Cuaderno de los Balcanes II:
Pella y las tumbas reales de Macedonia
Poco queda del palacio en el que nació Alejandro. Un amplio piso embaldosado marca el sitio donde se supone que transcurrió la infancia del semidios. Al palacio le faltan las paredes y el techo. Algunas columnas y ánforas intentan darle cierto carácter, pero es en vano. Cruzando la ruta, un pequeño museo guarda los mosaicos rescatados por los arqueólogos.
Cuando me paro ante una escena de caza me resulta imposible no pensar que esa figura que mata a un felino con su espada (detalle) es una representación de Alejandro. Nada más alejado de la verdad histórica. Me consuelo recordando que tampoco le corresponde el rostro que suele darle la iconografía de divulgación, que pone en el príncipe macedonio los rasgos de un busto que representaba al dios Helios. Tal vez esa confusión, más periodística que histórica, no sea del todo inadecuada para representar a quien se hizo construir una genealogía que hundía sus raíces en los dioses olímpicos.
Pero no es aquí donde se puede encontrar verdaderamente el esplendor helenístico. Hay que alejarse unos kilómetros más de la frontera y llegar a Vergina. Allí están las tumbas reales de Macedonia. Desde afuera el lugar tiene la apariencia insípida de un estacionamiento. Hay que ingresar por una puerta casi secundaria, y luego de pasar por la boletería se desciende a uno de los sitios arqueológicos más impactantes de toda Grecia. El museo y el yacimiento están cavados como una amplia gruta subterránea, y al principio se hace necesario avanzar a tientas. Cuando los ojos se acostumbran a la penumbra, se van recorriendo las diferentes tumbas, que están exactamente en el lugar donde fueron halladas, ya que fue el museo lo que se les construyó alrededor. Junto a cada una, hay vitrinas o paneles que exhiben los objetos que contenían o reproducen los murales que decoraban sus paredes.
Uno de ellos, en tonos ámbar y rosa viejo, recrea el rapto de Perséfone, prueba irrefutable de las pasiones humanas de los dioses. Unos pasos más allá está la tumba de Filipo. Dicen que el propio Alejandro lo hizo matar. Le obsequió a su padre unos fastuosos funerales, no por arrepentimiento, sino para demostrar su poder en ese momento crítico. Cerca de la tumba, una vitrina muestra el cofre de oro en el que se guardaron los restos del rey. Durante sus honras fúnebres, quemaron su cuerpo en una pira ritual, pero no dejaron que los huesos se dañaran. Los sacerdotes los lavaron con vino y los guardaron allí, para la eternidad.
==Tercera parte de cuatro
* 1- Cuaderno de los Balcanes II: El viejo nombre de Tito
* 2- Maldita vecindad
* 4- Skopje
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha 7 de julio de 2004)
Cuando me paro ante una escena de caza me resulta imposible no pensar que esa figura que mata a un felino con su espada (detalle) es una representación de Alejandro. Nada más alejado de la verdad histórica. Me consuelo recordando que tampoco le corresponde el rostro que suele darle la iconografía de divulgación, que pone en el príncipe macedonio los rasgos de un busto que representaba al dios Helios. Tal vez esa confusión, más periodística que histórica, no sea del todo inadecuada para representar a quien se hizo construir una genealogía que hundía sus raíces en los dioses olímpicos.
Pero no es aquí donde se puede encontrar verdaderamente el esplendor helenístico. Hay que alejarse unos kilómetros más de la frontera y llegar a Vergina. Allí están las tumbas reales de Macedonia. Desde afuera el lugar tiene la apariencia insípida de un estacionamiento. Hay que ingresar por una puerta casi secundaria, y luego de pasar por la boletería se desciende a uno de los sitios arqueológicos más impactantes de toda Grecia. El museo y el yacimiento están cavados como una amplia gruta subterránea, y al principio se hace necesario avanzar a tientas. Cuando los ojos se acostumbran a la penumbra, se van recorriendo las diferentes tumbas, que están exactamente en el lugar donde fueron halladas, ya que fue el museo lo que se les construyó alrededor. Junto a cada una, hay vitrinas o paneles que exhiben los objetos que contenían o reproducen los murales que decoraban sus paredes.
Uno de ellos, en tonos ámbar y rosa viejo, recrea el rapto de Perséfone, prueba irrefutable de las pasiones humanas de los dioses. Unos pasos más allá está la tumba de Filipo. Dicen que el propio Alejandro lo hizo matar. Le obsequió a su padre unos fastuosos funerales, no por arrepentimiento, sino para demostrar su poder en ese momento crítico. Cerca de la tumba, una vitrina muestra el cofre de oro en el que se guardaron los restos del rey. Durante sus honras fúnebres, quemaron su cuerpo en una pira ritual, pero no dejaron que los huesos se dañaran. Los sacerdotes los lavaron con vino y los guardaron allí, para la eternidad.
==Tercera parte de cuatro
* 1- Cuaderno de los Balcanes II: El viejo nombre de Tito
* 2- Maldita vecindad
* 4- Skopje
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha 7 de julio de 2004)
Etiquetas: Balcanes, Grecia, Segundo cuaderno
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