15 septiembre 2006

¿Heracles o Borgia?

Nada fue fácil para los sandinistas de a pie. Los primeros años de la lucha guerrillera fueron una sucesión de desastres militares, y luego, a comienzos de los setenta, la estrategia de mantener la actividad militar en la montaña hacía que los mejores cuadros fueran cazados de uno en uno por el ejército más poderosos de América Central. Una vez logrado el triunfo y derrocado somoza, la lucha política casi salvaje entre un modelo socialdemócrata y un modelo marxista fue desarmando la compleja ingeniería que permitió administrar los consensos en los primeros años de revolución. Después vino la agresión militar de la “contra”. Y finalmente lo que pareció ser el golpe de gracia contra el FSLN: la derrota electoral en 1990. Pero lo peor todavía estaba por venir. Inmediatamente después de que asumiera Chamorro, se comenzaron a conocer casos de enriquecimiento ilícito por parte de dirigentes sandinistas mediante maniobras de última hora conocidas como “la Piñata”.

En cada uno de esos momentos, los sandinistas encontraron un líder en Daniel Ortega. Cuando la guerrilla estaba estancada, Daniel y Humberto Ortega, al frente de la llamada “tendencia tercerista” resolvieron pasar a la ofensiva y llevaron la guerra a las ciudades generando las ya legendarias insurrecciones de Estelí o Matagalpa. Cuando los políticos socialdemócratas abandonaron esa suerte de colegiado que se instaló después de la caída de Somoza, surgió como cabeza de gobierno la figura de un Daniel Ortega todavía de verde olivo y lentes de armazón grueso. La guerra de los ochenta también fue sorteada por los hermanos Ortega, aunque en este caso el mayor mérito le correspondió a Humberto, en momentos en que ambos ya empezaban a distanciarse. Pero fue con la derrota electoral de 1990 cuando Daniel Ortega consolidó su liderazgo. Detuvo los intentos internos de no entregar el gobierno, y le devolvió el alma al cuerpo a los votantes sandinistas dando un discurso (reconocido como histórico hasta por su rival Sergio Ramírez) en el que aseguraba que los sandinistas gobernarían “desde abajo”, defendiendo desde el llano las principales conquistas de la Revolución.

También en el momento de la “Piñata”, la reconocida frugalidad de Ortega (la compulsión por las compras de su esposa Rosario Murillo era algo visto como ajeno al líder sandinista) permitió que las bases vieran en él un depositario de la vieja pureza. De hecho, esa “absolución social” fue confirmada cuando el actual vicepresidente electo aceptó acompañarlo en la fórmula, ya que el ex dirigente “contra” era el dueño de la casa que habita Ortega desde que triunfó la Revolución, y que fue expropiada por los sandinistas. El itinerario que Ortega siguió a partir de 1996 fue la parte más polémica de su trayectoria política. Pactos y “abrazos con serpientes” con un único objetivo por delante: recuperar el poder. Sus seguidores aseguran que lo hizo para recuperar el proyecto político sandinista. Sus detractores (entre los que se cuenta su hija adoptiva, que lo acusó públicamente de abuso sexual cuando todavía era una niña) dicen que se trata solamente de sed de poder. Este nuevo período presidencial podrá arrojar alguna luz sobre cuál de las dos visiones se acerca más a la realidad.

==Tercera parte de cuatro

* 1- Nicaragua 2006: el regreso
* 2- Lógica cautiva
* 4- Aritmética política

(Publicado en Brecha el 15 de setiembre de 2006)

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