18 agosto 2006

Más que un cruce de palabras

El territorio que durante buena parte del siglo pasado ocupaba la Unión Soviética está salpicado de conflictos. La indefinición de las fronteras nacionales, la coexistencia de repúblicas independientes con federaciones de repúblicas y con zonas más o menos autónomas, alimenta las pretensiones soberanistas de grupos étnicos o religiosos que son mayoritarios en algunas regiones. El enfrentamiento abierto o latente origina silenciosas migraciones internas en las que grupos relativamente numerosos de personas abandonan aquellos lugares donde son minoría, lo que no hace otra cosa que consolidar la pretensión de exclusividad de quienes los expulsaron, alimentando la recurrencia de situaciones cercanas a la limpieza étnica.

Una de esas crisis de bajo perfil es la de Abjasia, una provincia georgiana que desde el final de los años ochenta viene reclamando su independencia, y en la que más de la mitad de su población fue desplazada por la violencia nacionalista. Esta semana el ejército de Georgia ocupó posiciones en la franja de terreno que sirve de frontera de facto entre ambas entidades. El hecho no es menor en el equilibrio de poderes al interior del espacio ex soviético, ya que esa falta de resolución territorial de las fronteras y de las soberanías pone en riesgo la existencia de bases militares de Rusia en su área de influencia. Un riesgo que hace ganar verosimilitud a las acusaciones de que Rusia estaría apoyando bajo cuerda a los separatistas. Mientras Georgia no acepte con entusiasmo las bases rusas en su territorio, razonan los analistas afines a esta teoría, el mantenimiento de la integridad territorial georgiana estará lejos de ser una prioridad para Moscú. Hay un punto en contra de este razonamiento: el factor checheno.

No sólo el separatismo es una palabra riesgosa para Rusia, sino que una buena parte de los sectores abjasios favorables a la independencia son musulmanes suníes. Por el momento las declaraciones sobre la crisis están siendo emitidas por los jerarcas militares rusos que integran un contingente de pacificación. El tono, pese al carácter de fuerzas de paz, dista de ser conciliador. El general ruso Valery Yevnevich, por ejemplo, fue quien anunció en rueda de prensa la presencia de 2500 soldados georgianos en la zona desmilitarizada, despliegue cuya explicación por parte de Georgia fue calificada por el general ruso como "una excusa". Moscú tuvo un rol protagónico en la finalización de la guerra civil, que se extendió, con intermitencias entre 1992 y 1998. Ahora ese alto al fuego puede venirse abajo, ya que el movimiento de tropas georgiano coincide con declaraciones de dirigentes abjasios, concretamente de su canciller, de que nunca volverán a formar parte de Georgia.

Abjasia fue independiente hasta bien entrado el siglo XIX, cuando fue ocupada por la Rusia zarista en un proceso de conquista que llevó casi cincuenta años hasta dominar los últimos focos de resistencia. En 1931, el premier soviético de entonces, José Stalin, de origen georgiano, decidió que Abjasia formara parte de Georgia. El proceso de sometimiento cultural de los abjasios que comenzó entonces (con el uso obligatorio del idioma georgiano como medida emblemática) fue decididamente revertido en esta última década (durante la cual el idioma georgiano pasó a ser ilegal). La lengua, que junto a la religión es uno de los factores claves de la identidad en las zonas de conflicto, siempre ha sido, para georgianos y abjasios, mucho más que un cruce de palabras.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha, el 18 de agosto de 2006)

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