Kafka y Praga: Solitario remero en el Vltava
La relación que mantuvo Franz Kafka con su ciudad, Praga, fue la de un hombre atrapado. “Praga no te suelta”, escribió a los diecinueve años el autor de obras fundamentales de la literatura europea del siglo XX, como El Proceso o El Castillo. Las casas en las que habitó, los empleos que le impidieron culminar la mayoría de sus novelas, y el río Vltava en el que ejercitó sus dotes de remero y nadador, están en este artículo en el que Kafka, sin saberlo, entrecruza sus pasos con Jaroslav Seifert y Lenin.
“Estoy en la Assicurazioni-Generali y no pierdo la esperanza de sentarme algún día en los sillones de países muy remotos, de contemplar por las ventanas del despacho campos de caña de azúcar o cementerios mahometanos”, escribía Kafka en una carta cuando tenía 20 años. Sin embargo, no sólo no pudo cumplir su deseo de viajar a países remotos, sino que tenía la percepción de que sus actividades lo encerraban en un radio de no más de cinco manzanas. En una frase dirigida a su profesor de hebreo y abundantemente citada por sus biógrafos, Kafka afirmó: “Aquí estaba mi instituto; en aquel edificio del lado opuesto, mi universidad. Un poco más a la izquierda se encuentra mi despacho. En este pequeño círculo está encerrada toda mi vida”. Sus diarios, según la interpretación que hace su amigo Ernst Weiss, “muestran que estaba arraigado a Praga de una manera trágica”.
Si bien Kafka exageraba al referirse a ese “pequeño círculo” olvidando sus habituales paseos al aire libre trepando la colina de Petrin e incluso su entusiasta actividad de remero y nadador, es cierto que en el corazón de la ciudad vieja de Praga se concentra la más alta densidad de edificios vinculados a la vida del escritor. El instituto que señaló a su profesor de hebreo se llamaba Instituto Regio Imperial de Lengua Alemana, y ocupaba el Palacio Kinsky, situado en uno de los lados de la Plaza de la Ciudad Vieja (Staromestka Namesty) junto a la iglesia de Tyn. El edificio, reciclado y pintado en colores rosa y salmón, está actualmente integrado a la plaza gracias a que se eliminó la calle que pasaba a su frente. Su nexo con la vida de Kafka no se limitó a la etapa estudiantil del escritor, sino que en la misma época en la que este “vastago de familia respetable”, como se lo llamó en la carta de recomendación para su primer empleo, soñaba con viajar a países exóticos, funcionaba en una de las alas del Palacio Kinsky el negocio de su padre. Este comercio ayudó a Kafka a formarse la imagen omnipotente y tiránica de su padre, que luego llevaría al papel en la Carta al Padre: “en la tienda te oía y te veía gritar, insultar y enfurecerte hasta un extremo que, según mi opinión de entonces, no tenía parangón en todo el mundo”.
También sobre esta plaza, en diagonal con el Palacio Kinsky, está una de las casas en las que vivió con su familia cuando tenía treinta años. Se trata de la Casa Oppelt, que está actualmente en la esquina de la Plaza de la Ciudad Vieja con la avenida Parizka, una de las más elegantes de Praga. “Justo enfrente de mi ventana, a la altura del cuarto o quinto piso, tengo la gran cúpula de la iglesia rusa, con sus dos torres, y entre la cúpula y el inmueble vecino se me ofrece a lo lejos la visión de un trocito triangular del monte San Lorenzo con una iglesia diminuta”, describe en carta a su novia Felice Bauer (Cartas a Felice y otra correspondencia de la época del noviazgo. Madrid. Alianza. 1977). Durante su segunda residencia en esta casa, que ocurrió a partir de sus 35 años, escribió diez capítulos de su novela El Castillo (del seis al dieciséis) y los relatos “Primera tristeza” y “Un artista del hambre”.
La Praga en la que vivió Franz Kafka durante el primer cuarto del siglo XX tenía 230 mil habitantes y era la tercera ciudad más grande del Imperio de los Hasburgo. El escritor perteneció a la minoría de lengua alemana, que representaba el 9,7 por ciento de la población; casi todos judíos y de una posición económica relativamente buena. Era una época de progresos y febril actividad constructora; se abrieron grandes avenidas en el lugar en que había estado el viejo ghetto judío de calles estrechas y cuando Franz tenía once años llegaron a a la ciudad la energía eléctrica y los tranvías modernos.
Pero Kafka no sólo vivió esa época como un momento de adelantos técnicos como la aviación o el cine, de los que tomó nota en sus cuentos y en sus diarios, sino que también fue testigo de los conflictos entre la mayoría checa y la minoría alemana. Cuando Kafka tenía 14 años, el idioma checo se elevó al mismo rango que el alemán en la Administración de Bohemia, y comenzaron una serie de revueltas violentas de los checos en reclamo de mayores derechos. Unos años más tarde empezaron a verse los primeros letreros bilingües en las calles, y la pulseada se trasladó al campo del urbanismo, con la construcción de obras que reflejan el despertar nacional checo y la eliminación de monumentos que representaban la dominación austroalemana. El diferendo culminó en 1918, cuando se proclamó la República Checoslovaca.
El bebedor de almas
La narración de Kafka Descripción de una lucha, a pesar de que contiene muchos elementos fantásticos, puede servir de guía a la hora de recorrer la Praga en la que vivía el autor. Ya no está la columna de la Virgen María cuyo manto “se retuerce” ante la fuerza del viento a pesar de ser de piedra, y que era una referencia obligada en el paisaje de la Ciudad Vieja a principios de siglo, al punto que Kafka solía ponerla como lugar de encuentro para citarse con su amigo y biógrafo Max Brod. Pero sí están otros lugares que aparecen en ese relato, como la calle Karlova (“sinuosa, con portales oscuros y tabernas”), la iglesia de los Caballeros de la Cruz y, sobre todo, el Puente de Carlos.
Ese viejo y hermoso puente de piedra, que en el siglo doce era de madera, representa en la vida de Kafka el camino por el cual puede escapar de sus cuatro manzanas del casco antiguo. Por allí pasa cuando va a sus excursiones a las colinas cercanas, y por allí va al Castillo en cuyas dependencias secundarias encontraría la soledad que ansió toda su vida para poder escribir. Hoy el Puente de Carlos es uno de los ejes del circuito turístico de Praga, y está tan poblado de visitantes durante todo el año, que resulta difícil imaginar al personaje de Descripción de una lucha que, “con las manos en los bolsillos, escrutó el vacío Puente de Carlos”. En una carta a su amiga Minze Eisner, Kafka utiliza una de las estatuas que están ubicadas en las barandas del puente para decirle que “cada uno tiene en su interior un demonio mordiente que destruye las noches y eso no es bueno ni malo, ya que es la vida”.
El Kafka de espíritu atormentado que puede vislumbrarse en la carta a Minze Eisner, es el arquetipo a que suelen recurrir las interpretaciones que atribuyen el tono sombrío de la obra a la supuesta experiencia vital insatisfactoria del escritor. Es una de las tesis centrales de lo que Milan Kundera llama la “kafkología”. En Los Testamentos Traicionados Kundera define el término como “el discurso destinado a kafkologizar a Kafka”, es decir, “a sustituir a Kafka por el Kafka kafkalogizado”. Considera que el creador de esta perspectiva fue Max Brod, cuyo libro Kafka fue recientemente reeditado por Emecé, y resume esta visión casi mística de un Kafka atormentado en “el inolvidable énfasis con el que Roman Karst terminó su discurso en el coloquio de Líblice en 1963: ‘¡Franz Kafka vivió y sufrió por nosotros!’”. Valiéndose de fragmentos de los diarios de Kafka censurados por Brod, citando pasajes eróticos de El Castillo, y recuperando el personaje de Brunelda que aparece en América, sobre quien Federico Fellini proyectaba filmar una película, Kundera refuta esta visión.
Pero aún en la biografía que construye Max Brod hay numerosos elementos que muestran a Kafka como una persona vital que “reía a gusto y cordialmente, y sabía hacer reír a sus amigos”. Su biógrafo y amigo recuerda que Kafka era un hábil nadador y remero, y que “conducía con especial habilidad” su canoa llamada, para placer de los kafkólogos, “el bebedor de almas” (Seelentranker).
==Primera parte de cuatro
* 2- Praga: las casas de Kafka
* 3- Praga: Los trabajos de Kafka
* 4- El amor de Kafka: Milena Jesenka
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en El País Cultural )el 3 de noviembre de 2000
“Estoy en la Assicurazioni-Generali y no pierdo la esperanza de sentarme algún día en los sillones de países muy remotos, de contemplar por las ventanas del despacho campos de caña de azúcar o cementerios mahometanos”, escribía Kafka en una carta cuando tenía 20 años. Sin embargo, no sólo no pudo cumplir su deseo de viajar a países remotos, sino que tenía la percepción de que sus actividades lo encerraban en un radio de no más de cinco manzanas. En una frase dirigida a su profesor de hebreo y abundantemente citada por sus biógrafos, Kafka afirmó: “Aquí estaba mi instituto; en aquel edificio del lado opuesto, mi universidad. Un poco más a la izquierda se encuentra mi despacho. En este pequeño círculo está encerrada toda mi vida”. Sus diarios, según la interpretación que hace su amigo Ernst Weiss, “muestran que estaba arraigado a Praga de una manera trágica”.
Si bien Kafka exageraba al referirse a ese “pequeño círculo” olvidando sus habituales paseos al aire libre trepando la colina de Petrin e incluso su entusiasta actividad de remero y nadador, es cierto que en el corazón de la ciudad vieja de Praga se concentra la más alta densidad de edificios vinculados a la vida del escritor. El instituto que señaló a su profesor de hebreo se llamaba Instituto Regio Imperial de Lengua Alemana, y ocupaba el Palacio Kinsky, situado en uno de los lados de la Plaza de la Ciudad Vieja (Staromestka Namesty) junto a la iglesia de Tyn. El edificio, reciclado y pintado en colores rosa y salmón, está actualmente integrado a la plaza gracias a que se eliminó la calle que pasaba a su frente. Su nexo con la vida de Kafka no se limitó a la etapa estudiantil del escritor, sino que en la misma época en la que este “vastago de familia respetable”, como se lo llamó en la carta de recomendación para su primer empleo, soñaba con viajar a países exóticos, funcionaba en una de las alas del Palacio Kinsky el negocio de su padre. Este comercio ayudó a Kafka a formarse la imagen omnipotente y tiránica de su padre, que luego llevaría al papel en la Carta al Padre: “en la tienda te oía y te veía gritar, insultar y enfurecerte hasta un extremo que, según mi opinión de entonces, no tenía parangón en todo el mundo”.
También sobre esta plaza, en diagonal con el Palacio Kinsky, está una de las casas en las que vivió con su familia cuando tenía treinta años. Se trata de la Casa Oppelt, que está actualmente en la esquina de la Plaza de la Ciudad Vieja con la avenida Parizka, una de las más elegantes de Praga. “Justo enfrente de mi ventana, a la altura del cuarto o quinto piso, tengo la gran cúpula de la iglesia rusa, con sus dos torres, y entre la cúpula y el inmueble vecino se me ofrece a lo lejos la visión de un trocito triangular del monte San Lorenzo con una iglesia diminuta”, describe en carta a su novia Felice Bauer (Cartas a Felice y otra correspondencia de la época del noviazgo. Madrid. Alianza. 1977). Durante su segunda residencia en esta casa, que ocurrió a partir de sus 35 años, escribió diez capítulos de su novela El Castillo (del seis al dieciséis) y los relatos “Primera tristeza” y “Un artista del hambre”.
La Praga en la que vivió Franz Kafka durante el primer cuarto del siglo XX tenía 230 mil habitantes y era la tercera ciudad más grande del Imperio de los Hasburgo. El escritor perteneció a la minoría de lengua alemana, que representaba el 9,7 por ciento de la población; casi todos judíos y de una posición económica relativamente buena. Era una época de progresos y febril actividad constructora; se abrieron grandes avenidas en el lugar en que había estado el viejo ghetto judío de calles estrechas y cuando Franz tenía once años llegaron a a la ciudad la energía eléctrica y los tranvías modernos.
Pero Kafka no sólo vivió esa época como un momento de adelantos técnicos como la aviación o el cine, de los que tomó nota en sus cuentos y en sus diarios, sino que también fue testigo de los conflictos entre la mayoría checa y la minoría alemana. Cuando Kafka tenía 14 años, el idioma checo se elevó al mismo rango que el alemán en la Administración de Bohemia, y comenzaron una serie de revueltas violentas de los checos en reclamo de mayores derechos. Unos años más tarde empezaron a verse los primeros letreros bilingües en las calles, y la pulseada se trasladó al campo del urbanismo, con la construcción de obras que reflejan el despertar nacional checo y la eliminación de monumentos que representaban la dominación austroalemana. El diferendo culminó en 1918, cuando se proclamó la República Checoslovaca.
El bebedor de almas
La narración de Kafka Descripción de una lucha, a pesar de que contiene muchos elementos fantásticos, puede servir de guía a la hora de recorrer la Praga en la que vivía el autor. Ya no está la columna de la Virgen María cuyo manto “se retuerce” ante la fuerza del viento a pesar de ser de piedra, y que era una referencia obligada en el paisaje de la Ciudad Vieja a principios de siglo, al punto que Kafka solía ponerla como lugar de encuentro para citarse con su amigo y biógrafo Max Brod. Pero sí están otros lugares que aparecen en ese relato, como la calle Karlova (“sinuosa, con portales oscuros y tabernas”), la iglesia de los Caballeros de la Cruz y, sobre todo, el Puente de Carlos.
Ese viejo y hermoso puente de piedra, que en el siglo doce era de madera, representa en la vida de Kafka el camino por el cual puede escapar de sus cuatro manzanas del casco antiguo. Por allí pasa cuando va a sus excursiones a las colinas cercanas, y por allí va al Castillo en cuyas dependencias secundarias encontraría la soledad que ansió toda su vida para poder escribir. Hoy el Puente de Carlos es uno de los ejes del circuito turístico de Praga, y está tan poblado de visitantes durante todo el año, que resulta difícil imaginar al personaje de Descripción de una lucha que, “con las manos en los bolsillos, escrutó el vacío Puente de Carlos”. En una carta a su amiga Minze Eisner, Kafka utiliza una de las estatuas que están ubicadas en las barandas del puente para decirle que “cada uno tiene en su interior un demonio mordiente que destruye las noches y eso no es bueno ni malo, ya que es la vida”.
El Kafka de espíritu atormentado que puede vislumbrarse en la carta a Minze Eisner, es el arquetipo a que suelen recurrir las interpretaciones que atribuyen el tono sombrío de la obra a la supuesta experiencia vital insatisfactoria del escritor. Es una de las tesis centrales de lo que Milan Kundera llama la “kafkología”. En Los Testamentos Traicionados Kundera define el término como “el discurso destinado a kafkologizar a Kafka”, es decir, “a sustituir a Kafka por el Kafka kafkalogizado”. Considera que el creador de esta perspectiva fue Max Brod, cuyo libro Kafka fue recientemente reeditado por Emecé, y resume esta visión casi mística de un Kafka atormentado en “el inolvidable énfasis con el que Roman Karst terminó su discurso en el coloquio de Líblice en 1963: ‘¡Franz Kafka vivió y sufrió por nosotros!’”. Valiéndose de fragmentos de los diarios de Kafka censurados por Brod, citando pasajes eróticos de El Castillo, y recuperando el personaje de Brunelda que aparece en América, sobre quien Federico Fellini proyectaba filmar una película, Kundera refuta esta visión.
Pero aún en la biografía que construye Max Brod hay numerosos elementos que muestran a Kafka como una persona vital que “reía a gusto y cordialmente, y sabía hacer reír a sus amigos”. Su biógrafo y amigo recuerda que Kafka era un hábil nadador y remero, y que “conducía con especial habilidad” su canoa llamada, para placer de los kafkólogos, “el bebedor de almas” (Seelentranker).
==Primera parte de cuatro
* 2- Praga: las casas de Kafka
* 3- Praga: Los trabajos de Kafka
* 4- El amor de Kafka: Milena Jesenka
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en El País Cultural )el 3 de noviembre de 2000
Etiquetas: Europa del Este, Literatura, R.Checa
<< Home