Hace medio siglo nacían 17 nuevos países: el año de África
Los africanos buscan su propia imagen en el espejo del cincuentenario. Este artículo intenta dar cuenta de una parte de ese reflejo: la polémica sobre cuándo situar el punto de la presencia colonial, la identidad común, y los desafíos de un presente lleno de inequidades. Como un destello lateral, aparece el rol de Brasil en un continente no tan lejano. Podría utilizarse la célebre paráfrasis para decir que en este 2010 un fantasma recorre África, aunque tal vez pueda resultar exagerado. Es cierto que en el año en que 17 países de ese continente celebran el cincuentenario de su independencia, hay campo fértil para hablar de la esquiva cuestión de la identidad, cuestión espectral e inasible si las hay. Sin embargo en el momento en que se lo aterriza a nivel local, el debate parece estar demasiado contaminado por las rencillas políticas internas y las facturas se cobran hasta cuando se inaugura un monumento.
La discusión sí ha calado en las usinas de pensamiento de las antiguas metrópolis, que cuando se miran en el espejo africano ven el reflejo de la erosión de la influencia de Europa Occidental en el mundo. Más allá de que este 14 de julio el desfile militar de los Campos Eliseos vaya a contar con la participación de varios ejércitos de África, en una rara y anacrónica exhibición de aquél antiguo (y en muchos aspectos incómodo) vínculo, lo cierto es que cada vez que se habla de presencia extranjera en el continente negro la lista actual se abre con China y continúa con India. Incluso Rusia y Brasil están teniendo más peso que varias de las otrora potencias coloniales. No debería sorprender. Pasa en el mundo, es lógico que también suceda en esa postergada parte del planisferio.
***
Nada es inocente cuando se trata de develar un símbolo. La mastodóntica estatua sobre el “renacimiento africano” inaugurada por el presidente de Senegal, Abdoulaye Wade en abril, estaba pensada para ser el tributo de ese país a las demás naciones de ese continente. Un tributo a una fuerza que aspira a dejar de ser potencialidad y convertirse en algo real, aunque sea con medio siglo de retraso. Como podría suponerse, la de Wade fue una intención que desde el primer momento estuvo cargada de peros. Se le cuestionó, evidentemente, el efecto colateral de autoglorificación. También el estilo elegido por el escultor, de inocultable influencia staliniana: las espaldas anchas y los torsos de marcada musculatura que en su momento reflejaron el invencible poder del proletariado, ahora recicladas para significar la potencia de África. Sí, aquella desmesura en cuanto a la “escala sobrehumana” trae recuerdos demasiado asociados a los “pies de barro” como para que transplantarla a tierra africana no sea un arriesgado ejercicio de analogía. Otro de los “peros” fue la contratación de obreros de Corea del Norte como mano de obra para construir esa alegoría. En parte la decisión del contrato parece lógica, ya que si en algún lugar se mantiene el know how sobre estatuaria faraónica debería de ser en ese país asiático, pero por otro lado encierra una cierta contradicción: si para amasar el cemento que enaltecerá el renacimiento africano se necesita que vengan trabajadores extracontinente, entonces queda disponible más de un “efecto boomerang” en las decodificaciones posibles del símbolo. Como si fuera poco, un imán musulmán hizo su contribución. Literalmente puso el grito en el cielo porque una de las figuras del grupo escultórico luce un seno desnudo. Puede parece exagerado, pero más del 90 por ciento de los senegaleses son musulmanes, así que esa sensibilidad tendría que haberse tenido en cuenta con mayor cuidado.
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Pero si no es a través del músculo del realismo socialista ¿cómo reflejar ese renacimiento africano que buscaba la escultura norcoreana de Dakar? El historiador y politólogo camerunés Achille Mbembe tiene una respuesta que se sitúa en las antípodas. Lo que propone este profesor de la Universidad Witswatervand de Johannesburgo es una solución a la húngara. En Budapest resolvieron la herencia de las demesuras escultóricas creando un parque con cabezas stalinianas y calvas leninistas en las afueras de Budapest. Mbembe sugiere, con provocación dialéctica, que en cada país africano se proceda inmediatamente a una recolección tan minuciosa como sea posible de las estatuas y monumentos coloniales y que se reúnan en un único parque, que servirá al mismo tiempo de museo para las generaciones futuras. “Este parque-museo panafricano se usará como sepultura simbólica del colonialismo de este continente”, dice, y de inmediato apunta sus dardos no hacia las metrópolis de otrora sino hacia sus vecinos de continente: “una vez realizado el entierro, que nunca más nos sea permitido utilizar la colonización como pretexto para justificar nuestras actuales desgracias”. Añade luego sin preocuparse de que alguien interprete, con razón, que está criticando la megalomanía estaturaria de Wade: “prometamos igualmente dejar de erigir estatuas, sea a quien sea, y que, al contrario, florezcan por todos lados bibliotecas, teatros, talleres culturales, en definitiva, todo lo que alimentará la creatividad cultural del mañana”.
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Más allá de la polémica por la estatua que mandó a erigir Wade (foto), el aniversario es importante. Como bien recuerda Ricardo Martínez Vázquez, director general de Casa África, de España, el 1 de enero de 1960, cuando Camerún accedió a la independencia como el primero de los 17 estados que se proclamarían soberanos ese año, sólo había cinco estados independientes en África subsahariana: Etiopía (imperio desde el siglo X antes de Cristo, república desde 1974, pero que nunca fue colonia), Liberia (creada por esclavos estadounidenses libertos en 1847 y tampoco colonizada), la Unión Sudafricana (creada en 1910, aunque hasta 1991 estuvo bajo el régimen del apartheid), y los pioneros de la descolonización en África, Ghana, con Kwame Nkrumah (1957), y Guinea, con Sekou Touré (1958). En los sesenta -agrega Martínez Vázquez- otros 16 estados africanos accedieron a su soberanía plena y nueve más en la década siguiente, incluidas las cinco colonias portuguesas en 1975. Sólo quedarían Namibia (1990) y Eritrea (1993), aparte del Sáhara occidental.
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Las fechas son un problema. ¿Senegal fue independiente en abril cuando integrando una suerte de federación efímera se separó de Francia o en agosto cuando se divorció de Mali? Si para los historiadores orientales la polémica pendula de Florida a la Plaza Constitución, es fácil imaginar las dificultades que presenta un abanico de procesos independentistas con tantos cordones umbilicales superpuestos. Para los malgaches no es tan claro que deba celebrarse el año 60, que es cuando París dio "el permiso". Son muchas las voces que opinan que la independencia de Mozambique en realidad se ganó en las calles doce años más tarde, cuando las manifestaciones populares lograron que el que consideraban "presidente títere", Philibert Tsiranana, dejara el país. Por el momento lo han resuelto diplomáticamente: el 26 de junio es el día de la independencia, por el 60, en tanto que el 13 de mayo es el día de la liberación, por el 72. Menos consenso hay cuando se trata de vaciar el bronce sobre el molde del "padre de la patria". Los críticos del 60, evidentemente se niegan a darle ese título a aquél primer presidente, a quien prefieren llamar "el faldero de París". En su lugar del panteón nacional colocan al que asumió un año después de que hubiera despegado el avión que llevó a Tsiranana hacia el exilio: el izquierdista Richard Ratsimandrava, asesinado a los seis días de estar en el gobierno.
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Como parte de los debates cronológicos –de eso se trata a fin de cuentas un aniversario- hay quien considera que no hay que buscar el inicio más adelante, sino que el verdadero cincuentenario africano debió de haberse festejado hace tres años. El comienzo de ese camino independentista, según Immanuel Wallertein, fue el 6 de abril de 1957, cuando la posesión británica de Costa de Oro se convirtió en el Estado independiente de Ghana, la primera colonia de lo que entonces se llamaba Africa subsahariana que consiguió este estatus. "Yo mismo estuve en Accra en ese momento -recuerda - y puedo atestiguar la muy entusiasta y positiva cualidad de las festividades y del optimismo general acerca del futuro de Africa que se sentía en Ghana y por todo el continente. El líder del movimiento independentista ghanés, Kwame Nkrumah había dicho: "Buscad primero el reino político y todas las otras cosas se le añadirán". El sesenta traería consigo la catarata de soberanías que se mencionó líneas arriba, pero también el inicio de una dramática sucesión de quiebres institucionales que harían el campo fértil para la corrupción y la debilidad de las instituciones democráticas, parte de los ingredientes de la receta de la inequidad.
El punta pie inicial de esa serie de derrotas de la esperanza inicial ocurrió, probablemente, con el asesinato del primer ministro del Congo, Patrice Lumumba (foto). "¿Se había equivocado Nkrumah?", se interroga Wallerstein en un artículo publicado en el diario mexicano La Jornada. La respuesta que le da a esa pregunta retórica es que el mismo Nkrumah había alertado que si no se quebraba la dependencia económica de los estados africanos hacia Europa occidental y Estados Unidos, al colonialismo le sucedería un inevitable neocolonialismo. "Es la economía, imbécil", como diría Bill Clinton en un arranque de marxismo involuntario. "La lucha de clases, tarado" parece apostillar Wallerstein cuando recuerda que los ghaneses que luchaban por la independencia eran llamados de manera despectiva "los muchachos del porsche". No era porque tuvieran coches último modelo sino todo lo contrario: los militantes independentistas eran pobladores urbanos relativamente pobres que no tenían una residencia permanente y debían que dormir en las verandas de las casas de otros, relata Wallerstein. "Esto indica hasta qué grado el nacionalismo africano en su momento culminante -reflexiona- tuvo un importante elemento de conflicto de clase, algo que se ha oscurecido en mucha literatura sobre Africa". La conciencia de clase puede de nuevo ser central en la política africana, pronostica, sobre todo a la hora de reunir lo que se ha vuelto disperso.
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El sueño roto de la unidad de África o la necesidad de una "segunda independencia", son algunos de los conceptos que circulan por estos días en los análisis sobre las bodas de oro. Se señalan diversos culpables para aquellas decepciones. Wallertein habló de algunos, los liberacionistas malgaches sugerían otros con su polémica de almanaque, y la ironía de Mbembe aportaba lo suyo. En un artículo sobre el mismo tema, el diario comunista francés L’Humanité hace de Wade, el mandatario senegalés fanático de los símbolos estatuarios, una metáfora de la desilusión, él que hace diez años había representado la esperanza de todo un pueblo, hoy es la encarnación de todos los problemas: desastre económico, prebendas, creación de una clase de nuevos ricos y mantenimiento del nepotismo. Pero el mandatario está decidido a jugar el rol de estadista. Como un oriental en la Piedra Alta, el mismo día de la declaración de "írritos nulos y sin ningún valor para siempre" (o mejor dicho, del aniversario de tal declaración) propuso tras cartón su propia "ley de unión". Para hacer frente a los nuevos desafíos de la globalización –cita L’Humanité- Wade afirma que "sólo una integración política en los Estados Unidos de África nos protegerá de una marginalización que podría resultar fatal".
Palabras como neocolonialismo y dependencia se repiten en el banquillo de los acusados, aunque también se recuerda que todo el proceso del nacimiento de los nuevos Estados se dio en plena Guerra Fría. Una pulseada entre las superpotencias de entonces, Estados Unidos y la hoy desaparecida Unión Soviética que -y este concepto también se reitera con tanta frecuencia que podría tener el estatus de lugar común- que en África distó bastante de ser fría. Un coletazo de aquella vieja brega se puede identificar en las propias celebraciones de este 2010. Mientras el actual jefe de gobierno cubano ya en mayo se preocupó de festejar en La Habana el cincuentenario del continente que tuvo un lugar importante en la política exterior de su hermano Fidel, el nuevo inquilino de la Casa Blanca anunció que en agosto invitará al menos a 18 presidentes africanos para celebrar en Washington el aniversario colectivo.
***
Los ancentros africanos de Barak Obama son una carta a jugar cuando se trata de recuperar influencia. La vieja cuestión de la identidad. Un dilema que para los africanos se ha planteado, en varios ensayos, como la necesidad de revisar la relación con Francia, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de los "nuevos 17" fueron colonias francesas. En primer lugar se ha criticado con acidez el viejo concepto de "francáfrica" y se han señalado diversos errores del mandatario galo Nicolás Sarkozy, desde el paternalismo "bwana" de algunas de sus intervenciones hasta el error de cálculo de enviar a su ministro del Interior como representante oficial a los actos de aniversario de la independencia senegalesa, en abril. Radio Francia Internacional, en un análisis sobre la ya mencionada "segunda independencia", destaca que los jóvenes de las antiguas colonias ya no ven a París como la Meca de sus sueños de emigración, sino a Estados Unidos. La pérdida de la influencia de otrora se ve en todos los aspectos de la vida cotidiana, añaden, incluso en el rating televisivo: mientras hasta comienzos de los noventa la pantalla chica africana estaba dominada por los programas de la televisión pública francesa que eran graciosamente cedidos a las televisoras locales, ahora la posibilidad de acceder a televisión satelital ha aumentado la oferta.
En este aspecto Brasil tiene un pie colocado en África, ya que sus telenovelas son un producto de exportación cultural que ha encontrado ávidos consumidores en el continente negro. Un reportaje de la Deutsche Welle sobre la influencia brasileña, además de recordar que Lula es el presidente que más viajes a hecho a esa parte del mundo, y de mencionar la importancia que esto ha tenido, tanto diplomática (votos para el asiento permanente que Brasilia aspira obtener en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) como económica (los africanos serán pobres pero son muchos), se refirió a la incidencia de las telenovelas en el habla cotidiana de los países lusófonos. "Eu sou chique, bem", una expresión que podría traducirse como “cariño, tengo gustos caros” ya es común en las calles de Maputo, capital de Mozambique, y eso ocurre gracias a la penetración de los productos de la Red Globo, asegura la cadena alemana. No es algo que haya ocurrido por generación espontánea ya que Brasilia casi nunca improvisa cuando se trata de política exterior, por algo a fines de mayo cuando se inauguraron las emisiones de la señal satelital de Brasil Tv Lula dijo que era "la culminación de un sueño". Esa televisora, que tiene su sede en Maputo, empezó transmitiendo hacia los países africanos, antes incluso de dedicarse a sus vecinos de América Latina. Habrá que ver qué sucede con las telenovelas, ya que son series propiedad de los canales privados, pero en todo caso el "canal ciudadano", como lo define el gobierno brasilero, aprovechará la brecha de simpatía que abrieron los culebrones.
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Sea por culpa de las telenovelas o de los hidrocarburos, Occidente mira con preocupación cómo el continente africano está abriendo cada vez más sus puertas a la incidencia de los países del bloque BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Ya no es novedad la penetración china, cuyos intercambios comerciales con África se han multiplicado por diez desde 2001 a esta parte. Los expertos consideran que de los 6 puntos de crecimiento anual que ha tenido la economía del continente, la tercera parte se deben al "efecto China". Para los asiáticos es un excelente negocio, al punto que en 2005 habían superado a Alemania como el principal proveedor de los mercados subsaharianos. El Instituto Montaigne, uno de los principales think tank europeos, llama la atención sobre el hecho de que la presencia china está planificada como una estrategia de largo aliento, tal como lo sugieren las becas a estudiantes africanos que van a estudiar a Beijing como antes iban a la Unión Soviética, y el "florecimiento" de los centros culturales en los que entre otras actividades se puede aprender mandarín gratuitamente.
Brasil no se queda atrás. Desde Luiz Inacio Lula Da Silva asumió la presidencia, ha realizado veinte viajes y contribuyó a que la década muestre números récord de apertura de nuevas embajadas en territorio africano : dieciocho. Con un discurso que pone el énfasis en la cooperación Sur-Sur y en el parentezco cultural de los pueblos de ambos márgenes del Atlántico, Lula ha tenido varias acciones incómodas para occidente, tanto en la polémica de los medicamentos genéricos versus patentados, como por la fuerte apuesta a Petrobras como una de las empresas punteras a la hora de abrir el camino a la incidencia económica brasileña en África.
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Cuando Lula habla del orgullo de que Brasil es el país con más población negra fuera de África, e incluso cuando Wade patina en el despropósito de su escultura norcoreana, se revela el intento de dejar atrás el discurso de "pobre África". Entrevistada por El País de Madrid, la escritora Chimamanda Adichie se queja por la existencia de un "relato único" que lleva, de manera casi inevitable, a que la mayoría de las veces que se habla de África se teja una historia de catástrofes. Nacida en Nigeria hace 33 años, y por lo tanto sin ninguna conexión de trayectoria vital con los tiempos coloniales, esta joven ganadora del prestigioso premio británico Orange Prize for Fiction está considerada una de las promesas de la literatura internacional en inglés, asegura el periódico madrileño. "Demasiada gente ha contado que África se muere y muy poca cómo África vive. Contar lo primero es importante, pero nunca se entenderá al continente si no se escuchan también otros tipos de historias", añade. En la entrevista pone un ejemplo revelador: "Un profesor (norte)americano me dijo que mi libro no era 'auténticamente africano' porque yo hablaba de africanos de clase media que conducían coches. Para él, un 'auténtico' escritor africano tenía que hablar de gente hambrienta y pobre ".
(Artículo de Roberto López Belloso, publicado en el semanario Brecha de Uruguay, el 2 de julio de 2010)
La discusión sí ha calado en las usinas de pensamiento de las antiguas metrópolis, que cuando se miran en el espejo africano ven el reflejo de la erosión de la influencia de Europa Occidental en el mundo. Más allá de que este 14 de julio el desfile militar de los Campos Eliseos vaya a contar con la participación de varios ejércitos de África, en una rara y anacrónica exhibición de aquél antiguo (y en muchos aspectos incómodo) vínculo, lo cierto es que cada vez que se habla de presencia extranjera en el continente negro la lista actual se abre con China y continúa con India. Incluso Rusia y Brasil están teniendo más peso que varias de las otrora potencias coloniales. No debería sorprender. Pasa en el mundo, es lógico que también suceda en esa postergada parte del planisferio.
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Nada es inocente cuando se trata de develar un símbolo. La mastodóntica estatua sobre el “renacimiento africano” inaugurada por el presidente de Senegal, Abdoulaye Wade en abril, estaba pensada para ser el tributo de ese país a las demás naciones de ese continente. Un tributo a una fuerza que aspira a dejar de ser potencialidad y convertirse en algo real, aunque sea con medio siglo de retraso. Como podría suponerse, la de Wade fue una intención que desde el primer momento estuvo cargada de peros. Se le cuestionó, evidentemente, el efecto colateral de autoglorificación. También el estilo elegido por el escultor, de inocultable influencia staliniana: las espaldas anchas y los torsos de marcada musculatura que en su momento reflejaron el invencible poder del proletariado, ahora recicladas para significar la potencia de África. Sí, aquella desmesura en cuanto a la “escala sobrehumana” trae recuerdos demasiado asociados a los “pies de barro” como para que transplantarla a tierra africana no sea un arriesgado ejercicio de analogía. Otro de los “peros” fue la contratación de obreros de Corea del Norte como mano de obra para construir esa alegoría. En parte la decisión del contrato parece lógica, ya que si en algún lugar se mantiene el know how sobre estatuaria faraónica debería de ser en ese país asiático, pero por otro lado encierra una cierta contradicción: si para amasar el cemento que enaltecerá el renacimiento africano se necesita que vengan trabajadores extracontinente, entonces queda disponible más de un “efecto boomerang” en las decodificaciones posibles del símbolo. Como si fuera poco, un imán musulmán hizo su contribución. Literalmente puso el grito en el cielo porque una de las figuras del grupo escultórico luce un seno desnudo. Puede parece exagerado, pero más del 90 por ciento de los senegaleses son musulmanes, así que esa sensibilidad tendría que haberse tenido en cuenta con mayor cuidado.
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Pero si no es a través del músculo del realismo socialista ¿cómo reflejar ese renacimiento africano que buscaba la escultura norcoreana de Dakar? El historiador y politólogo camerunés Achille Mbembe tiene una respuesta que se sitúa en las antípodas. Lo que propone este profesor de la Universidad Witswatervand de Johannesburgo es una solución a la húngara. En Budapest resolvieron la herencia de las demesuras escultóricas creando un parque con cabezas stalinianas y calvas leninistas en las afueras de Budapest. Mbembe sugiere, con provocación dialéctica, que en cada país africano se proceda inmediatamente a una recolección tan minuciosa como sea posible de las estatuas y monumentos coloniales y que se reúnan en un único parque, que servirá al mismo tiempo de museo para las generaciones futuras. “Este parque-museo panafricano se usará como sepultura simbólica del colonialismo de este continente”, dice, y de inmediato apunta sus dardos no hacia las metrópolis de otrora sino hacia sus vecinos de continente: “una vez realizado el entierro, que nunca más nos sea permitido utilizar la colonización como pretexto para justificar nuestras actuales desgracias”. Añade luego sin preocuparse de que alguien interprete, con razón, que está criticando la megalomanía estaturaria de Wade: “prometamos igualmente dejar de erigir estatuas, sea a quien sea, y que, al contrario, florezcan por todos lados bibliotecas, teatros, talleres culturales, en definitiva, todo lo que alimentará la creatividad cultural del mañana”.
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Más allá de la polémica por la estatua que mandó a erigir Wade (foto), el aniversario es importante. Como bien recuerda Ricardo Martínez Vázquez, director general de Casa África, de España, el 1 de enero de 1960, cuando Camerún accedió a la independencia como el primero de los 17 estados que se proclamarían soberanos ese año, sólo había cinco estados independientes en África subsahariana: Etiopía (imperio desde el siglo X antes de Cristo, república desde 1974, pero que nunca fue colonia), Liberia (creada por esclavos estadounidenses libertos en 1847 y tampoco colonizada), la Unión Sudafricana (creada en 1910, aunque hasta 1991 estuvo bajo el régimen del apartheid), y los pioneros de la descolonización en África, Ghana, con Kwame Nkrumah (1957), y Guinea, con Sekou Touré (1958). En los sesenta -agrega Martínez Vázquez- otros 16 estados africanos accedieron a su soberanía plena y nueve más en la década siguiente, incluidas las cinco colonias portuguesas en 1975. Sólo quedarían Namibia (1990) y Eritrea (1993), aparte del Sáhara occidental.
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Las fechas son un problema. ¿Senegal fue independiente en abril cuando integrando una suerte de federación efímera se separó de Francia o en agosto cuando se divorció de Mali? Si para los historiadores orientales la polémica pendula de Florida a la Plaza Constitución, es fácil imaginar las dificultades que presenta un abanico de procesos independentistas con tantos cordones umbilicales superpuestos. Para los malgaches no es tan claro que deba celebrarse el año 60, que es cuando París dio "el permiso". Son muchas las voces que opinan que la independencia de Mozambique en realidad se ganó en las calles doce años más tarde, cuando las manifestaciones populares lograron que el que consideraban "presidente títere", Philibert Tsiranana, dejara el país. Por el momento lo han resuelto diplomáticamente: el 26 de junio es el día de la independencia, por el 60, en tanto que el 13 de mayo es el día de la liberación, por el 72. Menos consenso hay cuando se trata de vaciar el bronce sobre el molde del "padre de la patria". Los críticos del 60, evidentemente se niegan a darle ese título a aquél primer presidente, a quien prefieren llamar "el faldero de París". En su lugar del panteón nacional colocan al que asumió un año después de que hubiera despegado el avión que llevó a Tsiranana hacia el exilio: el izquierdista Richard Ratsimandrava, asesinado a los seis días de estar en el gobierno.
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Como parte de los debates cronológicos –de eso se trata a fin de cuentas un aniversario- hay quien considera que no hay que buscar el inicio más adelante, sino que el verdadero cincuentenario africano debió de haberse festejado hace tres años. El comienzo de ese camino independentista, según Immanuel Wallertein, fue el 6 de abril de 1957, cuando la posesión británica de Costa de Oro se convirtió en el Estado independiente de Ghana, la primera colonia de lo que entonces se llamaba Africa subsahariana que consiguió este estatus. "Yo mismo estuve en Accra en ese momento -recuerda - y puedo atestiguar la muy entusiasta y positiva cualidad de las festividades y del optimismo general acerca del futuro de Africa que se sentía en Ghana y por todo el continente. El líder del movimiento independentista ghanés, Kwame Nkrumah había dicho: "Buscad primero el reino político y todas las otras cosas se le añadirán". El sesenta traería consigo la catarata de soberanías que se mencionó líneas arriba, pero también el inicio de una dramática sucesión de quiebres institucionales que harían el campo fértil para la corrupción y la debilidad de las instituciones democráticas, parte de los ingredientes de la receta de la inequidad.
El punta pie inicial de esa serie de derrotas de la esperanza inicial ocurrió, probablemente, con el asesinato del primer ministro del Congo, Patrice Lumumba (foto). "¿Se había equivocado Nkrumah?", se interroga Wallerstein en un artículo publicado en el diario mexicano La Jornada. La respuesta que le da a esa pregunta retórica es que el mismo Nkrumah había alertado que si no se quebraba la dependencia económica de los estados africanos hacia Europa occidental y Estados Unidos, al colonialismo le sucedería un inevitable neocolonialismo. "Es la economía, imbécil", como diría Bill Clinton en un arranque de marxismo involuntario. "La lucha de clases, tarado" parece apostillar Wallerstein cuando recuerda que los ghaneses que luchaban por la independencia eran llamados de manera despectiva "los muchachos del porsche". No era porque tuvieran coches último modelo sino todo lo contrario: los militantes independentistas eran pobladores urbanos relativamente pobres que no tenían una residencia permanente y debían que dormir en las verandas de las casas de otros, relata Wallerstein. "Esto indica hasta qué grado el nacionalismo africano en su momento culminante -reflexiona- tuvo un importante elemento de conflicto de clase, algo que se ha oscurecido en mucha literatura sobre Africa". La conciencia de clase puede de nuevo ser central en la política africana, pronostica, sobre todo a la hora de reunir lo que se ha vuelto disperso.
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El sueño roto de la unidad de África o la necesidad de una "segunda independencia", son algunos de los conceptos que circulan por estos días en los análisis sobre las bodas de oro. Se señalan diversos culpables para aquellas decepciones. Wallertein habló de algunos, los liberacionistas malgaches sugerían otros con su polémica de almanaque, y la ironía de Mbembe aportaba lo suyo. En un artículo sobre el mismo tema, el diario comunista francés L’Humanité hace de Wade, el mandatario senegalés fanático de los símbolos estatuarios, una metáfora de la desilusión, él que hace diez años había representado la esperanza de todo un pueblo, hoy es la encarnación de todos los problemas: desastre económico, prebendas, creación de una clase de nuevos ricos y mantenimiento del nepotismo. Pero el mandatario está decidido a jugar el rol de estadista. Como un oriental en la Piedra Alta, el mismo día de la declaración de "írritos nulos y sin ningún valor para siempre" (o mejor dicho, del aniversario de tal declaración) propuso tras cartón su propia "ley de unión". Para hacer frente a los nuevos desafíos de la globalización –cita L’Humanité- Wade afirma que "sólo una integración política en los Estados Unidos de África nos protegerá de una marginalización que podría resultar fatal".
Palabras como neocolonialismo y dependencia se repiten en el banquillo de los acusados, aunque también se recuerda que todo el proceso del nacimiento de los nuevos Estados se dio en plena Guerra Fría. Una pulseada entre las superpotencias de entonces, Estados Unidos y la hoy desaparecida Unión Soviética que -y este concepto también se reitera con tanta frecuencia que podría tener el estatus de lugar común- que en África distó bastante de ser fría. Un coletazo de aquella vieja brega se puede identificar en las propias celebraciones de este 2010. Mientras el actual jefe de gobierno cubano ya en mayo se preocupó de festejar en La Habana el cincuentenario del continente que tuvo un lugar importante en la política exterior de su hermano Fidel, el nuevo inquilino de la Casa Blanca anunció que en agosto invitará al menos a 18 presidentes africanos para celebrar en Washington el aniversario colectivo.
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Los ancentros africanos de Barak Obama son una carta a jugar cuando se trata de recuperar influencia. La vieja cuestión de la identidad. Un dilema que para los africanos se ha planteado, en varios ensayos, como la necesidad de revisar la relación con Francia, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de los "nuevos 17" fueron colonias francesas. En primer lugar se ha criticado con acidez el viejo concepto de "francáfrica" y se han señalado diversos errores del mandatario galo Nicolás Sarkozy, desde el paternalismo "bwana" de algunas de sus intervenciones hasta el error de cálculo de enviar a su ministro del Interior como representante oficial a los actos de aniversario de la independencia senegalesa, en abril. Radio Francia Internacional, en un análisis sobre la ya mencionada "segunda independencia", destaca que los jóvenes de las antiguas colonias ya no ven a París como la Meca de sus sueños de emigración, sino a Estados Unidos. La pérdida de la influencia de otrora se ve en todos los aspectos de la vida cotidiana, añaden, incluso en el rating televisivo: mientras hasta comienzos de los noventa la pantalla chica africana estaba dominada por los programas de la televisión pública francesa que eran graciosamente cedidos a las televisoras locales, ahora la posibilidad de acceder a televisión satelital ha aumentado la oferta.
En este aspecto Brasil tiene un pie colocado en África, ya que sus telenovelas son un producto de exportación cultural que ha encontrado ávidos consumidores en el continente negro. Un reportaje de la Deutsche Welle sobre la influencia brasileña, además de recordar que Lula es el presidente que más viajes a hecho a esa parte del mundo, y de mencionar la importancia que esto ha tenido, tanto diplomática (votos para el asiento permanente que Brasilia aspira obtener en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) como económica (los africanos serán pobres pero son muchos), se refirió a la incidencia de las telenovelas en el habla cotidiana de los países lusófonos. "Eu sou chique, bem", una expresión que podría traducirse como “cariño, tengo gustos caros” ya es común en las calles de Maputo, capital de Mozambique, y eso ocurre gracias a la penetración de los productos de la Red Globo, asegura la cadena alemana. No es algo que haya ocurrido por generación espontánea ya que Brasilia casi nunca improvisa cuando se trata de política exterior, por algo a fines de mayo cuando se inauguraron las emisiones de la señal satelital de Brasil Tv Lula dijo que era "la culminación de un sueño". Esa televisora, que tiene su sede en Maputo, empezó transmitiendo hacia los países africanos, antes incluso de dedicarse a sus vecinos de América Latina. Habrá que ver qué sucede con las telenovelas, ya que son series propiedad de los canales privados, pero en todo caso el "canal ciudadano", como lo define el gobierno brasilero, aprovechará la brecha de simpatía que abrieron los culebrones.
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Sea por culpa de las telenovelas o de los hidrocarburos, Occidente mira con preocupación cómo el continente africano está abriendo cada vez más sus puertas a la incidencia de los países del bloque BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Ya no es novedad la penetración china, cuyos intercambios comerciales con África se han multiplicado por diez desde 2001 a esta parte. Los expertos consideran que de los 6 puntos de crecimiento anual que ha tenido la economía del continente, la tercera parte se deben al "efecto China". Para los asiáticos es un excelente negocio, al punto que en 2005 habían superado a Alemania como el principal proveedor de los mercados subsaharianos. El Instituto Montaigne, uno de los principales think tank europeos, llama la atención sobre el hecho de que la presencia china está planificada como una estrategia de largo aliento, tal como lo sugieren las becas a estudiantes africanos que van a estudiar a Beijing como antes iban a la Unión Soviética, y el "florecimiento" de los centros culturales en los que entre otras actividades se puede aprender mandarín gratuitamente.
Brasil no se queda atrás. Desde Luiz Inacio Lula Da Silva asumió la presidencia, ha realizado veinte viajes y contribuyó a que la década muestre números récord de apertura de nuevas embajadas en territorio africano : dieciocho. Con un discurso que pone el énfasis en la cooperación Sur-Sur y en el parentezco cultural de los pueblos de ambos márgenes del Atlántico, Lula ha tenido varias acciones incómodas para occidente, tanto en la polémica de los medicamentos genéricos versus patentados, como por la fuerte apuesta a Petrobras como una de las empresas punteras a la hora de abrir el camino a la incidencia económica brasileña en África.
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Cuando Lula habla del orgullo de que Brasil es el país con más población negra fuera de África, e incluso cuando Wade patina en el despropósito de su escultura norcoreana, se revela el intento de dejar atrás el discurso de "pobre África". Entrevistada por El País de Madrid, la escritora Chimamanda Adichie se queja por la existencia de un "relato único" que lleva, de manera casi inevitable, a que la mayoría de las veces que se habla de África se teja una historia de catástrofes. Nacida en Nigeria hace 33 años, y por lo tanto sin ninguna conexión de trayectoria vital con los tiempos coloniales, esta joven ganadora del prestigioso premio británico Orange Prize for Fiction está considerada una de las promesas de la literatura internacional en inglés, asegura el periódico madrileño. "Demasiada gente ha contado que África se muere y muy poca cómo África vive. Contar lo primero es importante, pero nunca se entenderá al continente si no se escuchan también otros tipos de historias", añade. En la entrevista pone un ejemplo revelador: "Un profesor (norte)americano me dijo que mi libro no era 'auténticamente africano' porque yo hablaba de africanos de clase media que conducían coches. Para él, un 'auténtico' escritor africano tenía que hablar de gente hambrienta y pobre ".
(Artículo de Roberto López Belloso, publicado en el semanario Brecha de Uruguay, el 2 de julio de 2010)
Etiquetas: Africa, Brasil, Congo, Costa de Marfil, Francia, Ghana, Nigeria, Senegal
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