Mármoles saqueados
El profesor, algo desaliñado, se dirige con vehemencia a sus alumnos. Sentados en el alfeizar de un enorme ventanal, con una espléndida vista de la acrópolis a sus espaldas, los estudiantes siguen la apasionada explicación de la escena mitológica que alguna vez estuvo desplegada en el templo más sagrado de los griegos, el Partenón. Han rodeado como en un rito los cuatro costados de la colección, deteniéndose ante cada conjunto de esculturas, identificando a los centauros, los gigantes, las amazonas y las escenas de la guerra de Troya.
A pesar de lo incomprensible –a oídos extranjeros- del idioma griego, hay un tono indudablemente épico en el modo en que el docente narra esas historias, que hacen pensar más en el vívido testimonio de un protagonista que en la letanía de una lección aprendida. Los escasos visitantes que han llegado descolgados de los grupos de turistas, casi sobre la hora del cierre en ese día de invierno, no se preocupan por el idioma. Siguen a respetuosa distancia el movimiento del brazo del desaliñado profesor de un liceo de Atenas, tal vez de un liceo de Kesariani, célebre por ser el foco de resistencia a la ocupación nazi en los años cuarenta del siglo pasado y todavía hoy mencionado como el “barrio rojo” de la ciudad, o quizás un liceo de Exarchia, bastión anarquista, contestatario y trendy a la vez. El profesor va mostrando las batallas míticas de los antiguos griegos y como una coreografía silenciosa los estudiantes y los intrusos se dejan guiar, como si la maldición de Babel hubiera sido dejada de lado por un momento.
Lo que ven, lo que está ante los ojos de quienes visitan el flamante Museo de la Acrópolis, completado a inicios de 2010, no son los mármoles del Partenón. Están desplegados como los mármoles del Partenón, en el mismo orden, en una disposición que permite que sean vistos como si se estuviera rodeando el templo, pero no son los mármoles del Partenón. Algunos fragmentos sí lo son, pero la mayoría son copias de yeso. Provisorias copias de yeso en espera de ser sustituidas por los originales. Es una espera que ya dura casi 180 años. Seguramente eso es parte de lo que dice el desaliñado profesor de Kesariani, o de Exarchia. Pura redundancia docente, porque cada griego sabe, desde la cuna, que los mármoles del Partenón fueron robados en 1821 por un diplomático inglés apellidado Elgin, que acordó con los ocupantes turcos el expolio de una de las mayores riquezas griegas.
Durante mucho tiempo el Museo Británico, que es donde se encuentran los originales, argumentó que mantenía en su poder los mármoles saqueados con la noble intención de “preservarlos para la humanidad”, ya que no había en Grecia un museo capaz de contenerlos. Esa excusa ya carece de validez. El museo inaugurado al pie de la Acrópolis de Atenas en 2010 no sólo es más moderno y estéticamente más bello que el Británico, sino que el espacio destinado a los mármoles del Partenón, en diálogo con las otras antigüedades procedentes de la Acrópolis, no sólo permite que esos relieves tengan las mejores condiciones de preservación sino que permite experimentar de la mejor manera posible su delicada monumentalidad.
Artículo de Roberto López Belloso, publicado en Brecha.
A pesar de lo incomprensible –a oídos extranjeros- del idioma griego, hay un tono indudablemente épico en el modo en que el docente narra esas historias, que hacen pensar más en el vívido testimonio de un protagonista que en la letanía de una lección aprendida. Los escasos visitantes que han llegado descolgados de los grupos de turistas, casi sobre la hora del cierre en ese día de invierno, no se preocupan por el idioma. Siguen a respetuosa distancia el movimiento del brazo del desaliñado profesor de un liceo de Atenas, tal vez de un liceo de Kesariani, célebre por ser el foco de resistencia a la ocupación nazi en los años cuarenta del siglo pasado y todavía hoy mencionado como el “barrio rojo” de la ciudad, o quizás un liceo de Exarchia, bastión anarquista, contestatario y trendy a la vez. El profesor va mostrando las batallas míticas de los antiguos griegos y como una coreografía silenciosa los estudiantes y los intrusos se dejan guiar, como si la maldición de Babel hubiera sido dejada de lado por un momento.
Lo que ven, lo que está ante los ojos de quienes visitan el flamante Museo de la Acrópolis, completado a inicios de 2010, no son los mármoles del Partenón. Están desplegados como los mármoles del Partenón, en el mismo orden, en una disposición que permite que sean vistos como si se estuviera rodeando el templo, pero no son los mármoles del Partenón. Algunos fragmentos sí lo son, pero la mayoría son copias de yeso. Provisorias copias de yeso en espera de ser sustituidas por los originales. Es una espera que ya dura casi 180 años. Seguramente eso es parte de lo que dice el desaliñado profesor de Kesariani, o de Exarchia. Pura redundancia docente, porque cada griego sabe, desde la cuna, que los mármoles del Partenón fueron robados en 1821 por un diplomático inglés apellidado Elgin, que acordó con los ocupantes turcos el expolio de una de las mayores riquezas griegas.
Durante mucho tiempo el Museo Británico, que es donde se encuentran los originales, argumentó que mantenía en su poder los mármoles saqueados con la noble intención de “preservarlos para la humanidad”, ya que no había en Grecia un museo capaz de contenerlos. Esa excusa ya carece de validez. El museo inaugurado al pie de la Acrópolis de Atenas en 2010 no sólo es más moderno y estéticamente más bello que el Británico, sino que el espacio destinado a los mármoles del Partenón, en diálogo con las otras antigüedades procedentes de la Acrópolis, no sólo permite que esos relieves tengan las mejores condiciones de preservación sino que permite experimentar de la mejor manera posible su delicada monumentalidad.
Artículo de Roberto López Belloso, publicado en Brecha.
Etiquetas: Grecia
<< Home