09 julio 2004

Cuaderno de los Balcanes II:
El viejo nombre de Tito

En las zonas de frontera no suele tenerse demasiada simpatía por quienes están del otro lado. En la vieja Salónica, sin embargo, ni siquiera se reconoce que haya un otro allí afuera. Entre dos macedonias, la griega y la ex yugoslava, y a un paso de una tercera, la búlgara, se desarrolla esta última nota del segundo cuaderno de los Balcanes.

Capital del norte griego, Tesalónica es una vibrante ciudad europea en la que el sonido tecno que sale de los bares de moda contrasta con la bucólica imagen cilíndrica de la torre blanca, una postal medieval rodeada de palmeras que esconde un pasado sangriento. No hay belleza inocente cuando la arquitectura está cargada de historia. Orgullosamente griega, Tesalónica no perteneció formalmente a Grecia sino hasta el declinar del imperio otomano y fue allí donde nació, paradójicamente, el más turco entre los turcos: Mustafá Kemal (foto), que con los años sería llamado Ataturk, padre de la Turquía moderna. Más allá de algún recordatorio formal de la museística local, la ciudad lo ha borrado de su álbum de familia.

Por contraste, en Tesalónica es posible cruzarse con varias de las iglesias ortodoxas más hermosas del norte griego, y sus calles guardan el eco de las voces del sefarad que trajeron a estas tierras el sonido del español antiguo, cuando los judíos fueron expulsados de la península Ibérica por los Reyes Católicos. Toda esa herencia están dispuestos a aceptar sus habitantes, aunque la refieren con una cierta displicencia, como si no le dieran el estatus de lo histórico y la tomaran apenas como parte de un pasado reciente, casi periodístico.

La verdadera historia, la única que consideran digna de su genealogía, procede del reino macedonio de Alejandro Magno, el más universal entre los antiguos griegos. En ese origen a mitad de camino entre el museo y la mitología, está la causa de la terquedad con la que los macedonios griegos se resisten a nombrar el país que tienen al otro lado de la frontera. Como en todas partes, también aquí es una larga avenida la que separa el centro y la estación de trenes. Una avenida que va despojando a la ciudad de su belleza marítima de inspiración egea, y a medida que la obliga a recorrer su elongado trayecto la va volviendo más y más balcánica.

En la boletería no quieren venderme el pasaje. No hay tren que vaya a Macedonia ya que aquí estamos, precisamente en Macedonia. No es un problema de idioma. Recién cuando le doy el nombre de la ciudad, Skopje, el funcionario finje entender lo que en verdad había entendido desde un comienzo y me vende el boleto. En la casa de cambios de la estación es imposible conseguir dinares macedonios. ¿Dinares yugoslavos?, pregunta el cambista. No, dinares macedonios, le respondo. Hace un gesto de desaprobación y niega conocer esa exótica divisa, a pesar de que es la que se usa en el país que está al otro lado de la línea divisoria. Tiene cotización para cualquier otra moneda menos para esa. Porque no existe. No la moneda, el país no existe.

==Primera parte de cuatro

* 2- Maldita vecindad
* 3- Pella
* 4- Skopje

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha 7 de julio de 2004)

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