14 noviembre 2003

En el pueblo de Pedro Páramo I

Cuando Juan Rulfo llegó a Comala, el pueblo mexicano en el que unos años atrás había situado la acción de Pedro Páramo, nadie lo recibió triunfalmente. Encontró caras adustas, silencio, y una atmósfera de rechazo de la que trató de refugiarse en la casa parroquial. El cura lo invitó a sentarse y conversar de asuntos de familia. No lo recibía como escritor sino como pariente. Al fin de cuentas, él fue quien le hizo conocer Comala, y fue en su casa en la que pasó algunas vacaciones que le dieron la inspiración necesaria para escribir Pedro Páramo.

Frente a la iglesia está la plaza. Y frente a la plaza una galería colonial en la que se suceden la oficina del alcalde y algunos comercios. A la sombra de esa galería estaban reunidos los hombres jóvenes del pueblo, hablando de la visita que para algunos resultaba indeseable. No les había gustado que Rulfo poblara su pueblo de fantasmas. En eso estaban hasta que aquel que tenía más ascendencia entre todos, y que se había mantenido callado, como era su costumbre, alzó la vista, los miró de a uno, y aprovechando el silencio que su mirada acababa de labrar les dijo: "Vamos a saludar al señor Rulfo". Ahogó las voces de protesta con el argumento de que "gracias al señor Rulfo Comala entró en la historia de la literatura mexicana".

Tal vez las cosas no ocurrieron exactamente como acaban de ser contadas. Pero así la recuerdan sus protagonistas, sentados a la sombra de la misma galería en la que estaban cuando resolvieron romper el hielo con el que el pueblo estaba castigando al partero de su posteridad. El que motivó a los otros escucha el relato; no puede evitar que se le note un gesto de satisfacción mientras calibra el efecto que las palabras de sus paisanos producen en los oídos del forastero. Hoy es un personaje político del lugar. "Acá, él es el tigre", dice el más locuaz de los narradores para rematar su historia. Al ver que los demás lo miran en busca de su aprobación, sonríe y desestima el halago. "No, apenas un gatito".

Muchos de los que estaban dispuestos a aplicarle el código de silencio a Juan Rulfo, ofendidos porque el pueblo de muertos de Pedro Páramo era su Comala, hoy se han convertido en los principales defensores de esta tesis. Para comprender el motivo hay que estar en Comala entre las tres y las cinco de la tarde. Es en ese horario en el que se entiende qué es lo que hacen esos tres restaurantes con capacidad para unas cien personas cada uno, ubicados frente a la plaza de un pueblo minúsculo situado a unas quince horas de la capital mexicana. Un pueblo casi desierto hasta la hora en que, movidos por una extraña sincronía, llegan ómnibus de turismo y coches particulares, desembarcando en Comala a decenas de personas. Los restaurantes se animan con la música de mariachis, y sirven comidas o las célebres "cervezas a la Comala". En realidad allí se piden simplemente como cervezas, pero en el resto del país se les agrega el apellido que indica el origen de una costumbre según la cual, con cada botella, el mozo acerca a la mesa una serie de platitos con tacos, bacadillos y menudencias. Pero son sólo un par de horas. Al irse los fugaces visitantes, el pueblo vuelve a su calma de siempre. Probablemente estos fugaces visitantes no van a Comala en busca del recuerdo de Juan Rulfo. En todo caso, y por las dudas, nadie quiere matar a la gallina de los huevos de oro. Por eso la posibilidad de que Comala no sea Comala, es una historia de la que no se habla.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha 14 de noviembre de 2003)

==Primera parte de tres

* 2- En el pueblo de Pedro Páramo II
* 3- En el pueblo de Pedro Páramo III

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