El tiempo recobrado

Se trata de un hecho que oxigena el panorama cultural de la ciudad, que la pone a dialogar con temas, nombres y episodios que forman parte del núcleo de la tradición occidental a la que, aún desde nuestra ubicación periférica, pertenecemos. Dentro de esa tradición, los siete tomos de En busca del tiempo perdido, del francés Marcel Proust, conforman uno de los monumentos literarios más emblemáticos. El tiempo recobrado, que se exhibe en Cinema Paradiso hasta el 12 de noviembre, adapta su tomo final.
No importa que ésta sea una película que sólo convence a medias, que se alargue media hora más de lo necesario, que equivoque el tomo de la obra de Proust elegido para la adaptación, que tenga más afectación que la deseable. No importa, ya que El tiempo recobrado también es una película con abundantes refinamientos de imagen, con un par de excelentes actuaciones (John Malkovich como el barón de Charlus y Pascal Greggory como Robert de Saint Loup) y casi ninguna mala, con varias referencias al tomo de la obra de Proust que realmente debió ser adaptado, y con un gran final. Repetiremos el viejo adagio: todas las buenas películas terminan en el mar. Y en el mar transcurre el impecable final de El tiempo recobrado de Raoul Ruiz.

Marcel Proust: el regreso
Lo central de El tiempo recobrado, título del último de los siete tomos de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, es que vuelve a poner sobre las marquesinas el nombre de un gran escritor. En la literatura pasa lo mismo que con el rock and roll: la avalancha de novedades nos sumerge en la mediocre medianía de un sonido industrial hasta que aparecen gemas como la reedición de la obra completa de Sumo y nos recuerdan que los clásicos siguen siendo el fiel de la balanza. Año a año los anaqueles de las librerías se llenan de nuevos autores y nuevos títulos, pero En busca del tiempo perdido de Proust -una de las obras más citadas y menos leídas, lo que lo emparenta, sólo en eso, con el Ulyses de Joyce- sigue siendo una pieza mayor, que logra el increíble resultado de brindarle al lector siete tomos de esencia de literatura y nada de hojarasca. Ante ese monstruo de siete cabezas era lógico pensar que Ruiz iba a fracasar, como parcialmente fracasó. Menos lógico era pensar que iba a lograr, a pesar de ese fracaso, momentos brillantes, como todos aquellos que transcurren en el hotel de veraneo, en los que logra una atmósfera y una paleta que recuerdan lo mejor de Muerte en Venecia.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Posdata en octubre de 2000)
Etiquetas: Cine, Francia, Literatura
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