El doble dilema de la identidad
La literatura dominicana es una desconocida en estas tierras. La distribución en Uruguay de una novela de Julia Álvarez, pretexta un regreso a una entrevista inédita con Andrés L. Mateo y a la libreta de apuntes de una visita a la Feria del Libro de Santo Domingo del año pasado. Una arena literaria en la que parece revelarse una tensión entre la identidad y el desarraigo que puede llegar a sernos familiar en algunos años.
¿Qué ocurriría si un hijo de uruguayos nacido en Nueva York recibiera reconocimiento como escritor en Estados Unidos; o si un montevideano de poco más de treinta años que vive en Nueva Jersey desde los siete publicara sus cuentos, asiduamente, en The New Yorker y sus libros recibieran buenas críticas en influyentes periódicos como The New York Times? ¿Formarían parte de la literatura uruguaya? ¿Y si los premios nacionales de poesía fueran ganados por compatriotas que no habían empezado la escuela cuando se mudaron con sus familias a Boston? Todo eso, que podría comenzar a ocurrir dentro de un par de generaciones si continúa el éxodo de estos primeros años del siglo, es lo que desde hace más de una década viene sucediendo con los autores dominicanos.
Julia Álvarez, neoyorquina-dominicana de cincuenta y dos años, es en la actualidad una de las escritoras más sólidas del catálogo caribeño y centroamericano de Alfaguara. Su novela En el nombre de Salomé fue uno de los lanzamientos de esa editorial para la Feria del Libro de Santo Domingo del año pasado, y ya tiene distribución en Uruguay. El asunto elegido se inscribe en uno de los universos temáticos más transitados por la literatura dominicana: la identidad. Un eje que en el caso de los escritores de la diáspora adquiere un significado doble. Por una parte el cuestionamiento sobre lo que significa ser dominicano, interpelación que Julia Álvarez canaliza ficcionando la vida de la poeta y educadura Salomé Ureña, para extraer de la Salomé personaje y de su hija, de las dos épocas que representan, dos formas diferentes de elaborar el dilema de la identidad y del compromiso con una idea de nación que no logran asir con exactitud pero ante la que tampoco pueden permanecer indiferentes. Y por otra parte, los escritores de la diáspora también se han planteado el cuestionamiento de lo que significa ser dominicano-americano, si es que eso significa algo, cuestión que la propia Julia Álvarez trató en profundidad hace más de una década en su libro De cómo las chicas García perdieron su acento.
Viviendo a medio camino entre la tranquilidad de Vermont, en la frontera con Canadá, y su granja de café orgánico en República Dominicana, Julia Álvarez no tiene la centralidad de otros autores en la escena literaria dominicano-americana. Si se quiere citar un nombre que ocupe ese espacio es posible que haya que señalar a Junot Díaz, nacido en 1969 y habitante de Nueva York desde los siete años, que mantiene un jugoso contrato con la prestigiosa editorial estadounidense Putnam, y cuya colección de cuentos Drown (Ahógate) fue recibida con entusiasmo por The New York Times y The Village Voice.
El suceso estadounidense de varios escritores de la antigua isla de La Española no implica un boom editorial al estilo del que sí tuvo lugar en los años sesenta con los autores latinoamericanos en Europa, sino que tanto las ediciones de obras individuales como la aparición de varias antologías bilingües de poetas y narradores dominicano-americanos, forman una literatura de la diáspora que no deja de estar, al decir del crítico Torres-Saillant, “circunscrita a la periferia del margen”.
==Primera parte de seis
* 2- Dominican-york
* 3- La identidad al interior de la isla
* 4- Más voces
* 5- Del nombre y otros rasgos
* 6- Estación de invierno
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 02 de octubre de 2003)
¿Qué ocurriría si un hijo de uruguayos nacido en Nueva York recibiera reconocimiento como escritor en Estados Unidos; o si un montevideano de poco más de treinta años que vive en Nueva Jersey desde los siete publicara sus cuentos, asiduamente, en The New Yorker y sus libros recibieran buenas críticas en influyentes periódicos como The New York Times? ¿Formarían parte de la literatura uruguaya? ¿Y si los premios nacionales de poesía fueran ganados por compatriotas que no habían empezado la escuela cuando se mudaron con sus familias a Boston? Todo eso, que podría comenzar a ocurrir dentro de un par de generaciones si continúa el éxodo de estos primeros años del siglo, es lo que desde hace más de una década viene sucediendo con los autores dominicanos.
Julia Álvarez, neoyorquina-dominicana de cincuenta y dos años, es en la actualidad una de las escritoras más sólidas del catálogo caribeño y centroamericano de Alfaguara. Su novela En el nombre de Salomé fue uno de los lanzamientos de esa editorial para la Feria del Libro de Santo Domingo del año pasado, y ya tiene distribución en Uruguay. El asunto elegido se inscribe en uno de los universos temáticos más transitados por la literatura dominicana: la identidad. Un eje que en el caso de los escritores de la diáspora adquiere un significado doble. Por una parte el cuestionamiento sobre lo que significa ser dominicano, interpelación que Julia Álvarez canaliza ficcionando la vida de la poeta y educadura Salomé Ureña, para extraer de la Salomé personaje y de su hija, de las dos épocas que representan, dos formas diferentes de elaborar el dilema de la identidad y del compromiso con una idea de nación que no logran asir con exactitud pero ante la que tampoco pueden permanecer indiferentes. Y por otra parte, los escritores de la diáspora también se han planteado el cuestionamiento de lo que significa ser dominicano-americano, si es que eso significa algo, cuestión que la propia Julia Álvarez trató en profundidad hace más de una década en su libro De cómo las chicas García perdieron su acento.
Viviendo a medio camino entre la tranquilidad de Vermont, en la frontera con Canadá, y su granja de café orgánico en República Dominicana, Julia Álvarez no tiene la centralidad de otros autores en la escena literaria dominicano-americana. Si se quiere citar un nombre que ocupe ese espacio es posible que haya que señalar a Junot Díaz, nacido en 1969 y habitante de Nueva York desde los siete años, que mantiene un jugoso contrato con la prestigiosa editorial estadounidense Putnam, y cuya colección de cuentos Drown (Ahógate) fue recibida con entusiasmo por The New York Times y The Village Voice.
El suceso estadounidense de varios escritores de la antigua isla de La Española no implica un boom editorial al estilo del que sí tuvo lugar en los años sesenta con los autores latinoamericanos en Europa, sino que tanto las ediciones de obras individuales como la aparición de varias antologías bilingües de poetas y narradores dominicano-americanos, forman una literatura de la diáspora que no deja de estar, al decir del crítico Torres-Saillant, “circunscrita a la periferia del margen”.
==Primera parte de seis
* 2- Dominican-york
* 3- La identidad al interior de la isla
* 4- Más voces
* 5- Del nombre y otros rasgos
* 6- Estación de invierno
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 02 de octubre de 2003)
Etiquetas: Literatura, R.Dominicana
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