05 septiembre 2003

¿Será Irak un nuevo Líbano?

Con un animismo casi borgeano, los metales de las vitrinas que guardaban las reliquias de la mezquita que el viernes pasado fue reducida a escombros, viejos sables de las luchas por la sucesión de Mahoma, parecen volver a brillar en las sagradas tierras de Irak. El atentado de este 29 de agosto, que mató a 126 personas en la ciudad de Nayaf, incluido el clérigo chiita Mohammad Baqer al-Hakim, una de las figuras más influyentes del Irak pos Saddam, fue un episodio que tendrá hondas consecuencias en la posguerra iraquí. Su importancia radica en que puede ser leído como un ajuste de cuentas al interior de los grupos musulmanes, con lo que se abre un nuevo escenario de conflicto, paralelo al que enfrenta a la resistencia iraquí con las fuerzas de ocupación. Si el atentado contra la sede de Naciones Unidas fue probablemente obra de los leales al derrocado presidente Saddam Hussein, y pudo entenderse como un manotazo de ahogado que intentaba cerrar las puertas a una salida negociada que legitimara la liquidación política del partido Baaz, la explosión de Nayaf fue un hecho más complejo y peligroso para la estabilidad a mediano plazo. Nada se eligió al azar. Ni el lugar ni la víctima. Se mató al líder que podía garantizar la toma del poder por parte de los chiitas moderados, y se lo aniquiló en la mezquita que simboliza la división teológica y terrenal entre chiitas y sunníes.

Esta significación abre el abanico de los posibles autores, e incluye a los grupos armados sunníes, a los restos de los servicios de seguridad de Hussein, y a grupos chiitas radicales opuestos al liderazgo contemporizador de Mohammad Baqer al-Hakim. De todas estas hipótesis, la primera es la más peligrosa. Un ataque de los restos del husseinismo no deja de ser una medida desesperada, y un golpe de los chiitas radicales puede ser neutralizado de manera relativamente sencilla al interior de esa comunidad. Pero si el detonador aparece en manos de milicias sunníes, el país puede encaminarse hacia el escenario de libanización que pronosticó Gustavo Sierra en la edición de Clarín del pasado sábado.

La división entre sunníes y chiitas es muy sensible a los enfrentamientos políticos, ya que ese cisma fue, antes que nada, una puja por el poder terrenal, y se articuló alrededor de la figura del yerno del profeta Mahoma, llamado Alí ibn Abi Talib, cuarto califa, quien se supone que está enterrado, precisamente, en la mezquita de Nayaf. El propio Alí tuvo la vida de un guerrero, y libró alguna de sus batallas en Basora, ciudad claramente reconocible en el atlas de esta segunda Guerra del Golfo. El término 'chiita' deriva de la frase árabe shiat Alí, que significa 'los partidarios de Alí'. Nombra al grupo de musulmanes que le consideraban cabeza del único tronco dinástico con derecho a considerarse heredero legítimo de Mahoma. Esto los fue separando de otras ramas del Islam, en especial de los sunníes, y les llevó a configurar su doctrina del imanato. Como ocurre en todos los aspectos relacionados con el mundo musulmán, no hay espacio para las simplificaciones. Debe tenerse en cuenta que no todos los chiitas cuentan del mismo modo a los imanes, y si bien la mayoría reconoce que el imán anterior designa a su sucesor, a veces no se ponen de acuerdo en cuál de los hijos de cada imán fue nombrado heredero, lo que en un movimiento tan fuertemente pautado por lo político, provoca a su vez nuevas subdivisiones. Hay grupos, entre ellos algunas de las ramas del subtronco chiita ismailí (los cármatas y los bohras) que creen que se produjo en algún momento de la historia un quiebre en la línea de los imanes, y esperan la llegada del verdadero imán, el Mahdí. Tal complejidad brinda el marco ideal para que diversos grupos armados se sientan teológicamente legitimados para disputarse el poder en las sagradas tierras de Irak, e intentar decidir de una vez por todas la vieja batalla del Camello, ocurrida en el año 656, cuando se enfrentaron las fuerzas de Alí contra las de Tahla y Zubair, dos antiguos compañeros de Mahoma que luchaban con el apoyo de Aisha, tal vez la viuda del profeta que conservó mayor peso político después de la muerte del fundador del Islam.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 05 de setiembre de 2003)

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