09 junio 2004

El viejo cementerio

El Keramiko fue el cementerio de la ciudad desde el siglo diez antes de cristo. Hoy es un sitio arqueológicoalgo marginado de los circuitos turísticos. Para llegar se pasa por una avenida poluida cortada por callejas mugrientas donde las tiendas de souvenirs han sido sustituidas por tolderías que venden ropa militar. Es increíble la pasión de los griegos por la tela camuflada. El humo y el ruido de los escapes me cercan antes de que logre llegar al antiguo camposanto. Sudado y de mal humor arribo, finalmente, a una manzana amurallada en la que apenas logra adivinarse, a lo lejos, una entrada.

No hay un solo visitante. Me recibe una mujer completamente vestida de negro. Una viuda, pienso. Nadie más adecuada para cobrar la entrada a un cementerio. Cuando me entrega el ticket señala un pequeño museo y un patio con una galería cubierta de lápidas antiguas. De su menuda figura encorvada sale una voz ronca y cavernosa. Dimitriiii, grita, llamando a su hijo. La única respuesta es el silencio. Vuelve a llamarlo tres o cuatro veces más, sin que nadie responda. La dejo sola y comienzo a recorrer los verdes senderos bordeados de muertos.

Un toro de piedra. Estelas con relieves que han captado a la perfección la leve evanescencia de las túnicas que se vestían para dejar este mundo. Rostros increíblemente jóvenes cincelados en el mármol pentélico. Morir no era cosa de viejos entre los helenos. En un rincón insignificante está lo que vengo a buscar: los vestigios de las murallas de Temístocles. A la vista no son nada. Como sucede con casi todos los sitios arqueológicos no reconstruídos, el sentido debe traerlo consigo el visitante. Unos pasos más allá está la puerta de Dipylon.

Desde allí, aproximadamente, Pericles dijo su célebre oración funeraria honrando a los caídos en el primer año de la Guerra del Peloponeso, discurso que se transformaría en una declaración de principios de la democracia ateniense. Regreso al punto de partida y resuelvo dar una rápida mirada al pequeño museo del lugar. Sentado en un escritorio ante la entrada, vegeta Dimitri con su rostro copiado de la Psicosis de Hitchcock. Lo saludo por su nombre. Me mira, extrañado. Afuera se sigue escuchando la voz de su madre que lo llama. Dimitri no exhibe intenciones de contestar.

==Cuarta parte de cuatro

* 1- Cuaderno de los Balcanes II: Entre la Grecia clásica y la herencia de Bizancio
* 2- Las otras colinas
* 3- Ciudad bizantina

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha 9 de junio de 2004)

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