25 junio 2010

Memorial del estadio

Cuando los jugadores de Portugal cantaron el himno de su país antes del enfrentamiento con Corea del Norte, lucían en su brazo una cinta negra. Era una señal de luto por la muerte de José Saramago. Portugal volverá a jugar hoy viernes 25, en este caso contra Brasil y lo hará en el estadio de Durban, detalle que volverá a sugerir que para los lusos nunca hay mucha distancia entre fútbol y literatura. Como bien recordaba la semana pasada el escritor español Javier Rioyo, fue en Durban donde Fernando Pessoa vivió desde los 7 hasta los 16 años debido a que su madre se había casado con el cónsul portugués.

Pessoa, o mejor dicho uno de sus heterónimos, es el eje de uno de los mejores libros de Saramago, El año de la muerte de Ricardo Reis, en cuya primera página el propio Reis nombra a Montevideo como una de las escalas del barco que lo llevó a Lisboa desde Brasil. Un largo viaje transatlántico en el que aprendería a diferenciar el acento uruguayo del argentino, como cuenta unas líneas más adelante. Tal vez ese fue uno de los asuntos que tramitaron con Mario Benedetti en las cinco horas que compartieron en el aeropuerto de Berlín, durante las cuales hablaron “de todos los temas del mundo”, como registra Benedetti en un artículo que publicó en Brecha una vez repuesto de jet lag. Al igual que Saramago, Bendetti también tuvo su recuerdo futbolero. En un clásico jugado a poco de la muerte del poeta, Nacional, el club del que era hincha, le tributó un minuto de silencio al inicio del partido y noventa minutos más tarde le obsequió un triplete del Grillo Bizcayzacú en una recordada victoria. Fue por esos días que comenzó a verse en las tribunas una bandera tricolor con la leyenda “Gracias por el fuego”.

LAS CENIZAS DE GRAMSCI El homenaje de la selección de Cristiano Ronaldo a Saramago confirma el viejo vínculo entre literatura y balompié. No solamente por las páginas que tanto literato le ha dedicado al deporte del once contra once, sino además por los reconocidos escritores que han sabido destacar en los campos de juego. El caso más emblemático quizás sea el de Pier Paolo Pasolini.
El autor de Las cenizas de Gramsci teorizó sobre el fútbol prosa (de Italia) como antítesis del fútbol poesía (de Brasil) a inicios de los setenta, y un par de décadas antes supo llevar el brazalete de capitán del equipo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Bologna y levantar la copa en un torneo interfacultades. No hay contradicción entre tapones y pluma. Ni entre fútbol y comunismo. Así lo reafirma un compatriota de Pasolini, italiano y comunista como él, Antonio Gramsci, el de las cenizas que inquietaban el izquierdismo cuestionador del poeta. Gramsci llegó a decir que en ninguna parte como en un campo de fútbol se materializa el ideal de la libertad humana. Y Pasolini le creyó a pies juntillas.

PEGAME Y DECIME HEIDEGGER. No necesariamente en las antípodas pero sí muy lejos de Gramsci podría situarse a Heidegger, aunque ambos filósofos tenían en común la pasión futbolera. Para Heidegger no se trataba de una pasión de fácil disfrute: para poder escuchar algún partido por radio alejado del pressing de su esposa debía pasar a la clandestinidad y refugiarse en la casa de algún vecino. Si recordamos su incómodo pasado de cuasi admirador de Hitler, es posible tejer la hipótesis de que el filósofo alemán sentía una fascinación peculiar por las figuras de autoridad. Otro de los talentosos que han escrito en lengua alemana, el austríaco Peter Handke, dio a las letras la prosa de El miedo del golero ante el tiro penal, que Win Wenders llevó al cine. El vínculo entre cuidavallas y arte daría tema a una extensa enumeración. Otro de los ejemplos es el de Albert Camus, quien fue un golero bastante destacado en un equipo de franceses de Argelia –contracara pied noir de Zidane- hasta que una enfermedad lo obligó a colgar los guantes. No es necesario aclarar que al decir arte dejamos expresamente de lado a otro goalkeaper al que un traspié de salud hizo a cambiar de profesión, caso de Julio Iglesias, ex Real de Madrid devenido melódico internacional. Hay veces, claro, que la literatura se toma venganza. A pocos escapa que el declive del alguna vez superhéroe tokiota Jorge Seré, ocurrió inmediatamente después de que posara para una campaña de promoción de la lectura, con un ejemplar de El Pozo de Onetti entre las manos.

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