Lunes a orillas del Mekong
Los resultados demoran medio día en llegar a Laos. Como si se acompasara con la distancia, el reloj obliga a preguntarse no sólo qué hora es en Montevideo, sino también qué día. Ya es bien entrado el lunes laosiano cuando se confirman la previsiones. En Montevideo apenas ha comenzado la noche del domingo, esa que libera la energía contenida, la de los festejos que se habían postergado desde el estupor del mes anterior. No sólo es el reloj. Todo el entorno es tan diferente que lo que separa de Uruguay parece ser, en efecto, tiempo más que espacio.
Es imposible no preguntarse entonces cuál es la medida que separa, o conecta, este triunfo electoral del Frente Amplio, el segundo a escala nacional, de los comienzos de la unidad de la izquierda. Acá, en Laos, todavía son los setenta en cierta manera. Están incluso las bombas de la guerra americana (así se le dice en el sudeste asiático a la que los occidentales llamamos la guerra de Vietnam), que aunque no caen desde los aviones siguen latentes en el campo y todavía cobran su cuota de muerte año tras año, cuando estallan activadas por los campesinos que creían arar tierra segura. Bombas cuyas carcazas sirven, en entornos más urbanos, como macabra decoración de bares de moda. Esa sí es una diferencia, los bares, restoranes y agencias de turismo especializadas en viajes por el Mekong, que ya no son en la patrullera demencial de Coppolla sino en kayak, y que ya no se emprenden para encontrar al coronel Kurtz sino para montar en elefante y visitar alguna de las aldeas que producen lao-lao, el aguardiente local. Pero más allá de esa intrusión de lo turístico, entre lo que sobrevive de los setenta están también las banderas rojas con su hoz y su martillo, que ondean en cada comercio con la misma omnipresencia que en los países vecinos se exhiben los retratos de la realeza. Hasta en las t-shirt del mercado local de Luang Prabang, esta ciudad del norte situada a doce horas en ómnibus de la capital, ese par de herramientas es uno de los diseños que más se repiten, símbolo de la unión de campesinos y proletarios de los tiempos de los soviet, que no sólo se presentan sobre el obligatorio fondo rojo sino que vienen en colores más trendy, como el turquesa o el lila.
Esa dialéctica de los símbolos laosianos, país que sigue teniendo en su nombre el prefijo de República Popular y Democrática, será muy dialéctica pero no es, sin embargo, completamente materialista. Si quien compra la t-shirt es el primer cliente del día, la vendedora hará a sus espaldas una rápida ceremonia, tocando con el billete de 20 mil kips (algo menos de tres dólares) cada una de las camisetas que quedan en el puesto, para que los espíritus la ayuden a tener buena venta en el resto del día. Es extendidísima la creencia en los espíritus, tanto que aquí se cree que cada persona tiene 32 almas y no una sola. Estas hoces y martillos que me obligan a fotografiarlas compulsivamente con el fondo de una u otra casona colonial francesa más o menos restaurada, más el eco de la cita citable del vicepresidente electo que decía que los actuales dirigentes del Frente Amplio no son otra cosa que enanos en hombros de gigantes, llevan a pensar en otras viejas díadas, esas sí sobre fondos uniformemente rojos, nada de fucsias ni verdes manzana, de la charla de Arismendi a la salida de la dictadura en un garaje de la calle La Paz improvisado como anfiteatro. Era cierto entonces aquello de la acumulación de fuerzas, aquello de la unidad de la izquierda como camino para construir el socialismo a través de la tradición electoral del pueblo uruguayo.
El miércoles Laos celebra su día nacional, es el aniversario “del momento en que el proletariado se liberó de la monarquía”. No parece ser un mal lugar para recibir la noticia de que más de la mitad de los uruguayos se decidieron por cinco años más de gobierno frenteamplista. Los 32 espíritus de Laos alejaron el mal presagio de la India, donde me había recibido la mala nueva de que en Bengala Occidental, el lugar del mundo donde la izquierda gobierna por vía electoral desde hace más tiempo (desde 1948 para ser exactos), la alianza de comunistas y socialista había perdido las elecciones parlamentarias y la derecha había formado un gobierno provisorio hasta 2011. El río Mekong discurre marrón y ancho en la mañana. Ya es lunes en Laos. Una fila de monjes budistas en túnicas azafrán pasa frente a los comercios de la calle principal. De casi todas las casas, las mismas de las banderas rojas, ha salido alguien a poner una cucharada de arroz en la cesta de los monjes. Ni unos ni otros se dicen una palabra ni cruzan la mirada en ese rito cotidiano. Al otro lado del mundo comienzan a apagarse los festejos. La paz de la mañana tiene casi una textura de seda, y es la misma sensación tranquilizadora de que ahora se sabe, finalmente, que no serán tan distintos el último día de febrero y el primer día de marzo.
Artículo de Roberto López Belloso, desde Luang Prabang (Laos). Publicado en Brecha el 4 de diciembre de 2009.
Es imposible no preguntarse entonces cuál es la medida que separa, o conecta, este triunfo electoral del Frente Amplio, el segundo a escala nacional, de los comienzos de la unidad de la izquierda. Acá, en Laos, todavía son los setenta en cierta manera. Están incluso las bombas de la guerra americana (así se le dice en el sudeste asiático a la que los occidentales llamamos la guerra de Vietnam), que aunque no caen desde los aviones siguen latentes en el campo y todavía cobran su cuota de muerte año tras año, cuando estallan activadas por los campesinos que creían arar tierra segura. Bombas cuyas carcazas sirven, en entornos más urbanos, como macabra decoración de bares de moda. Esa sí es una diferencia, los bares, restoranes y agencias de turismo especializadas en viajes por el Mekong, que ya no son en la patrullera demencial de Coppolla sino en kayak, y que ya no se emprenden para encontrar al coronel Kurtz sino para montar en elefante y visitar alguna de las aldeas que producen lao-lao, el aguardiente local. Pero más allá de esa intrusión de lo turístico, entre lo que sobrevive de los setenta están también las banderas rojas con su hoz y su martillo, que ondean en cada comercio con la misma omnipresencia que en los países vecinos se exhiben los retratos de la realeza. Hasta en las t-shirt del mercado local de Luang Prabang, esta ciudad del norte situada a doce horas en ómnibus de la capital, ese par de herramientas es uno de los diseños que más se repiten, símbolo de la unión de campesinos y proletarios de los tiempos de los soviet, que no sólo se presentan sobre el obligatorio fondo rojo sino que vienen en colores más trendy, como el turquesa o el lila.
Esa dialéctica de los símbolos laosianos, país que sigue teniendo en su nombre el prefijo de República Popular y Democrática, será muy dialéctica pero no es, sin embargo, completamente materialista. Si quien compra la t-shirt es el primer cliente del día, la vendedora hará a sus espaldas una rápida ceremonia, tocando con el billete de 20 mil kips (algo menos de tres dólares) cada una de las camisetas que quedan en el puesto, para que los espíritus la ayuden a tener buena venta en el resto del día. Es extendidísima la creencia en los espíritus, tanto que aquí se cree que cada persona tiene 32 almas y no una sola. Estas hoces y martillos que me obligan a fotografiarlas compulsivamente con el fondo de una u otra casona colonial francesa más o menos restaurada, más el eco de la cita citable del vicepresidente electo que decía que los actuales dirigentes del Frente Amplio no son otra cosa que enanos en hombros de gigantes, llevan a pensar en otras viejas díadas, esas sí sobre fondos uniformemente rojos, nada de fucsias ni verdes manzana, de la charla de Arismendi a la salida de la dictadura en un garaje de la calle La Paz improvisado como anfiteatro. Era cierto entonces aquello de la acumulación de fuerzas, aquello de la unidad de la izquierda como camino para construir el socialismo a través de la tradición electoral del pueblo uruguayo.
El miércoles Laos celebra su día nacional, es el aniversario “del momento en que el proletariado se liberó de la monarquía”. No parece ser un mal lugar para recibir la noticia de que más de la mitad de los uruguayos se decidieron por cinco años más de gobierno frenteamplista. Los 32 espíritus de Laos alejaron el mal presagio de la India, donde me había recibido la mala nueva de que en Bengala Occidental, el lugar del mundo donde la izquierda gobierna por vía electoral desde hace más tiempo (desde 1948 para ser exactos), la alianza de comunistas y socialista había perdido las elecciones parlamentarias y la derecha había formado un gobierno provisorio hasta 2011. El río Mekong discurre marrón y ancho en la mañana. Ya es lunes en Laos. Una fila de monjes budistas en túnicas azafrán pasa frente a los comercios de la calle principal. De casi todas las casas, las mismas de las banderas rojas, ha salido alguien a poner una cucharada de arroz en la cesta de los monjes. Ni unos ni otros se dicen una palabra ni cruzan la mirada en ese rito cotidiano. Al otro lado del mundo comienzan a apagarse los festejos. La paz de la mañana tiene casi una textura de seda, y es la misma sensación tranquilizadora de que ahora se sabe, finalmente, que no serán tan distintos el último día de febrero y el primer día de marzo.
Artículo de Roberto López Belloso, desde Luang Prabang (Laos). Publicado en Brecha el 4 de diciembre de 2009.
Etiquetas: Laos, Sudeste Asiático, Uruguay, Vietnam
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