Kusturica en Montevideo
Primero retó a duelo a un radical serbio por querer expulsar a los croatas del parlamento yugoslavo, y después defendió a los serbios contra los ataques de la otan y contra la parcialidad del tribunal de La Haya. Hizo una película guionada por un monárquico, Underground, en cuya entrelínea muchos vieron las tesis del destino manifiesto de Serbia, ejemplificadas en aquella escena final del trozo de tierra que se separaba, como posibilidad de una isla, del revenido Gondwana titista. Pero después hizo otra, La vida es un milagro, deliciosamente yugonostálgica. Primero se alió musicalmente con Goran Bregovic (criticado por los puristas, que consideraban que el músico de bodas y funerales hacía “demasiado mixed”) pero luego volvió a las fuentes y –sin llegar al punk de la primera juventud– la gran bestia pop balcánica empezó a musicalizar sus películas con una banda más auténtica, la No Smoking Orchestra.
Con Kusturica este 17 de octubre llega a Montevideo, inevitablemente, la complejidad de la ex Yugoslavia. Para ejemplificarlo basta el dato fundacional de su biografía: Kusturica es un serbio nacido –como yugoslavo– en Sarajevo. La capital de Bosnia-Herzegovina sigue siendo una ciudad dividida. La Berlín balcánica no tiene un muro de concreto sino de letras, ya que del lado bosniomusulmán se escribe en caracteres latinos, y en los barrios serbios se usan los caracteres cirílicos. No es artificio, los taxistas saben muy bien lo que es llevar un viaje de un lado a otro. Alfabeto, historia, religión: tres divisorias para una ciudad en la que lo poco en común es, paradójicamente, lo que siempre se ha dicho que la separa: el origen étnico de sus habitantes. Tanto serbobosnios como bosniomusulmanes son eslavos, sólo que algunos fueron obligados a convertirse al islam en los siglos de dominio otomano, ya sea por la fuerza de la espada o del recaudador de impuestos.
Ese país que por tres veces se llamó Yugoslavia (la monárquica primero, la socialista de Tito después, y la versión jibarizada de fines de los años noventa) ahora está separado en seis países más uno. Están Eslovenia, Macedonia, Croacia, Montenegro, Serbia y Bosnia-Herzegovina. Este último en la realidad son dos entidades: la Federación Bosnia (integrada por bosniocroatas y bosniomusulmanes) y la República Serbia de Bosnia (un país que, formalmente, no existe, pero que es muy real). También está Kosovo, pero eso es harina de otro costal.
En una combinación de ese tipo, en la que las fronteras separan de verdad, y donde un idioma de tronco común (el serbocroata) se ha venido destilando en el alambique del nacionalismo para extraer un idioma distinto por cada nuevo país, es lógico que los artistas, que trabajan con la sensibilidad y suelen ser más sensatos que los generales, estén hartos y se alejen de lo políticamente correcto. Kusturica no es una excepción.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 17 de octubre de 2008)
Con Kusturica este 17 de octubre llega a Montevideo, inevitablemente, la complejidad de la ex Yugoslavia. Para ejemplificarlo basta el dato fundacional de su biografía: Kusturica es un serbio nacido –como yugoslavo– en Sarajevo. La capital de Bosnia-Herzegovina sigue siendo una ciudad dividida. La Berlín balcánica no tiene un muro de concreto sino de letras, ya que del lado bosniomusulmán se escribe en caracteres latinos, y en los barrios serbios se usan los caracteres cirílicos. No es artificio, los taxistas saben muy bien lo que es llevar un viaje de un lado a otro. Alfabeto, historia, religión: tres divisorias para una ciudad en la que lo poco en común es, paradójicamente, lo que siempre se ha dicho que la separa: el origen étnico de sus habitantes. Tanto serbobosnios como bosniomusulmanes son eslavos, sólo que algunos fueron obligados a convertirse al islam en los siglos de dominio otomano, ya sea por la fuerza de la espada o del recaudador de impuestos.
Ese país que por tres veces se llamó Yugoslavia (la monárquica primero, la socialista de Tito después, y la versión jibarizada de fines de los años noventa) ahora está separado en seis países más uno. Están Eslovenia, Macedonia, Croacia, Montenegro, Serbia y Bosnia-Herzegovina. Este último en la realidad son dos entidades: la Federación Bosnia (integrada por bosniocroatas y bosniomusulmanes) y la República Serbia de Bosnia (un país que, formalmente, no existe, pero que es muy real). También está Kosovo, pero eso es harina de otro costal.
En una combinación de ese tipo, en la que las fronteras separan de verdad, y donde un idioma de tronco común (el serbocroata) se ha venido destilando en el alambique del nacionalismo para extraer un idioma distinto por cada nuevo país, es lógico que los artistas, que trabajan con la sensibilidad y suelen ser más sensatos que los generales, estén hartos y se alejen de lo políticamente correcto. Kusturica no es una excepción.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 17 de octubre de 2008)
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