Ryad-Tehrán
La focalización del discurso sobre el nuevo orden en una cruzada contra Al-qaeda, esconde la verdadera preocupación de Washington. Como se indicó en un comentario sobre el libro Guerra por los Recursos, de Michael Klare, en 2010 Estados Unidos terminará con sus reservas de petróleo, y unos años más tarde estará disputando con China el acceso –y tal vez el control- al crudo del Golfo Pérsico y de Asia Central. Por eso tenía que quitar a los talibán de suelo afgano, para evitar que siguieran con su proceso de islamización radical de las ex repúblicas soviéticas centroasiáticas. Y por eso el derrocamiento de Hussein. Ninguna de las dos jugadas tienen relación con Al-qaeda más allá de que esta red espectral sirvió de excusa en ambos casos.
El eje real de la preocupación de Estados Unidos para asegurar su acceso al petróleo y llegar con el mundo musulmán a una pax americana similar a la que tuvo con la Unión Soviética años atrás, pasa por Irán y por Arabia Saudita. Este último es el tradicional aliado de Washington detrás del velo islámico, mientras que los iraníes son el verdadero poder en ese tablero. Enemistados durante largo tiempo, el régimen moderado de Jatami realizó a fines de los años noventa una serie de acercamientos diplomáticos con la casa real saudí, fundados en el interés de consolidar una alianza que dejara el negocio del petróleo a salvo de las diferencias religiosas. Los saudíes tendrían la garantía de que Tehrán no colaboraría con quienes quisieran desestabilizar su monarquía, a cambio de un respaldo al liderazgo de Irán entre los islamistas radicales en detrimento de otros grupos no chiitas y teóricamente más cercanos al wahabismo saudí. El campo de pruebas de esa alianza sería Afganistán.
Paralelamente a las negociaciones diplomáticas “abiertas”, que se llevaron a cabo en el intercambio de visitas oficiales y durante peregrinaciones a Meca y Medina (ambas en territorio saudí) de gobernantes iraníes, se llevaban a cabo reuniones reservadas en territorio talibán. El tercer vértice de ese triángulo era la inteligencia pakistaní, real anfitriona de esos acercamientos.
Ante esta entente, una posición norteamericana sensata, a pesar del discurso republicano, debería ser más la de un pacto de civilizaciones que la de un choque, para usar la terminología que popularizó Samuel Huntington (foto). Si quiere lograr sus objetivos de estabilidad, seguridad interna y acceso al petróleo, tendrá que pactar con el ala moderada del chiismo iraní. Un indicio de este tránsito puede descubrirse detrás de las reacciones de los distintos actores durante las recientes crisis de Afganistán e Irak. Los pakistaníes apoyaron a Estados Unidos, los iraníes se mantuvieron al margen, y los saudíes se mostraron menos dóciles que en situaciones anteriores. Los primeros apuestan a ser el articulador regional en el área de Asia Central, los segundos están dispuestos a una pax americana si eso les permite consolidarse como el centro de poder en el Golfo (para lo que necesitan un Irak chiita), y los saudíes, que eran los aliados en apariencia más sólidos de Estados Unidos, están en la posición más difícil: necesitan contentar al wahabismo más radical alejándose del servilismo de antaño, pero a la vez no pueden arriesgarse a quedar fuera del entendimiento Washington-Tehrán; saben que son el aliado del pasado y que su única oportunidad de sobrevida es acordar con Irán de manera independiente.
De cómo se resuelva la posguerra iraquí dependerá buena parte de la suerte de este nuevo estado de las cosas. Los atentados del 11 de setiembre no tienen relación alguna con los actores de la negociación, si bien los envuelven con su nube de polvo y opacidad. Al-qaeda, por ahora, es una construcción funcional basada en el fuerte sentimiento antioccidental de una parte del islamismo. El riesgo es que al haberle dado cuerpo y estatus, la creación adquiera vida propia y se desplazace, por primera vez, al centro real de la escena. Por ahora se mantiene en los márgenes, donde siempre estuvo.
==Tercera parte de cuatro
* 1- Dos años después del 11 S: El tablero global resignificado
* 2- El otro
* 4- Afganistán
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en setiembre de 2003)
El eje real de la preocupación de Estados Unidos para asegurar su acceso al petróleo y llegar con el mundo musulmán a una pax americana similar a la que tuvo con la Unión Soviética años atrás, pasa por Irán y por Arabia Saudita. Este último es el tradicional aliado de Washington detrás del velo islámico, mientras que los iraníes son el verdadero poder en ese tablero. Enemistados durante largo tiempo, el régimen moderado de Jatami realizó a fines de los años noventa una serie de acercamientos diplomáticos con la casa real saudí, fundados en el interés de consolidar una alianza que dejara el negocio del petróleo a salvo de las diferencias religiosas. Los saudíes tendrían la garantía de que Tehrán no colaboraría con quienes quisieran desestabilizar su monarquía, a cambio de un respaldo al liderazgo de Irán entre los islamistas radicales en detrimento de otros grupos no chiitas y teóricamente más cercanos al wahabismo saudí. El campo de pruebas de esa alianza sería Afganistán.
Paralelamente a las negociaciones diplomáticas “abiertas”, que se llevaron a cabo en el intercambio de visitas oficiales y durante peregrinaciones a Meca y Medina (ambas en territorio saudí) de gobernantes iraníes, se llevaban a cabo reuniones reservadas en territorio talibán. El tercer vértice de ese triángulo era la inteligencia pakistaní, real anfitriona de esos acercamientos.
Ante esta entente, una posición norteamericana sensata, a pesar del discurso republicano, debería ser más la de un pacto de civilizaciones que la de un choque, para usar la terminología que popularizó Samuel Huntington (foto). Si quiere lograr sus objetivos de estabilidad, seguridad interna y acceso al petróleo, tendrá que pactar con el ala moderada del chiismo iraní. Un indicio de este tránsito puede descubrirse detrás de las reacciones de los distintos actores durante las recientes crisis de Afganistán e Irak. Los pakistaníes apoyaron a Estados Unidos, los iraníes se mantuvieron al margen, y los saudíes se mostraron menos dóciles que en situaciones anteriores. Los primeros apuestan a ser el articulador regional en el área de Asia Central, los segundos están dispuestos a una pax americana si eso les permite consolidarse como el centro de poder en el Golfo (para lo que necesitan un Irak chiita), y los saudíes, que eran los aliados en apariencia más sólidos de Estados Unidos, están en la posición más difícil: necesitan contentar al wahabismo más radical alejándose del servilismo de antaño, pero a la vez no pueden arriesgarse a quedar fuera del entendimiento Washington-Tehrán; saben que son el aliado del pasado y que su única oportunidad de sobrevida es acordar con Irán de manera independiente.
De cómo se resuelva la posguerra iraquí dependerá buena parte de la suerte de este nuevo estado de las cosas. Los atentados del 11 de setiembre no tienen relación alguna con los actores de la negociación, si bien los envuelven con su nube de polvo y opacidad. Al-qaeda, por ahora, es una construcción funcional basada en el fuerte sentimiento antioccidental de una parte del islamismo. El riesgo es que al haberle dado cuerpo y estatus, la creación adquiera vida propia y se desplazace, por primera vez, al centro real de la escena. Por ahora se mantiene en los márgenes, donde siempre estuvo.
==Tercera parte de cuatro
* 1- Dos años después del 11 S: El tablero global resignificado
* 2- El otro
* 4- Afganistán
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en setiembre de 2003)
Etiquetas: 11-S, Afganistán, Arabia Saudita, Irak 2001/2004, Irán, Irán 2002/2005, Pakistán
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