La venganza
El 28 de junio de 1988, quinientos noventa y nueve años después de muerto el santificado príncipe serbio Lazar, comenzó el proceso recordatorio que culminaría en el Campo de los Mirlos un año más tarde. No se trataba sólo de un festejo, sino que se llevarían a su tierra nativa los restos de Lazar.
Al finalizar la batalla de 1389 había empezado el exilio del cuerpo del príncipe; para continuar con el paralelismo con la suerte de Cristo que gusta hacer la tradición épica serbia, podría decirse que el cadáver decapitado de Lazar había padecido una suerte de calvario que no había precedido al martirio sino que se había interpuesto en su camino al santo sepulcro. Al morir, los nobles serbios llevaron el cuerpo a la iglesia de Vaznesenje Hristovo, en Prishtina; luego lo trasladaron al monasterio de Ravanica donde la iglesia serbia proclamó a Lazar “santo y sagrado mártir”. Para evitar que su tumba se convirtiera en lugar de peregrinación y en foco de rebeldía contra el poder otomano, los turcos obligaron el traslado de los restos a lo que en aquél entonces era Hungría, al monasterio de Vrdnik en Fruska Gora. Durante la Segunda Guerra Mundial, y para evitar que cayeran en poder de los ustashi croatas, aliados de la Alemania nazi, los custodios de la tumba realizaron otro traslado, esta vez hacia el altar de la catedral ortodoxa de Belgrado.
Finalmente, se decidió que era tiempo que descansara en el monasterio de Ravanica, donde había sido santificado y cerca de su lugar natal, Cuprija. Ese traslado final debía hacerse con toda la pompa. Era todavía la Yugoslavia unida. El cortejo portador de las reliquias sagradas de Lazar recorrió, durante un año, todos los pueblos de Serbia. El periodista estadounidense Robert Kaplan fue testigo de esa procesión: “el paso del ataúd era recibido en cada lugar de parada por una multitud de plañideras desgarradas vestidas de negro”. Era la continuación de la pasión de Lazar crucificado en espera del día de la resurrección que, con fatalismo milenarista, se preparaba a la sombra del cálculo político. Una suerte de segundo advenimiento de aquél príncipe sobre el que los serbios habían colocado buena parte del peso de su svetosavlje, concepto que es uno de los pilares de la religión ortodoxa y que implica la combinación de “la aceptación del evangelio, de la ética de la justicia, y del carácter cristiano, junto a los ideales de libertad y amor”, explica la doctrina. Los nacionalistas croatas tenían una visión diferente del asunto. Dusan Bilandsic comentó el hecho indicando que “la propaganda serbia ha promovido una campaña de necrofilia inaudita”.
El escritor bosnio-croata Predrag Matvejevic también es crítico respecto a este montaje del nacionalismo serbio, pero no se lo toma a risa. “Kosovo tiene su realidad y su mito”, dice. Pero ese mito se ha transformado en “el arma de Milosevic”, porque “ha sido en Kosovo donde este dirigente de segunda fila de la Liga de los comunistas yugoslavos, ha hecho su primera hazaña en la Serbia postitista (...) Ha sabido poner su extraordinaria habilidad o astucia al servicio de un mito del que se sirve en su trabajo diabólico”. La hazaña comenzó en 1987 con una sonada visita de Milosevic a Kosovo, y terminó de delinearse en el acto del seiscientos aniversario de la batalla, en 1989, cuando proclamó abiertamente su nacionalismo serbio señalando el monumento conmemorativo de la derrota de 1389 y exclamando, mientras se dirigía hipotéticamente al príncipe Lazar:“nadie, ni ahora ni en el futuro, tiene el derecho de vencerte”. Es lo que algunos autores ven como la clausura de los caminos del entendimiento con eslovenos, croatas y bosnios al interior de la Federación. Es decir, el comienzo del fin de Yugoslavia.
==Quinta parte de nueve (Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en agosto de 2003)
* 1- Poesía épica serbia: La saga de Kosovo
* 2- La batalla
* 3- El rol de la épica
* 4- El contexto histórico
* 6- La mirada albanesa
* 7- La caída del reino de Serbia
* 8- La mirada turca
* 9- Fuentes
Al finalizar la batalla de 1389 había empezado el exilio del cuerpo del príncipe; para continuar con el paralelismo con la suerte de Cristo que gusta hacer la tradición épica serbia, podría decirse que el cadáver decapitado de Lazar había padecido una suerte de calvario que no había precedido al martirio sino que se había interpuesto en su camino al santo sepulcro. Al morir, los nobles serbios llevaron el cuerpo a la iglesia de Vaznesenje Hristovo, en Prishtina; luego lo trasladaron al monasterio de Ravanica donde la iglesia serbia proclamó a Lazar “santo y sagrado mártir”. Para evitar que su tumba se convirtiera en lugar de peregrinación y en foco de rebeldía contra el poder otomano, los turcos obligaron el traslado de los restos a lo que en aquél entonces era Hungría, al monasterio de Vrdnik en Fruska Gora. Durante la Segunda Guerra Mundial, y para evitar que cayeran en poder de los ustashi croatas, aliados de la Alemania nazi, los custodios de la tumba realizaron otro traslado, esta vez hacia el altar de la catedral ortodoxa de Belgrado.
Finalmente, se decidió que era tiempo que descansara en el monasterio de Ravanica, donde había sido santificado y cerca de su lugar natal, Cuprija. Ese traslado final debía hacerse con toda la pompa. Era todavía la Yugoslavia unida. El cortejo portador de las reliquias sagradas de Lazar recorrió, durante un año, todos los pueblos de Serbia. El periodista estadounidense Robert Kaplan fue testigo de esa procesión: “el paso del ataúd era recibido en cada lugar de parada por una multitud de plañideras desgarradas vestidas de negro”. Era la continuación de la pasión de Lazar crucificado en espera del día de la resurrección que, con fatalismo milenarista, se preparaba a la sombra del cálculo político. Una suerte de segundo advenimiento de aquél príncipe sobre el que los serbios habían colocado buena parte del peso de su svetosavlje, concepto que es uno de los pilares de la religión ortodoxa y que implica la combinación de “la aceptación del evangelio, de la ética de la justicia, y del carácter cristiano, junto a los ideales de libertad y amor”, explica la doctrina. Los nacionalistas croatas tenían una visión diferente del asunto. Dusan Bilandsic comentó el hecho indicando que “la propaganda serbia ha promovido una campaña de necrofilia inaudita”.
El escritor bosnio-croata Predrag Matvejevic también es crítico respecto a este montaje del nacionalismo serbio, pero no se lo toma a risa. “Kosovo tiene su realidad y su mito”, dice. Pero ese mito se ha transformado en “el arma de Milosevic”, porque “ha sido en Kosovo donde este dirigente de segunda fila de la Liga de los comunistas yugoslavos, ha hecho su primera hazaña en la Serbia postitista (...) Ha sabido poner su extraordinaria habilidad o astucia al servicio de un mito del que se sirve en su trabajo diabólico”. La hazaña comenzó en 1987 con una sonada visita de Milosevic a Kosovo, y terminó de delinearse en el acto del seiscientos aniversario de la batalla, en 1989, cuando proclamó abiertamente su nacionalismo serbio señalando el monumento conmemorativo de la derrota de 1389 y exclamando, mientras se dirigía hipotéticamente al príncipe Lazar:“nadie, ni ahora ni en el futuro, tiene el derecho de vencerte”. Es lo que algunos autores ven como la clausura de los caminos del entendimiento con eslovenos, croatas y bosnios al interior de la Federación. Es decir, el comienzo del fin de Yugoslavia.
==Quinta parte de nueve (Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en agosto de 2003)
* 1- Poesía épica serbia: La saga de Kosovo
* 2- La batalla
* 3- El rol de la épica
* 4- El contexto histórico
* 6- La mirada albanesa
* 7- La caída del reino de Serbia
* 8- La mirada turca
* 9- Fuentes
Etiquetas: Balcanes, Kosovo 2003/2007, Religiones, Religiones 2000/2004, Serbia 2002/2003
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