02 julio 2010

Efecto Jabulani: la refundación deseada

LA ATMÓSFERA QUE por estos días se respira en Uruguay es evidente. Queda definir qué es lo que evidencia. Puede pensarse incluso que lo que revela no es algo concreto (una cosa, un conjunto de cosas) sino un fino hilo conductor. El país está en un momento que no es malo desde el punto de vista económico (aunque no se hayan aniquilado las injusticias, claro), la política nacional (los diferentes partidos sobre todo) vive un romance inédito, y el fútbol uruguayo, sorpresa y pico, viene con viento en la camiseta. Ese cóctel parece unirnos y convoca (nadie quiere quedarse sin probar el elixir) tanto a los “de siempre” como a los más indiferentes ante el fútbol. Da la sensación de que pasa algo que tiene una explicación en otro sitio y mucho más allá de la disputa por el Mundial. Es como si Uruguay se hubiera cansado de andar lloriqueando por los rincones. Es que para bien o para mal el país ha bajado su umbral de referencia a la hora de calibrar el éxito de un proceso (si estamos entre los ocho, ya estamos). Una atmósfera que quiere signos de unión que nos cobijen a todos. Pero resulta –la paradoja de siempre– que ese nuevo manto que cobija, aunque flamante, está hecho con la misma tela de nuestra vieja seña de identidad: el fútbol.

El historiador Carlos Demasi recuerda que el triunfo en el primer Mundial tuvo “un talante muy batllista, un espíritu de experimentación: esa final de 1930 se filmó toda, con seis cámaras, y la película estuvo editada y pronta dos meses después”. Un adelanto para la época. Porque lo viejo dejó huella precisamente por su carácter innovador. El miércoles de mañana, en una radio, se escuchaba al capitán Diego Lugano decir que no son la mejor generación del fútbol uruguayo de los últimos cuarenta años, que lo que pasa es que se trabajó seriamente. ¿Espíritu de experimentación o un emergente del mismo discurso que atraviesa distintos ámbitos de la vida nacional en la búsqueda (aquí también un umbral de referencia que parece haber cambiado el listón) de un “país de primera”?

El eco de la política –esa otra marca de nuestra identidad– es inevitable. Se puede pensar en las idas y venidas de la luego desmentida delegación interpartidaria, imaginada como si fuera un charter a La Haya o una misión de la hace poco cuestionada “diplomacia parlamentaria”. Pero se puede pensar también en lo que pasó en otras latitudes, con el DT de la selección francesa llamado a sala por el parlamento, en una suerte de interpelación que dada la crudeza con la que Francia debatió su eliminación tenía poco de impertinente. Por una vez los problemas son de otros y la armonía (esa nueva ola confuciana que desde China parece extenderse suavemente sobre el modo de enfocar la cuestión pública) por primera se viste de entre casa. Ya habrá tiempo para que alguien recuerde el postergado “cepillo de alambre” para el fútbol, o para que se hagan más fuertes las voces que reclaman medidas más a la izquierda en la conducción de las políticas públicas, que “corrijan el rumbo” y hagan “temblar las raíces de los árboles”.

Pese a las asociaciones posibles, esto de ahora es distinto de lo de siempre. También los protagonistas. Son jóvenes aguerridos (la vieja metáfora) o delanteros globalizados (una nueva forma de estar parados frente al mundo). Pero son ellos, los jóvenes (con su vitalidad, su esfuerzo, su humildad, su solidaridad, todos valores caros a una tradición que parecía definitivamente traicionada) los que traen de vuelta el sueño. Los viejos miran atónitos cierta recuperación de aquel espíritu, los de mediana edad se sacan por un rato la mochila del fracaso, los más chicos disfrutan plenamente sin cargas. Ya no es Obdulio (ahora sí verdaderamente muerto y enterrado, en su panteón, con su lugar asignado en la historia) sino que es la sangre fresca y el presente, los que están vivos. Hay un intento de refundación que late por todos lados y que, claro, tan medidos todavía, no se verbaliza: refundar el país, los códigos de la política, los viejos mitos.

Después vendrá el partido de esta tarde. Una semana más en el desborde de la victoria o incluso la ya anunciada aceptación de que “lo hecho alcanza”. Sabiendo siempre, en silencio, que la perfección es lo imposible.

(Artículo de Roberto López Belloso y Álvaro Pérez García publicado en Brecha el 2 de julio de 2010)

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