23 marzo 2001

Nicaragua: tres instantáneas de la posguerra (1)

Jalapa

Para los habitantes de Jalapa el sonido de la vieja motocicleta de Ramón Rivera se parece al batir de alas del ángel de la muerte. Ramón Rivera nunca le hizo daño a nadie. Ni siquiera está de acuerdo con la venganza. Acodado sobre una mesa de madera en su taller de fabricación de guitarras, este hombre de hablar pausado parece dotado de una rara paz espiritual. En realidad se trata de una amargura que a pesar del tiempo transcurrido no se le ha quitado del rostro. Dotado de una inusual habilidad para construir unas guitarras que -según los entendidos- tienen un sonido perfecto, Ramón Rivera toca en un cuarteto de músicos que lleva el nombre de un sacerdote asturiano que murió combatiendo en las filas del Frente Sandinista, Gaspar García Laviana. Tres años les costó a los otros músicos convencerlo de que aceptara ocupar el lugar que era de su hermano, Cristino, asesinado a golpes de machete, por la espalda, en la puerta de su casa. "¿Que cómo se hace para convivir con el dolor? Es como cuando se trabaja la tierra. Primero se lastiman las manos y sangran. Después se forman callos". A pesar del tiempo transcurrido, la corona de flores de plástico que acompañó el entierro de Cristino todavía está en el living de la sencilla casa de los Rivera. Pero nada de eso tiene relación con el sonido de la vieja motocicleta con aspecto de reliquia de la Segunda Guerra Mundial. Ese ruido todavía espanta en varios kilómetros a la redonda, ya que Ramón Rivera era el encargado de llevar la noticia a las familias de los adolescentes que morían cumpliendo su Servicio Militar durante la guerra entre los sandinistas y la 'contra'. Todavía hoy existen quienes culpan al mensajero de la suerte de su hijo. Ese dolor es el que se lee en el rostro de Ramón Rivera.


Jalapa no es una excepción. Toda Nicaragua vivió durante los últimos sesenta años de su historia -desde que Somoza mandó fusilar a traición a Augusto Calderón Sandino luego de haber firmado la paz, hasta el más reciente asesinato en el colombianizado triángulo minero- temiendo escuchar el sonido de la motocicleta de Ramón Rivera. Paradojalmente son las vetustas minas de oro de Siuna, Bonanza y Rosita, que fueron el símbolo de la lucha de Sandino contra la invasión de Estados Unidos en los años treinta, las que hoy se convirtieron en teatro de operaciones de la violencia contra los empobrecidos campesinos del área por parte de los narcotraficantes locales que responden al cartel de Sinaloa. Pero nada es sencillo en un país en el que se mezclan tantos años de enfrentamientos y tantas lealtades cruzadas. Este artículo, que no pretende explicar el fenómeno, muestra tres instantáneas de esa realidad. Una de 1992, tomada en una zona en la que los sandinistas son una fuerza marginal, casi simbólica. Otra de 1995 y procedente de una aislada población del noreste, cercana al triángulo minero. La tercera es del 2000, y ya no procede de una experiencia directa del autor de la nota sino que refleja la investigación de dos sociólogos sobre la violencia campesina y recoge crónicas de la prensa de aquel país. Las tres pueden ser vistas como ejemplos de una violencia que se ha transformado en atemporal.

==Primera parte de tres

* 2- Parte II
* 3- Parte III

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en marzo de 2001)

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