06 julio 2001

Los tigres de Arkan


@lopezbelloso

"Ya se blanden las hachas, ya salieron los cuchillos, pronto se verá el color de la sangre". Esta declaración de guerra no está tomada de una batalla sino que es un canto de tribuna. Mientras Yugoslavia entraba en la segunda mitad de los años ochenta, los encuentros de la Liga Nacional de Fútbol entre el Estrella Roja o el Partisano de Belgrado (serbios) contra equipos croatas como el Dinamo de Zagreb o el Hajduk de Split, eran batallas campales en potencia. Si en alguno de esos partidos estaba Slobodan Milosevic en el palco oficial, los hooligans serbios cantaban con solemnidad: "De Kosovo a Knin no hay más que serbios, Slobo el serbio, Serbia está contigo...".

Entrados los noventa, controlar los clubes más populares y sus barras bravas era casi una tarea política y militar. No en vano el hombre que simbolizó el fútbol yugoslavo de los años noventa no fue ningún jugador, sino que este rol le cupo al líder de los paramilitares serbios y criminal de guerra, Zeljko Raznatovic, alias Arkan (foto). "Este delincuente común y agente de los servicios secretos, supo desplegar un talento inigualado para movilizar a los hinchas y a los hooligans en las aventuras guerreras de la Gran Serbia", indica la periodista de Le Monde Diplomatique Claude Samary. En su Guardia de voluntarios serbios, la mayoría eran miembros de la barra brava del Estrella Roja de Belgrado.

Cuando volvió de sus campañas de Bosnia y de Croacia, donde sus hombres llevaron el peso de varios de los peores crímenes contra la población civil, Arkan compró una pequeña confitería que estaba frente al estadio de fútbol de Belgrado y pronto la convirtió en un establecimiento de lujo. Hizo lo mismo con Obilic, un modestísimo club de provincia al que volvió campeón de Yugoslavia. Su táctica consistía en fichar a los mejores jugadores, intimidar a los contrarios y presionar a los árbitros. Eran los tiempos en que el sociólogo serbio Ivan Colovic constataba con amargura: "cuando los jefes de los hooligans se vuelven los héroes nacionales, la subcultura de los hooligans tiende a convertirse en la cultura dominante, la de la elite social,".

El fútbol no era el único componente de la cultura de masas serbia. Iba de la mano con la fusión de hardcore y música popular yugoslava conocida como turbo folk. Una unión que en 1995 se materializaba en la pareja que formaban Arkan y la pop-star Ceca (Svetlana Ražnatović). Este matrimonio (foto) también simboliza otra cercanía: la de la música turbo folk y el paramilitarismo. El turbo fusiona la música anglosajona de discoteca con canciones de amor y viejas tonadas folkóricas. Era tan representativo de la sensibilidad serbia de los noventa, que cuando en enero de 2000 el autor de esta nota entró a una disquería yugoslava y pidió un compacto de música tradicional serbia, no se le ofreció otra cosa que una grabación de turbo folk.

El éxito del turbo folk, que en una de sus canciones más populares proclamaba Mila bracho, doshlo novo doba/ Radio se Miloshevich Sloba (queridos hermanos llega una nueva era/ Milosevic Slobo ha nacido), se basaba en su carácter de "música perfecta para paramilitares que necesitan tanto del nacionalismo kitsch como de formas musicales de alta adrenalina", explica Alexei Monroe en un artículo publicado en Central Europe Review. La música turbo se inscribe, junto a las barras bravas del fútbol y al despliegue de imágenes porno-soft en medios amarillistas, en lo que Monroe llama hardcore balcánico. Una cultura popular que implica un apocalíptico retorno a lo real, forzado por la dureza de la época en la que ha tocado vivir, un retorno a lo real que vuelve imperativo el consumismo. Debe consumirse el nacionalismo y debe consumirse al otro. "Las ejecuciones y las violaciones masivas serían el punto extremo del disfrute apocalíptico de este hardcore balcánico", sugiere Monroe.

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(Artículo de Roberto López Belloso publicado en el semanario Brecha, de Uruguay, el 6 de julio de 2001)

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