil equilibro, apela nuevamente, como en La montaña del alma, al juego de pronombres con los que muestra las facetas múltiples de un personaje único: “Te gustaría describir al individuo mancillado por esa política, pero no quieres entrar en los detalles de esa política repugnante, y para eso tienes que volver al estado en que ‘él’ se encontraba en esa época...Su experiencia se acumula en los pliegues de tu memoria. Qué hacer para desplegarlos capa tras capa y separarlos uno a uno con el fin de poder estudiar por separado y con una mirada fría todo lo que ha vivido: tú eres tú, él es él. Y a ti te cuesta mucho volver a sentir lo que ‘él’ sentía entonces. Hoy casi no lo reconoces, no tienes que colocarle tu seguridad y tu satisfacción actuales, debes guardar cierta distancia, contener tus emociones, para examinarlo mejor...No debes arrepentirte ni justificarte por él. Sin embargo, cuando lo observas y cuando lo escuchas, sientes una tremenda tristeza, y no debes dejar que ese sentimiento te afecte. Cuando descubras ese ‘él’ disimulado bajo su máscara, para poder observarlo, deberás transformarlo en ficción, en un personaje sin ninguna relación contigo, que esperaba que lo descubrieras”.

Las dudas de Xingjian no parecen ser sólo retórica. Unas páginas más adelante, deja de lado la forma y hunde el bisturí en sus intenciones. Parte de la base de que no está escribiendo literatura pura (“esos juegos de estilo, de lengua y de escritura y las fiversas fórmulas y estructuras lingüísticas que podrías hacer con autonomía, si recurrir a tu experiencia, a tu vida, a sus dificultades, a la cruda realidad y a ese ‘tú’ tan repugnante”), pero a la vez tampoco hace literatura de denuncia. Reconoce la paradoja de desnudar las mentiras de la política a través de esa otra mentira que es la literatura, y se pregunta si en última instancia no lo guía la búsqueda de la fama o el beneficio, o si no encuentra cierto placer morboso al denunciar el dolor cubriéndolo con la cortina de gasa que teje con la ayuda de la literatura. La duda, sin embargo, no le impide ver las diferencias: “al contrario de lo que ocurre con la estafa política, que la víctima tiene que aceptarla, la quiera o no, la ilusión literaria se acepta por consentimiento mutuo entre el autor y el lector”. Más allá de esa ilusión, el contrato del autor con sus lectores tiene un límite: “has escrito este libro para tí, un libro sobre la huida, el libro de un hombre solo”.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en junio de 2002)

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