Las líneas del villano
Toda buena historia necesita un villano. No pueden ser Osama bin Laden ni George W Bush ya que los trazos gruesos diluyen toda compejidad posible.Cuando habla cualquiera de los dos –en el caso de al menos uno de ellos los comunicados se parecen demasiado a manifestaciones de ultratumba– el resultado siempre es una solución acuosa, como tinta china rebajada, que mancha. Para villanos, entonces, no sirven demasiado.
Ante tal escasez no extraña, entonces, que las baterías se hayan concentrado en la figura de Martin Amis, escritor británico y durante un tiempo vecino de José Ignacio. Tanto 2005 como 2006 fueron generosos en citas –dentro y fuera de contexto– en las que se leía al autor de Experiencia decir, por ejemplo, que el gran problema del islam es su falta de humor. La carrera de villano de Amis, edificada a su pesar, parecía que iba a tener el mismo destino que todas: nacer, crecer, llegar a su punto más alto y eclipsarse ante la aparición de un villano más poderoso. Pero el nuevo villano no aparecía. Entonces seguían usándose sus viejas citas, cada vez más ajadas, hasta que el último mes de 2007, tal vez con ayuda del cansancio que deja el espíritu navideño, lo trajo de nuevo al menú de las polémicas. Amis, que había dejado el país suavemente ondulado para volver a beber el trago energetizante de las grandes ciudades, según confesó a Radar una semana antes de su mudanza, estuvo a punto de atragantarse con tanta energía. Un crítico literario de Manchester, Terry Eagleton, no sólo lo tildó de islamófobo sino que afirmó que esa supuesta islamofobia le venía del padre, Kingsley Amis, “un racista, antisemita vulgar y borracho”. Suficiente combustible para que la prensa europea repitiera el ataque y exhumara viejas citas en casi cada uno de los idiomas de la Unión.
Como señala el periodista Guido Santevecchi en Il Corriere della Sera, esta vez Amis tomó precauciones y se abstuvo de dar forma oral a su pensamiento. Tomó un teclado (“la escritura es un proceso físico”, dijo una vez) y escribió un artículo para The Guardian. En el periódico británico, insospechado de bushfilia, Amis afiló su defensa: “Yo no me ocupo de raza sino de ideología. Si cada habitante de una democracia libre cree en la democracia libre, no importa la fe ni el color. Pero si algunos creen en la sharia (guerra santa) o en el califato (forma integrista que subordina la política a la religión) y piensa que colocar una bomba en Londres es una buena forma de imponerlos, entonces los números comienzan a contar, entonces para Europa cuenta también la demografía”.
ALIANZA. Un mes más tarde de este esgrima en papel periódico, España fue sede del primer Foro de la Alianza de Civilizaciones, una iniciativa del presidente José Luis Rodríguez Zapatero que los gobiernos español y turco han impulsado y que las Naciones Unidas hicieron suya. Por detrás de las declaraciones del evento realizado esta semana que termina, de las medidas concretas y de los euros que llovieron por millones (la jequesa de Qatar donó cien para un programa de empleo juvenil en Oriente Medio), los dos gobiernos impulsores subrayaron la necesidad de que Turquía ingrese de pleno derecho a la Unión Europea. Un tema escabroso en el que, sobre todo, la demografía cuenta. Se trata de 71 millones de personas, en su inmensa mayoría musulmanes, a ser recibidas en una entidad supranacional que ahora tiene 494 millones de ciudadanos. Cuestiones vinculadas a derechos humanos, con énfasis en asuntos de género y respeto a las minorías, se combinan con reticencias económicas, para hacer junto a la demografía un cóctel difícil de tolerar para todos los que actualmente integran la Europa unida.
Un cóctel que según cuál sea el cuenco político en que se vierta, será el sabor que tenga. Para la derecha, por ejemplo, Turquía está intentando instrumentar la iniciativa española para acercarse a Europa sin hacer todas las tareas que debieron cumplir los alumnos del este europeo. El diario abc, por ejemplo, destacó que el primer ministro turco, Recep Tayip Erdogan, comenzó su discurso en la inauguración del Foro de la Alianza de Civilizaciones, “expresando deseos de paz y fraternidad que un predicador honesto de cualquier religión suscribiría de inmediato. Pero no tardó en ir al grano y a lo que parece el núcleo de su mensaje”. Ese núcleo, en opinión de abc, fue una suerte de chantaje: el ingreso de Ankara en la Unión Europea sería, citando a Erdogan, “un indicador claro de que la Alianza de Civilizaciones es posible y contribuirá a la paz internacional”, por lo cual “cualquier obstáculo en el camino de Turquía –afirmó– sería un obstáculo también a la paz y a la estabilidad en el mundo”.
Pero cuando el cóctel se sirve en la copa de los gobiernos socialistas europeos, el sabor que se percibe deja de ser amargo y el resultado es una bebida chispeante que hace que sus impulsores desborden entusiasmo. El representante de España en la Alianza de Civilizaciones, Máximo Caja, calificó a la Alianza en general como “un intento de movilizar al conjunto de la comunidad internacional, no sólo a los gobiernos, sino ante todo a las sociedades civiles. Se trata de una iniciativa de los contrarios al extremismo, a la intolerancia y al terrorismo. Los terroristas no se dejan amedrentar por el purgatorio, ni tampoco por las bombas ni los tanques. Es un problema que está en las cabezas. Ahí es donde hay que luchar contra el terror”.
En un tono similar se situaron las demás declaraciones; debates no hubo, ya que no hubo opiniones que divergieran seriamente. Tras esto, esa narración de escritura colectiva que es la actualidad internacional ya tiene preparado –seguramente– algún otro sacudón, en forma de polémica, cuando algún villano, viejo o nuevo, diga sus líneas.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 18 de enero de 2008)
Ante tal escasez no extraña, entonces, que las baterías se hayan concentrado en la figura de Martin Amis, escritor británico y durante un tiempo vecino de José Ignacio. Tanto 2005 como 2006 fueron generosos en citas –dentro y fuera de contexto– en las que se leía al autor de Experiencia decir, por ejemplo, que el gran problema del islam es su falta de humor. La carrera de villano de Amis, edificada a su pesar, parecía que iba a tener el mismo destino que todas: nacer, crecer, llegar a su punto más alto y eclipsarse ante la aparición de un villano más poderoso. Pero el nuevo villano no aparecía. Entonces seguían usándose sus viejas citas, cada vez más ajadas, hasta que el último mes de 2007, tal vez con ayuda del cansancio que deja el espíritu navideño, lo trajo de nuevo al menú de las polémicas. Amis, que había dejado el país suavemente ondulado para volver a beber el trago energetizante de las grandes ciudades, según confesó a Radar una semana antes de su mudanza, estuvo a punto de atragantarse con tanta energía. Un crítico literario de Manchester, Terry Eagleton, no sólo lo tildó de islamófobo sino que afirmó que esa supuesta islamofobia le venía del padre, Kingsley Amis, “un racista, antisemita vulgar y borracho”. Suficiente combustible para que la prensa europea repitiera el ataque y exhumara viejas citas en casi cada uno de los idiomas de la Unión.
Como señala el periodista Guido Santevecchi en Il Corriere della Sera, esta vez Amis tomó precauciones y se abstuvo de dar forma oral a su pensamiento. Tomó un teclado (“la escritura es un proceso físico”, dijo una vez) y escribió un artículo para The Guardian. En el periódico británico, insospechado de bushfilia, Amis afiló su defensa: “Yo no me ocupo de raza sino de ideología. Si cada habitante de una democracia libre cree en la democracia libre, no importa la fe ni el color. Pero si algunos creen en la sharia (guerra santa) o en el califato (forma integrista que subordina la política a la religión) y piensa que colocar una bomba en Londres es una buena forma de imponerlos, entonces los números comienzan a contar, entonces para Europa cuenta también la demografía”.
ALIANZA. Un mes más tarde de este esgrima en papel periódico, España fue sede del primer Foro de la Alianza de Civilizaciones, una iniciativa del presidente José Luis Rodríguez Zapatero que los gobiernos español y turco han impulsado y que las Naciones Unidas hicieron suya. Por detrás de las declaraciones del evento realizado esta semana que termina, de las medidas concretas y de los euros que llovieron por millones (la jequesa de Qatar donó cien para un programa de empleo juvenil en Oriente Medio), los dos gobiernos impulsores subrayaron la necesidad de que Turquía ingrese de pleno derecho a la Unión Europea. Un tema escabroso en el que, sobre todo, la demografía cuenta. Se trata de 71 millones de personas, en su inmensa mayoría musulmanes, a ser recibidas en una entidad supranacional que ahora tiene 494 millones de ciudadanos. Cuestiones vinculadas a derechos humanos, con énfasis en asuntos de género y respeto a las minorías, se combinan con reticencias económicas, para hacer junto a la demografía un cóctel difícil de tolerar para todos los que actualmente integran la Europa unida.
Un cóctel que según cuál sea el cuenco político en que se vierta, será el sabor que tenga. Para la derecha, por ejemplo, Turquía está intentando instrumentar la iniciativa española para acercarse a Europa sin hacer todas las tareas que debieron cumplir los alumnos del este europeo. El diario abc, por ejemplo, destacó que el primer ministro turco, Recep Tayip Erdogan, comenzó su discurso en la inauguración del Foro de la Alianza de Civilizaciones, “expresando deseos de paz y fraternidad que un predicador honesto de cualquier religión suscribiría de inmediato. Pero no tardó en ir al grano y a lo que parece el núcleo de su mensaje”. Ese núcleo, en opinión de abc, fue una suerte de chantaje: el ingreso de Ankara en la Unión Europea sería, citando a Erdogan, “un indicador claro de que la Alianza de Civilizaciones es posible y contribuirá a la paz internacional”, por lo cual “cualquier obstáculo en el camino de Turquía –afirmó– sería un obstáculo también a la paz y a la estabilidad en el mundo”.
Pero cuando el cóctel se sirve en la copa de los gobiernos socialistas europeos, el sabor que se percibe deja de ser amargo y el resultado es una bebida chispeante que hace que sus impulsores desborden entusiasmo. El representante de España en la Alianza de Civilizaciones, Máximo Caja, calificó a la Alianza en general como “un intento de movilizar al conjunto de la comunidad internacional, no sólo a los gobiernos, sino ante todo a las sociedades civiles. Se trata de una iniciativa de los contrarios al extremismo, a la intolerancia y al terrorismo. Los terroristas no se dejan amedrentar por el purgatorio, ni tampoco por las bombas ni los tanques. Es un problema que está en las cabezas. Ahí es donde hay que luchar contra el terror”.
En un tono similar se situaron las demás declaraciones; debates no hubo, ya que no hubo opiniones que divergieran seriamente. Tras esto, esa narración de escritura colectiva que es la actualidad internacional ya tiene preparado –seguramente– algún otro sacudón, en forma de polémica, cuando algún villano, viejo o nuevo, diga sus líneas.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 18 de enero de 2008)
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