15 agosto 2003

La otra bomba

El mismo día que un camión cargado de explosivos destruía la mitad del hotel que ocupaba Naciones Unidas en Irak, un terrorista suicida hacía volar por los aires un ómnibus urbano en Jerusalén. Al cierre de esta edición habían muerto diecinueve personas y otras ochenta estaban heridas, varias de ellas graves. Los detalles, las imágenes, las repercusiones, todo parecía impregnado del agrio sabor de lo ya visto. El mismo caos de ambulancias, las mismas corridas sin rumbo aparente, los mismos hombres cargando los mismos niños ensangrentados, la misma mujer de siempre en una crisis de llanto mientras se mira el cuerpo mutilado en una camilla. Las mismas declaraciones de los mismos grupos terroristas atribuyéndose el mismo atentado. El mismo anuncio de Sharon anunciando las mismas represalias. Sin embargo, a pesar de las apariencias, todo era distinto.

Fueron distintas cada una de las diecinueve veces en que los médicos miraron, con ojo clínico, a cada una de las víctimas y dijeron, con palabras, o con un gesto, “está muerto”. La sostenida repetición de un tipo similar de hechos puede llevar a engaño. Lo único que es igual es el método. Igual en Bagdad que en Jerusalén: utilizar como mensaje la muerte que porta el mensajero, ya sea un cinturón de explosivos o un rocket lanzado desde un helicóptero. Por eso el título de este recuadro está completamente errado. La de Jerusalén no es la otra bomba. Es la única bomba. Porque nunca antes había explotado otra que se hubiera llevado la vida de esas precisas diecinueve personas.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en agosto de 2003)

==Cuarta parte de cuatro

* 1- Entre el error y la puntería
* 2- ¿A quién le sirve el atentado?
* 3- La responsabilidad o la fuerza

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