Los lejanos
Neruda, que escribió toda la poesía, jamás podría haber escrito, sin embargo, una de las líneas más logradas de Rimbaud: “Una noche senté a la Belleza en mis rodillas. –Y la encontré amarga. –Y la injurié”. Todo lo contrario a ese verso es la poesía de Neruda. Por eso en tiempos recientes fue bien visto nombrarlo con la superficialidad del menosprecio. Jugada a lo bello, la poesía de Neruda encuentra detractores en el parnaso casi con la misma facilidad con la que encuentra lectores en las librerías. En cambio Nicanor Parra, con quien, a pesar de las apariencias, Neruda comparte más que patria y aniversario, se protege a sí mismo con el guiño del poeta que se viste de antipoeta, y amparado en el atuendo lanza el golpe bajo de su conocida cuarteta: “Durante medio siglo la poesía fue/ el paraíso del tonto solemne./ Hasta que vine yo/ y me instalé con mi montaña rusa”. Pérdida de tiempo es oponer a los lejanos.
Así como Parra protege su hueso tras la supuesta simpleza de, pongamos un ejemplo, sus Canciones rusas, Neruda se protege tras la epidermis casi empalagosa de sus ráfagas de imágenes. Casi todo el que escribe poesía se ha escondido alguna vez detrás de uno de esos dos escudos, o ha intentado mirarse en alguno de esos dos espejos. Ya lo hizo Parra antes que nadie: se busca a Neruda como se busca al padre, aunque se esconda la daga del parricidio al pie de página. Pero según dónde se busque será el Neruda que se encuentre. No es recomendable buscar al poeta centenario en la cansadora letanía de sus Odas elementales o de su Canto General. Allí sólo se encontrará al tonto solemne que todo poeta lleva consigo. El verdadero Neruda está en la montaña rusa de los Veinte poemas, escritos con la inalterada maestría de los veinte años, o en Residencia en la tierra, esa joya. Pero las visitas de cárceles son rápidas y el preso sólo tiene un par de frases para convencer al ministro de corte que le reduzca la condena. Démosle esa chance, entonces, al poeta centenario, y dejemos que se defienda de su propia imagen con esa pieza magistral de la poesía política que es “El barco” (en Navegaciones y Regresos) o con su mejor poema de amor, “Rangoon 1927”, contenido en uno de los tomos del Memorial de Isla Negra. Aunque antes de que el lector busque en su biblioteca o pida prestado, y se encuentre o reencuentre con cualquiera de esos dos poemas de Neruda, conviene recordar la advertencia de Parra: “Suban, si les parece./ Claro que yo no respondo si bajan/ echando sangre por boca y narices”.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha con motivo del centenario del bardo)
Así como Parra protege su hueso tras la supuesta simpleza de, pongamos un ejemplo, sus Canciones rusas, Neruda se protege tras la epidermis casi empalagosa de sus ráfagas de imágenes. Casi todo el que escribe poesía se ha escondido alguna vez detrás de uno de esos dos escudos, o ha intentado mirarse en alguno de esos dos espejos. Ya lo hizo Parra antes que nadie: se busca a Neruda como se busca al padre, aunque se esconda la daga del parricidio al pie de página. Pero según dónde se busque será el Neruda que se encuentre. No es recomendable buscar al poeta centenario en la cansadora letanía de sus Odas elementales o de su Canto General. Allí sólo se encontrará al tonto solemne que todo poeta lleva consigo. El verdadero Neruda está en la montaña rusa de los Veinte poemas, escritos con la inalterada maestría de los veinte años, o en Residencia en la tierra, esa joya. Pero las visitas de cárceles son rápidas y el preso sólo tiene un par de frases para convencer al ministro de corte que le reduzca la condena. Démosle esa chance, entonces, al poeta centenario, y dejemos que se defienda de su propia imagen con esa pieza magistral de la poesía política que es “El barco” (en Navegaciones y Regresos) o con su mejor poema de amor, “Rangoon 1927”, contenido en uno de los tomos del Memorial de Isla Negra. Aunque antes de que el lector busque en su biblioteca o pida prestado, y se encuentre o reencuentre con cualquiera de esos dos poemas de Neruda, conviene recordar la advertencia de Parra: “Suban, si les parece./ Claro que yo no respondo si bajan/ echando sangre por boca y narices”.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha con motivo del centenario del bardo)
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