01 junio 2007

Más que un damero

Actualmente la pertenencia a un estado nacional ya no aparece como un axioma incuestionable (¿son españoles los vascos? ¿son los habitantes de la cosmopolita Nueva York o de Los Ángeles igualmente estadounidenses que los nacidos en las ciudades del medio Oeste de Estados Unidos? ¿el habitante promedio del norte industrializado se siente parte de una misma sociedad con los italianos del sur?) a la vez que las construcciones supranacionales tienen todavía mucho camino que recorrer para ser vistas como claras generadoras de identidades políticas (¿hay lugar en Europa para griegos y turcos?). En ese contexto la ciudad vuelve a ser vista como el lugar en el que se resuelven las cuestiones siempre problemáticas de la comunidad y la ciudadanía.

Antropólogos como Arjun Appadurai (foto) han arriesgado la hipótesis de que las ciudades "cuestionan las naciones, se distancian de ellas e incluso llegan a reemplazarlas como espacio crucial de la ciudadanía”. No son sólo espacio. Son –en palabras de Appadurai- “espacio vivido". Frente a la abstracción del Estado-nación, aparece la realidad palpable de la ciudad como espacio en el que tiene lugar la vida de todos los días.

Pero tan real es la ciudad que también ella se termina escapando como agua entre los dedos. No es lo mismo para unos que para otros, explica el sociólogo español Manuel Castells cuando habla del “dualismo urbano fundamental de nuestros días, oponiendo el cosmopolitismo de las élites, que viven en conexión diaria con todo el mundo (funcionalmente, socialmente, culturalmente), al tribalismo de las comunidades locales atrincheradas en sus espacios, que intentan controlar como último bastión contra las macrofuerzas que moldean sus vidas al margen de su voluntad”.

Es probable que en ese apego a lo local esté la explicación de la persistencia de algunas “comunas rojas” a las que se hace referencia en este artículo. Cuando los edificios de Belgrado todavía exhibían las heridas de los bombardeos de la OTAN, a fines de 1999, se podía encontrar en la ciudad unas postales que parecían diseñadas por Castells para demostrar su tesis. Las tarjetas reproducían el mapa que abre todas las historietas de la serie de Asterix el galo. La diferencia era que el estandarte imperial estaba sustituido por una bandera de Estados Unidos y que debajo del águila romana tenía un cartel con la palabra NATO (OTAN en inglés). En la postal la aldea de los galos no estaba en Galia sino en Belgrado, a la que se llamaba por su nombre antiguo, Singidunum. El texto que acompañaba la imagen parafraseaba al comic: “Es el año 1999 DC, Europa está enteramente ocupada por los americanos. Bueno, no completamente, una pequeña aldea de indomables serbios resiste ahora y siempre al invasor”.

No sería exacto hablar de Belgrado como una comuna roja, por más que los símbolos antiestadounidenses y antifascistas estén en todas partes, pero sí es posible entenderla como un ejemplo de cómo sus habitantes se refugian en la ciudad como ámbito de resistencia política a un entorno que incluso va más allá de lo nacional y desde ahí plantea la oposición entre lo local y lo global.

Consta de seis partes: * 1- León ciudad sandinista, * 2- Más que un damero, * 3- Bobigny: Asterix el rojo, * 4- Bajalta California: el tercer espacio, * 5- Bologna: ciudad partisana, * 6- Imaginarios urbanos.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 1 de junio de 2007)

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