Jóvenes y guerra:
Aquiles era punk
Las guerras modernas se han caracterizado por involucrar cada vez más a las poblaciones civiles. Ya no son los ejércitos, sino las sociedades las que las sufren. Por el momento de sus vidas en las que llega el conflicto, los jóvenes viven las situaciones de guerra como una particular amputación de su futuro.
Aquiles, personaje central de La Ilíada, tenía 15 años cuando comenzó a pelear la guerra de Troya. Francisco Rivera, el “Zorro”, no había cumplido los 21 cuando lideró la toma de la segunda ciudad de Nicaragua durante la revolución sandinista. Apenas contaba con esa edad el poeta peruano Javier Heraud cuando fue ultimado en las selvas de Puerto Maldonado mientras intentaba iniciar un foco guerrillero. La guerra siempre ha involucrado a los jóvenes. Baste para recordarlo la tragedia de las Malvinas, que le costó una generación a la vecina Argentina.
Algunas de las situaciones esbozadas en este informe, mínimos apuntes superficiales sobre realidades más que complejas, tratan sobre los jóvenes que combaten; otras hablan sobre cómo las viven los civiles; en la mayoría se verá que los lugares de víctima y victimario se mezclan, o en otros casos se podrá identificar una extraña “normalidad” que a veces, como un flash, pasa por detrás de los jóvenes en conflicto. Flashes como el testimonio de uno de los sobrevivientes de la batalla de San José de las Mulas, en Nicaragua, que dijo a un periodista de El Nuevo Diario que lo estaba entrevistando: “Cuando empezaron a atacarnos todo eran luces trazadoras, como en la Guerra de las Galaxias, pero no estaba Yoda”. Flashes como la visión fugaz de un gigantesco póster de Madonna en la habitación de una muchacha macedonia que, bajo la atenta mirada de su madre, le prestó a Brecha una computadora para terminar un artículo del Cuaderno de los Balcanes publicado en 2002. Eran los días en que, afuera, se escuchaban las frenadas de los autos que escapaban después de hacer algún disparo aislado, coletazos de los enfrentamientos de esa semana entre albaneses y macedonios, pero ahí, adentro, como podría haber estado en cualquier pared de Montevideo, estaba el póster de Madonna. Tranquilizadora mentira de una normalidad imposible.
No se trata solamente de guerra. En las situaciones de violencia urbana se dan fenómenos similares. coav es un proyecto brasileño impulsado por Viva Favela. En el proceso de preparación de un trabajo sobre cómo los jóvenes viven su relación con el mundo de la violencia en las ciudades, coav entrevistó a Rachel Brett, para comparar los efectos de las crisis armadas en jóvenes africanos y cariocas. Entre las semejanzas que encontró Brett están la banalización, incentivo y “glamorización” de la violencia y las armas. Aquellos que las portan, dice Brett, son proyectados como héroes y modelos, especialmente para los varones. “Cuando un niño dice no, está sujeto a ser tildado de cobarde, traicionero, que decepciona a su familia, especialmente al padre”, explica.
KOSOVO. Si los jóvenes en general sufren la guerra, las jóvenes la sufren doblemente. La limpieza étnica en Kosovo fue acometida con igual celo por serbios y por albanokosovares. En cuestión de meses, apenas cambió la correlación de fuerzas, en el mismo año 1999 víctimas y victimarios intercambiaron papeles. Los paramilitares eran los principales responsables de lo que un reporte de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea (OSCE) define con crudeza como “el uso de la violación como arma de guerra”. Este capítulo de la catástrofe humanitaria de Kosovo es el menos documentado. Tradicionalmente la sociedad albanokosovar tiene a la sexualidad como un tema en torno al cual se guarda un compacto silencio. “El estigma de la violación es tan profundo que se suele afirmar que una buena mujer debe suicidarse antes que continuar viviendo luego de haber sido violada.” El informe de la osce abunda en testimonios sobre violaciones masivas que generalmente tenían un patrón común: las fuerzas militares o paramilitares serbias toman una aldea, separan a los hombres de las mujeres, eligen las veinte o treinta jóvenes más atractivas y las someten durante cuatro días a una suerte de esclavitud en la que no sólo las violan repetidamente sino que también las obligan a realizar tareas domésticas como lavar la ropa de los soldados, limpiar los alojamientos militares o cocinar.
Esta violencia se ejercía de “la manera más pública posible” a los efectos de aterrorizar a la población. “Cuando la violación se comete en un conflicto armado ésta se dirige a toda la sociedad y no sólo a la víctima individual”, sobre todo cuando son violadas gran cantidad de mujeres, las que en algunas ocasiones quedan incapacitadas para procrear y, en caso de pertenecer a culturas tradicionalistas como la albanokosovar, también incapacitadas para casarse y tener una vida familiar normal. Para los expertos de la osce “es claro que la violencia sexual fue usada como un instrumento de limpieza étnica siguiendo patrones similares a los que se utilizaron en Bosnia-Herzegovina”. Los violadores serbios les decían a las mujeres a las que acababan de agredir: “ya no son más albanesas, porque llevan en sus entrañas niños serbios”. En otras palabras, “la violación se usaba como un arma para anular la etnicidad de las mujeres”, concluye la osce.
BOSNIA. Los jóvenes no sólo han sido víctimas. También han tenido, a veces, el rol de victimarios. No se trata de los soldados casi niños accionando el gatillo y matando a otros casi niños, como ha ocurrido con frecuencia en las guerras africanas. Se trata de autores de crímenes de lesa humanidad, con todas las letras. Uno de los personajes más sanguinarios de la guerra de Bosnia, el bosniomusulmán Naser Oric (foto), tenía 25 años cuando asumió el mando militar de la guarnición de Srebrenica. En el expediente que le abrió el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia se puede leer que no sólo aterrorizaba a las aldeas de campesinos serbios, sino que también había instalado un régimen de terror dentro de la ciudad, donde regía con mano de hierro la vida cotidiana de los propios bosniomusulmanes. Las muertes, las torturas, las violaciones, se hacían por orden de Oric. Cuando el ejército serbio atacó Srebrenica para vengar los asesinatos de campesinos serbios a manos de Oric, el jefe bosniomusulmán prefirió escapar, y dejó a los suyos indefensos ante la venganza. Ocho mil jóvenes y hombres bosnios fueron ultimados por los serbios, en una masacre que se convirtió en un emblema de los crímenes contra la humanidad cometidos en los Balcanes.
LIBERIA. Frustrados, analfabetos, huérfanos y víctimas de abusos, tal es la situación de los nuevos jóvenes que tratan de volver a tener a una vida normal después de años de guerra, indica un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre ese país africano en el que los menores representaban el 37 por ciento de los combatientes de las distintas facciones enfrentadas. Ahora, afirma la oit, muchos de los 15 mil niños vinculados al conflicto bélico han evolucionado hasta alcanzar la edad adulta y son jóvenes desempleados.
El diagnóstico de la situación actual a la que se enfrentan esos jóvenes no es demasiado alentador. En el reporte de la oit puede leerse que sólo un 55 por ciento de los hombres, y en torno al 41 por ciento de las mujeres, son económicamente activos en la actualidad. Se estima que el 80 por ciento están desempleados, aun cuando se desconocen las cifras reales de desempleo y subempleo ocultos, en tanto que un 77 por ciento trabaja actualmente en el sector informal.
Otra investigación, en este caso de la organización no gubernamental Human Rights Watch (hrw), indica que el final del conflicto no ha significado el final de la guerra para la juventud liberiana. Muchos de estos ex combatientes, veteranos de guerra pero jóvenes en edad, han sido reclutados como mercenarios para pelear en otros países africanos, retomando el ciclo de violencia que los ha venido acompañando durante toda su vida. La vida de estos “guerreros regionales” está descrita en “Jóvenes, pobreza y sangre. La herencia mortal de los guerreros regionales de África del oeste”. Es un informe de 66 páginas elaborado por hrw a partir de entrevistas con cerca de 60 antiguos combatientes que consiguieron cruzar las fronteras para luchar en Liberia, Sierra Leona, Costa de Marfil y Guinea. Tal como indica Europa Press al resumir el estudio, hrw analiza también las bases de este fenómeno de “mercenariado transfronterizo” en África occidental, que no son otras que la incapacidad de los programas de desarme y desmovilización, a causa de la corrupción de sus gestores, para asegurar a los antiguos niños soldados un medio de vida adecuado.
SAN JOSÉ DE LAS MULAS. Antonio pesa más de 120 quilos. No traslada su humanidad demasiados metros cada día, sino que casi siempre se mantiene al amparo de una mecedora, a la sombra de un árbol de mango, a la entrada de su casa. Es difícil imaginarlo como uno de los pocos sobrevivientes de la principal gesta de la Juventud Sandinista en los años ochenta. Hace más de dos décadas, cuando tenía poco más de 17 años, Antonio se alistó en un batallón como voluntario. Eran los tiempos en que se debía combinar la defensa militar con el trabajo político. Especialmente en algunas aldeas campesinas del norte, donde la población era particularmente permeable a la propaganda de la “contra”, ejército irregular armado por Estados Unidos. La creación de cooperativas, la entrega de tierras mediante una reforma agraria que tuvo ciertos momentos de improvisación, generaban una sensación de temor a lo desconocido. La falta de tacto de algunos dirigentes locales y el autoritarismo de algunas guarniciones militares, venían creando problemas en San José de las Mulas, una pequeña población cercana a la frontera norte.
Era un lugar relativamente tranquilo desde el punto de vista militar, por lo que el gobierno decidió relevar a la tropa allí acantonada y sustituirla por un destacamento recién creado, formado en su casi totalidad por jóvenes sandinistas. De inmediato comenzaron a dar clases en la escuela, a pintar y arreglar espacios comunitarios y a intentar ganar la confianza de los lugareños. En dos meses de estadía habían casi abandonado las previsiones militares, al punto de que no ocuparon las lomas que dominaban las afueras del pueblo. La contra vio una oportunidad para atacar, y ocupando esas alturas lanzó una ofensiva que superaba en cinco a uno el número de los defensores. El modo en que los jóvenes defendieron ese pueblo y la cantidad de bajas que sufrieron los convirtieron en una leyenda para la Juventud Sandinista.
ORIENTE MEDIO. Son habituales los estudios y reportajes sobre cómo los jóvenes de esta zona del mundo viven el conflicto palestino-israelí. A veces el acento se pone en las dificultades del ejército de Israel para reclutar soldados, otras se coloca en las dificultades que tienen los adolescentes palestinos para sustraerse a las políticas de reclutamiento de grupos armados. O incluso se profundiza en las razones que se dan a sí mismos los kamikazes palestinos de corta edad, que están dispuestos a cometer atentados (en muchas ocasiones asesinando a otros jóvenes, como es el caso de los ataques contra locales de diversión nocturna en ciudades israelíes) porque piensan que ésa es la mejor manera de servir a su causa. Uno de esos trabajos, sin embargo, tuvo la peculiaridad de concentrarse en cómo viven el conflicto aquellos que no tienen un “compromiso” con ningún aparato militar ni paramilitar.
Preguntándose qué ocurre con los “civiles”, unicef recogió historias de adolescentes como Omer, una niña de Haifa que reconoce la tensión que siente cuando está en sitios donde hay mucha gente, al punto de que, según el trabajo publicado por unicef, vigila con recelo a las personas que la rodean. “Me da rabia tener ese mecanismo de defensa”, dice. O como Julie, de Gaza: “Aquí no tengo futuro. Siempre estoy pensando qué voy a ser cuando crezca, adónde iré. Me gustaría ir a un sitio donde pudiera disfrutar de la seguridad y la libertad, y donde la gente no tuviera que estar pensando constantemente en la guerra”. En cambio, en los territorios ocupados donde vive actualmente, “escuchamos constantemente los ruidos de los aviones cuando bombardean, lanzan cohetes, y así por el estilo. También escuchamos las detonaciones de las bombas. Escuchamos constantemente los sonidos de los combates”.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 14 de diciembre de 2007)
Aquiles, personaje central de La Ilíada, tenía 15 años cuando comenzó a pelear la guerra de Troya. Francisco Rivera, el “Zorro”, no había cumplido los 21 cuando lideró la toma de la segunda ciudad de Nicaragua durante la revolución sandinista. Apenas contaba con esa edad el poeta peruano Javier Heraud cuando fue ultimado en las selvas de Puerto Maldonado mientras intentaba iniciar un foco guerrillero. La guerra siempre ha involucrado a los jóvenes. Baste para recordarlo la tragedia de las Malvinas, que le costó una generación a la vecina Argentina.
Algunas de las situaciones esbozadas en este informe, mínimos apuntes superficiales sobre realidades más que complejas, tratan sobre los jóvenes que combaten; otras hablan sobre cómo las viven los civiles; en la mayoría se verá que los lugares de víctima y victimario se mezclan, o en otros casos se podrá identificar una extraña “normalidad” que a veces, como un flash, pasa por detrás de los jóvenes en conflicto. Flashes como el testimonio de uno de los sobrevivientes de la batalla de San José de las Mulas, en Nicaragua, que dijo a un periodista de El Nuevo Diario que lo estaba entrevistando: “Cuando empezaron a atacarnos todo eran luces trazadoras, como en la Guerra de las Galaxias, pero no estaba Yoda”. Flashes como la visión fugaz de un gigantesco póster de Madonna en la habitación de una muchacha macedonia que, bajo la atenta mirada de su madre, le prestó a Brecha una computadora para terminar un artículo del Cuaderno de los Balcanes publicado en 2002. Eran los días en que, afuera, se escuchaban las frenadas de los autos que escapaban después de hacer algún disparo aislado, coletazos de los enfrentamientos de esa semana entre albaneses y macedonios, pero ahí, adentro, como podría haber estado en cualquier pared de Montevideo, estaba el póster de Madonna. Tranquilizadora mentira de una normalidad imposible.
No se trata solamente de guerra. En las situaciones de violencia urbana se dan fenómenos similares. coav es un proyecto brasileño impulsado por Viva Favela. En el proceso de preparación de un trabajo sobre cómo los jóvenes viven su relación con el mundo de la violencia en las ciudades, coav entrevistó a Rachel Brett, para comparar los efectos de las crisis armadas en jóvenes africanos y cariocas. Entre las semejanzas que encontró Brett están la banalización, incentivo y “glamorización” de la violencia y las armas. Aquellos que las portan, dice Brett, son proyectados como héroes y modelos, especialmente para los varones. “Cuando un niño dice no, está sujeto a ser tildado de cobarde, traicionero, que decepciona a su familia, especialmente al padre”, explica.
KOSOVO. Si los jóvenes en general sufren la guerra, las jóvenes la sufren doblemente. La limpieza étnica en Kosovo fue acometida con igual celo por serbios y por albanokosovares. En cuestión de meses, apenas cambió la correlación de fuerzas, en el mismo año 1999 víctimas y victimarios intercambiaron papeles. Los paramilitares eran los principales responsables de lo que un reporte de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea (OSCE) define con crudeza como “el uso de la violación como arma de guerra”. Este capítulo de la catástrofe humanitaria de Kosovo es el menos documentado. Tradicionalmente la sociedad albanokosovar tiene a la sexualidad como un tema en torno al cual se guarda un compacto silencio. “El estigma de la violación es tan profundo que se suele afirmar que una buena mujer debe suicidarse antes que continuar viviendo luego de haber sido violada.” El informe de la osce abunda en testimonios sobre violaciones masivas que generalmente tenían un patrón común: las fuerzas militares o paramilitares serbias toman una aldea, separan a los hombres de las mujeres, eligen las veinte o treinta jóvenes más atractivas y las someten durante cuatro días a una suerte de esclavitud en la que no sólo las violan repetidamente sino que también las obligan a realizar tareas domésticas como lavar la ropa de los soldados, limpiar los alojamientos militares o cocinar.
Esta violencia se ejercía de “la manera más pública posible” a los efectos de aterrorizar a la población. “Cuando la violación se comete en un conflicto armado ésta se dirige a toda la sociedad y no sólo a la víctima individual”, sobre todo cuando son violadas gran cantidad de mujeres, las que en algunas ocasiones quedan incapacitadas para procrear y, en caso de pertenecer a culturas tradicionalistas como la albanokosovar, también incapacitadas para casarse y tener una vida familiar normal. Para los expertos de la osce “es claro que la violencia sexual fue usada como un instrumento de limpieza étnica siguiendo patrones similares a los que se utilizaron en Bosnia-Herzegovina”. Los violadores serbios les decían a las mujeres a las que acababan de agredir: “ya no son más albanesas, porque llevan en sus entrañas niños serbios”. En otras palabras, “la violación se usaba como un arma para anular la etnicidad de las mujeres”, concluye la osce.
BOSNIA. Los jóvenes no sólo han sido víctimas. También han tenido, a veces, el rol de victimarios. No se trata de los soldados casi niños accionando el gatillo y matando a otros casi niños, como ha ocurrido con frecuencia en las guerras africanas. Se trata de autores de crímenes de lesa humanidad, con todas las letras. Uno de los personajes más sanguinarios de la guerra de Bosnia, el bosniomusulmán Naser Oric (foto), tenía 25 años cuando asumió el mando militar de la guarnición de Srebrenica. En el expediente que le abrió el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia se puede leer que no sólo aterrorizaba a las aldeas de campesinos serbios, sino que también había instalado un régimen de terror dentro de la ciudad, donde regía con mano de hierro la vida cotidiana de los propios bosniomusulmanes. Las muertes, las torturas, las violaciones, se hacían por orden de Oric. Cuando el ejército serbio atacó Srebrenica para vengar los asesinatos de campesinos serbios a manos de Oric, el jefe bosniomusulmán prefirió escapar, y dejó a los suyos indefensos ante la venganza. Ocho mil jóvenes y hombres bosnios fueron ultimados por los serbios, en una masacre que se convirtió en un emblema de los crímenes contra la humanidad cometidos en los Balcanes.
LIBERIA. Frustrados, analfabetos, huérfanos y víctimas de abusos, tal es la situación de los nuevos jóvenes que tratan de volver a tener a una vida normal después de años de guerra, indica un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre ese país africano en el que los menores representaban el 37 por ciento de los combatientes de las distintas facciones enfrentadas. Ahora, afirma la oit, muchos de los 15 mil niños vinculados al conflicto bélico han evolucionado hasta alcanzar la edad adulta y son jóvenes desempleados.
El diagnóstico de la situación actual a la que se enfrentan esos jóvenes no es demasiado alentador. En el reporte de la oit puede leerse que sólo un 55 por ciento de los hombres, y en torno al 41 por ciento de las mujeres, son económicamente activos en la actualidad. Se estima que el 80 por ciento están desempleados, aun cuando se desconocen las cifras reales de desempleo y subempleo ocultos, en tanto que un 77 por ciento trabaja actualmente en el sector informal.
Otra investigación, en este caso de la organización no gubernamental Human Rights Watch (hrw), indica que el final del conflicto no ha significado el final de la guerra para la juventud liberiana. Muchos de estos ex combatientes, veteranos de guerra pero jóvenes en edad, han sido reclutados como mercenarios para pelear en otros países africanos, retomando el ciclo de violencia que los ha venido acompañando durante toda su vida. La vida de estos “guerreros regionales” está descrita en “Jóvenes, pobreza y sangre. La herencia mortal de los guerreros regionales de África del oeste”. Es un informe de 66 páginas elaborado por hrw a partir de entrevistas con cerca de 60 antiguos combatientes que consiguieron cruzar las fronteras para luchar en Liberia, Sierra Leona, Costa de Marfil y Guinea. Tal como indica Europa Press al resumir el estudio, hrw analiza también las bases de este fenómeno de “mercenariado transfronterizo” en África occidental, que no son otras que la incapacidad de los programas de desarme y desmovilización, a causa de la corrupción de sus gestores, para asegurar a los antiguos niños soldados un medio de vida adecuado.
SAN JOSÉ DE LAS MULAS. Antonio pesa más de 120 quilos. No traslada su humanidad demasiados metros cada día, sino que casi siempre se mantiene al amparo de una mecedora, a la sombra de un árbol de mango, a la entrada de su casa. Es difícil imaginarlo como uno de los pocos sobrevivientes de la principal gesta de la Juventud Sandinista en los años ochenta. Hace más de dos décadas, cuando tenía poco más de 17 años, Antonio se alistó en un batallón como voluntario. Eran los tiempos en que se debía combinar la defensa militar con el trabajo político. Especialmente en algunas aldeas campesinas del norte, donde la población era particularmente permeable a la propaganda de la “contra”, ejército irregular armado por Estados Unidos. La creación de cooperativas, la entrega de tierras mediante una reforma agraria que tuvo ciertos momentos de improvisación, generaban una sensación de temor a lo desconocido. La falta de tacto de algunos dirigentes locales y el autoritarismo de algunas guarniciones militares, venían creando problemas en San José de las Mulas, una pequeña población cercana a la frontera norte.
Era un lugar relativamente tranquilo desde el punto de vista militar, por lo que el gobierno decidió relevar a la tropa allí acantonada y sustituirla por un destacamento recién creado, formado en su casi totalidad por jóvenes sandinistas. De inmediato comenzaron a dar clases en la escuela, a pintar y arreglar espacios comunitarios y a intentar ganar la confianza de los lugareños. En dos meses de estadía habían casi abandonado las previsiones militares, al punto de que no ocuparon las lomas que dominaban las afueras del pueblo. La contra vio una oportunidad para atacar, y ocupando esas alturas lanzó una ofensiva que superaba en cinco a uno el número de los defensores. El modo en que los jóvenes defendieron ese pueblo y la cantidad de bajas que sufrieron los convirtieron en una leyenda para la Juventud Sandinista.
ORIENTE MEDIO. Son habituales los estudios y reportajes sobre cómo los jóvenes de esta zona del mundo viven el conflicto palestino-israelí. A veces el acento se pone en las dificultades del ejército de Israel para reclutar soldados, otras se coloca en las dificultades que tienen los adolescentes palestinos para sustraerse a las políticas de reclutamiento de grupos armados. O incluso se profundiza en las razones que se dan a sí mismos los kamikazes palestinos de corta edad, que están dispuestos a cometer atentados (en muchas ocasiones asesinando a otros jóvenes, como es el caso de los ataques contra locales de diversión nocturna en ciudades israelíes) porque piensan que ésa es la mejor manera de servir a su causa. Uno de esos trabajos, sin embargo, tuvo la peculiaridad de concentrarse en cómo viven el conflicto aquellos que no tienen un “compromiso” con ningún aparato militar ni paramilitar.
Preguntándose qué ocurre con los “civiles”, unicef recogió historias de adolescentes como Omer, una niña de Haifa que reconoce la tensión que siente cuando está en sitios donde hay mucha gente, al punto de que, según el trabajo publicado por unicef, vigila con recelo a las personas que la rodean. “Me da rabia tener ese mecanismo de defensa”, dice. O como Julie, de Gaza: “Aquí no tengo futuro. Siempre estoy pensando qué voy a ser cuando crezca, adónde iré. Me gustaría ir a un sitio donde pudiera disfrutar de la seguridad y la libertad, y donde la gente no tuviera que estar pensando constantemente en la guerra”. En cambio, en los territorios ocupados donde vive actualmente, “escuchamos constantemente los ruidos de los aviones cuando bombardean, lanzan cohetes, y así por el estilo. También escuchamos las detonaciones de las bombas. Escuchamos constantemente los sonidos de los combates”.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 14 de diciembre de 2007)
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