11 junio 2004

La abuela del ministro

El escritor en actividad más brillante de América Latina, es también uno de sus mejores periodistas. Mario Vargas Llosa no sólo hace un periodismo de opinión que deleita a quienes están de acuerdo con sus ideas y enfurece a los que abrevan de fuentes opuestas, sino que de tanto en tanto se da el gusto de ir al centro de la información internacional y realizar, por ejemplo, una serie de reportajes sobre el Irak ocupado.
Su último artículo, que conocí gracias a que un colega lo hizo circular en una red virtual de escritores uruguayos, aborda el tema de Palestina y compara alguna de las acciones del ejército israelí con las atrocidades estadounidenses en las cárceles de Irak. Vargas Llosa evita “las peligrosas amalgamas” y destaca los mecanismos de control que tienen las sociedades democráticas, que fueron, en su opinión, los que permitieron que esos hechos salieran a la luz pública: “la crítica más feroz a las atrocidades contra civiles palestinos en Gaza no ha salido de la boca o la pluma de los adversarios de Israel, sino de Tomy Lapid, líder de un partido laico israelí de corte centrista y ministro de Justicia del propio Gobierno de Ariel Sharon”.
Agrega el escritor peruano: “El ministro Lapid, nieto de una mujer asesinada por los nazis en Auschwitz, no tuvo empacho en decir, desde su escaño en el Parlamento de Israel, que las imágenes de las mujeres palestinas escarbando los escombros de sus casas derribadas por los tanques de Israel le ‘recordaron a su abuela’. Y pidió que terminaran las demoliciones de viviendas en el campo de refugiados de Gaza porque esas acciones de represalias ‘no eran humanas, no eran judías’. Aunque hayan llovido injurias y diatribas sobre Tomy Lapid, éste se halla todavía en el Parlamento y en el Gobierno y al frente de su partido”. El texto de Vargas Llosa no es antijudío, ni siquiera antisionista, y de varios pasajes se desprende una firme actitud en contra de los atentados suicidas realizados por comandos palestinos de Hamás o de la Jihad Islámica. Pero la frase final no oculta una amarga decepción: “parece mentira que la hermosa gesta de los sionistas que, después de sufrir tanto en Europa, llegaron a Palestina a convertir el desierto en un vergel y a construir una sociedad fraterna, libre y generosa, haya terminado en esta vergüenza”.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en junio de 2004)

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