Atenas: ciudad bizantina
En cada viaje a la zona balcánica, mi obligada peregrinación a Atenas me confirmaba, así estuviera una semana o un par de días, que la ciudad, más allá de sus restos arqueológicos helénicos, sus teatros romanos o su modernidad caótica y refinada, es en su esencia una ciudad bizantina.
Es uno de mis primeros días en Atenas. Salgo del hotel de la calle Mitropoleos sin un plan prestablecido y voy topándome, una tras otra, con innumerables iglesias. Todas tienen la marca de Bizancio: ladrillo a la vista en la fachada, cúpulas de capelina, un interior poblado de frescos o mosaicos. La Pequeña Metrópolis, con sus guardas de piedra representando animales mitológicos. La de Ioannis Kolonastis, con su columna corintia, que ya en tiempos antiguos era un lugar sagrado al que los promesantes iban en busca de sanación (hoy, junto a sus íconos, las placas de latón representando órganos o miembros del cuerpo humano, colocadas allí por quienes han recibido la gracia, testimonian la vigencia de lo que se supone fue un viejo santuario de Esculapio).
En la de Agios Theodori (foto), a un paso de la Plaza de las Penas, veo por primera vez el rito de los oficinistas que suspenden por un instante su agitado deambular de trámite en trámite, entran en la iglesia, besan el vidrio de un ícono, compran una delgada vela color ocre, la encienden y la clavan en un ofertorio con arena, para luego de una plegaria silenciosa seguir camino con naturalidad. También está la iglesia de los Ángeles Incorpóreos, en pleno barrio judío, que tal vez guarde un óleo del Greco a la izquierda de la entrada, aunque los expertos no se han puesto de acuerdo todavía.
Pero ninguna -repito, ninguna- se acerca ni un poco a la hermosa y delicada iglesia de Karnikarea. Me toma por sorpresa a la altura de la calle Ermou. En un cruce de peatonales, sitiada por edificios modernos, me golpea con su aparición inesperada la más bella de las iglesias bizantinas de Atenas. Insular, se recuesta sobre un naranjo, sin darse por enterada de que está en plena ciudad moderna. Esta minúscula iglesia del siglo XI es una de las imágenes indelebles con las que Atenas suele tatuar las retinas de quien no se conforma con el mármol. Hacia aquí parece dirigirse la estatua dorada de Constantino Paleologos que se levanta un par de cuadras más allá.
El último emperador de Bizancio, viendo a Constantinopla perdida ante el asalto de los otomanos, se quitó las insignias imperiales y se sumergió en el fragor del combate, para morir con sus soldados defendiendo las murallas. Aunque estamos lejos de la actual Estambul, en ningún lugar está mejor guardada que aquí la memoria de Constantino Paleologos. Todavía en Atenas el martes es un día de mala suerte, porque fue un martes el día fatal en que cayó Constantinopla. También la herencia de esa superstición se la debemos a los griegos.
==Tercera parte de cuatro
* 1- Cuaderno de los Balcanes II: Entre la Grecia clásica y la herencia de Bizancio
* 2- Las otras colinas
* 4- El viejo cementerio
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha 9 de junio de 2004)
Es uno de mis primeros días en Atenas. Salgo del hotel de la calle Mitropoleos sin un plan prestablecido y voy topándome, una tras otra, con innumerables iglesias. Todas tienen la marca de Bizancio: ladrillo a la vista en la fachada, cúpulas de capelina, un interior poblado de frescos o mosaicos. La Pequeña Metrópolis, con sus guardas de piedra representando animales mitológicos. La de Ioannis Kolonastis, con su columna corintia, que ya en tiempos antiguos era un lugar sagrado al que los promesantes iban en busca de sanación (hoy, junto a sus íconos, las placas de latón representando órganos o miembros del cuerpo humano, colocadas allí por quienes han recibido la gracia, testimonian la vigencia de lo que se supone fue un viejo santuario de Esculapio).
En la de Agios Theodori (foto), a un paso de la Plaza de las Penas, veo por primera vez el rito de los oficinistas que suspenden por un instante su agitado deambular de trámite en trámite, entran en la iglesia, besan el vidrio de un ícono, compran una delgada vela color ocre, la encienden y la clavan en un ofertorio con arena, para luego de una plegaria silenciosa seguir camino con naturalidad. También está la iglesia de los Ángeles Incorpóreos, en pleno barrio judío, que tal vez guarde un óleo del Greco a la izquierda de la entrada, aunque los expertos no se han puesto de acuerdo todavía.
Pero ninguna -repito, ninguna- se acerca ni un poco a la hermosa y delicada iglesia de Karnikarea. Me toma por sorpresa a la altura de la calle Ermou. En un cruce de peatonales, sitiada por edificios modernos, me golpea con su aparición inesperada la más bella de las iglesias bizantinas de Atenas. Insular, se recuesta sobre un naranjo, sin darse por enterada de que está en plena ciudad moderna. Esta minúscula iglesia del siglo XI es una de las imágenes indelebles con las que Atenas suele tatuar las retinas de quien no se conforma con el mármol. Hacia aquí parece dirigirse la estatua dorada de Constantino Paleologos que se levanta un par de cuadras más allá.
El último emperador de Bizancio, viendo a Constantinopla perdida ante el asalto de los otomanos, se quitó las insignias imperiales y se sumergió en el fragor del combate, para morir con sus soldados defendiendo las murallas. Aunque estamos lejos de la actual Estambul, en ningún lugar está mejor guardada que aquí la memoria de Constantino Paleologos. Todavía en Atenas el martes es un día de mala suerte, porque fue un martes el día fatal en que cayó Constantinopla. También la herencia de esa superstición se la debemos a los griegos.
==Tercera parte de cuatro
* 1- Cuaderno de los Balcanes II: Entre la Grecia clásica y la herencia de Bizancio
* 2- Las otras colinas
* 4- El viejo cementerio
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha 9 de junio de 2004)
Etiquetas: Balcanes, Bizancio, Regreso a Bizancio, Religiones, Religiones 2000/2004, Segundo cuaderno
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