02 diciembre 2007

Socialismos: sentidos múltiples

Un fantasma recorre el diccionario en busca de una definición perdida. Significa una cosa en el frondoso lenguaje del socialismo del siglo xxi que se proclama desde Caracas y otra muy distinta en el multilingüe centrismo de la socialdemocracia europea, que arropa por igual a democristianos y ex comunistas. Pero ni siquiera en Europa tiene una acepción única. Como alternativa al neoclintonismo, se busca rescatar la definición tradicional del socialismo republicano francés o de la izquierda alternativa italiana y alemana. (En la foto el alemán Oskar Lafontaine y el francés Jean-Luc Melenchon).


El dilema actual de la izquierda europea ya no es entre reformismo o revolución, sino entre responsabilidad colectiva y responsabilidad individual. Un momento de crisis en el cual la tentación del centro hace olvidar la transformación de la sociedad. Así opina uno de los fundadores del ala izquierda del Partido Socialista (PS) francés.


Senador en ejercicio de su tercera legislatura, ministro durante el gobierno de Lionel Jospin e impulsor del No a la Constitución Europea, Jean-Luc Melenchon estuvo en Montevideo como parte de una investigación sobre la izquierda latinoamericana, pero también siguiendo una suerte de itinerario espiritual por las mismas calles que alguna vez pisara el líder histórico del socialismo republicano, Jean Jaurés. “Me emociona pensarlo”, confesó. En diálogo con Brecha se despachó con dureza en contra de la actual socialdemocracia europea y sostuvo que en América Latina pueden encontrarse modelos para un reenfoque socialista de la izquierda del viejo mundo. La entrevista no pudo evitar hablar del “huracán Sarkozy” y su intención de infligirle una derrota a la izquierda social, contexto en el que se producen las pulseadas con los sindicatos que, en este preciso momento, paralizaron al país con una masiva huelga de transportistas.


Melenchon criticó el discurso centrista de la candidata del ps en las recientes elecciones presidenciales, Ségolène Royal, y también al canciller Bernard Kouchner, quien no fue expulsado del partido a pesar de su ingreso al gabinete de derecha. Fue mucho más neutro a la hora de hablar de Dominique Strauss-Khan, actual director gerente del Fondo Monetario Internacional y señalado por muchos como futuro presidenciable del ps. En su opinión, la búsqueda del centro y el olvido de viejas banderas no son exclusivos de la izquierda gala, sino que se trata de un proceso europeo que tiene como fenómeno emblemático la creación del Partido Demócrata italiano, que ha dejado de lado la hoz y el martillo de antaño para abrazar el clintonismo-blairismo.


—¿Cómo se sitúa la izquierda francesa, y en particular el Partido Socialista, ante esta figura avasallante que es el presidente Nicolás Sarkozy?
—Estamos confrontados a un estilo de presidencia que no conocíamos. El señor Sarkozy encarna una derecha desacomplejada, y en Francia no estamos acostumbrados a eso. Está decidido a enfrentarnos políticamente, y cuando digo a nosotros, no me refiero solamente a la izquierda política, sino también a la izquierda social. Por ejemplo a los obreros del transporte, que hoy en día están en el ojo del ciclón. No los golpea porque reducir sus derechos sociales sea realmente importante para el equilibrio financiero del régimen de pensiones que proyecta Sarkozy. Los golpea porque se trata de un sector simbólico, un sector fuertemente organizado de la clase obrera francesa. Como ya lo hicieron antes (la primera ministra conservadora británica) Margaret Thatcher o (el presidente republicano de Estados Unidos) Ronald Reagan, Sarkozy sabe que tiene que comenzar su gobierno ocasionándole una derrota a las bases sociales de la izquierda. No solamente una derrota de los políticos, sino que detrás tiene que venir una derrota social.

Pero en Francia, hasta ahora, cada vez que se han tocado las conquistas sociales ha habido grandes movilizaciones, las cuales han originado la caída de dos primer ministros. Y esto lo sabe el presidente. Este enfrentamiento ha empezado. El 18 de octubre tuvimos una primera huelga de los transportes y en noviembre habrá una huelga casi general. Debemos reconocer que hoy esa lucha es más difícil todavía, ya que no hay ninguna alternativa política. Y no la hay porque el Partido Socialista y la izquierda en general no sólo fueron derrotados electoralmente sino también ideológicamente, porque fuimos incapaces de elegir entre dos vías que se presentan actualmente en la izquierda en Europa. La primera es la llamada socialdemocracia, aunque la socialdemocracia apegada a lo que quiere decir realmente el término ya no existe, porque la socialdemocracia europea, la de toda Europa, tiene una política bastante neoliberal a la que solemos llamar social-liberal, lo que resulta una paradoja.


—¿Ésta es la línea que representa Ségolène Royal?
—La representa de la manera más profunda y mejor construida. Tiene una organización de su discurso que es extraordinariamente cercana, como arquitectura, a la de (el ex primer ministro laborista británico) Tony Blair. En un principio todavía tenía algunos aspectos que la vinculaban a la tradición del Partido Socialista, sobre todo con dos propuestas de su programa de gobierno: aumentar los salarios mínimos y extender las 35 horas semanales de trabajo a las pequeñas empresas. Pero al final de la campaña explicó que no creía en ninguna de las dos medidas. Entonces terminó con lo poco que quedaba de su pertenencia al modelo clásico socialista francés. Así que su campaña quedó organizada alrededor de un tema bastante ambiguo como es el orden justo. Royal se benefició del miedo que había en el partido de que se repitiera la derrota de 2002, cuando las divisiones de la izquierda hicieron que el candidato socialista, el compañero Lionel Jospin, perdiera la primera vuelta (y que quien pasara al balotaje, en su lugar, fuera el líder xenófobo Jean Marie Le Pen). Este miedo puso a la gente a votar masivamente por Royal en primera vuelta, de tal manera que el Partido Comunista, los verdes y los trotskistas fueron aplastados electoralmente.


—La aplanadora del voto útil.
—Exacto. Pero había una razón. El resultado, entonces, es un paisaje paradójico. El Partido Socialista no ha sido nunca tan fuerte en la izquierda, pero a la vez, la izquierda nunca fue tan débil en más de veinte años.


—¿Cómo se sitúa Strauss-Kahn en este panorama?
—Simplificando podemos decir que el compañero Strauss-Kahn pertenece a un pensamiento más tradicional de la socialdemocracia en el seno del Partido Socialista. Hay que tener en cuenta que antes de que se iniciara el período de nominación presidencial, la señora Royal era totalmente desconocida, ya que no participaba de los debates internos del partido. En esos momentos quien encarnaba la línea socialdemócrata era el compañero Strauss-Kahn. Por otro lado, siempre simplificando, hay una izquierda del partido, a la cual yo pertenezco desde hace treinta años.


—¿Qué ocurre con la izquierda del resto de Europa?
—El problema no es solamente francés, lo que ocurre es que el Partido Socialista francés está más enfermo que los otros. La originalidad del socialismo francés es la de ser heredero de una tradición republicana, que encarna la herencia de Jean Jaurés (foto), pero siempre siguiendo una vía socialista de transformación de la sociedad. No es el caso de ningún otro partido socialdemócrata europeo. Nosotros hemos sido el partido de la unión de la izquierda con François Mitterrand, gobernando en conjunto con los comunistas. Y cuando volvimos al poder con Jospin, volvimos a gobernar con los comunistas, diez años después de la caída del muro de Berlín, y con los ecologistas. Actualmente lo que ocurre es que la socialdemocracia europea está totalmente clintonizada y blairizada, y en todos los países, sin excepción alguna, bajan sus niveles de votación. En los países nórdicos principalmente, pero también en Italia, donde sin los votos de las comunidades italianas de Argentina y Uruguay no se habrían logrado las mayorías para que formara gobierno el señor Prodi.


Pero lo peor es lo que ocurre en Holanda o en Alemania, donde la socialdemocracia prefiere gobernar con la derecha antes que hacerlo con el partido de izquierda, que se llama Partido Socialista en Holanda y La Izquierda (Die Linke) en Alemania. Ellos mismos desmantelan el Estado social que habían venido construyendo durante tantos años. Por lo tanto hay una pregunta que debemos plantearnos como movimiento socialista europeo: ¿enfrentamos la modernización liberal o pensamos que es imposible? Pienso que la Unión Europea no es el marco para respondernos a esa pregunta, ya que se ha transformado en el caballo de Troya del liberalismo.


—¿Cómo evalúa la formación del Partido Demócrata italiano en el contexto del rumbo actual del socialismo europeo?
—Resulta emblemático de una corriente de la socialdemocracia actual. El Partido Demócrata es la forma más pura de este concepto nuevo, clintonista, blairista. No estoy hablando de la antigua polémica entre reformistas y revolucionarios. Ahora de lo que hablamos es de confrontación entre una línea que piensa que es posible enfrentarse a la modernización liberal y que es posible que nuevamente haya conquistas sociales, y otra línea que piensa que no es posible. La división entre responsabilidad colectiva y responsabilidad individual. Por eso el Partido Demócrata italiano para mí es una caricatura. Organiza lo que llaman “primarias” para definir autoridades. Algo que desde afuera puede parecer muy simpático, abierto, fresco, pero que en realidad lo que hace es matar al partido. Llegan miles de personas que no siguen ningún debate, que no participan de ningún estudio del programa o de la doctrina, y son llamadas a elegir una cara, un personaje.


El señor Veltroni es una caricatura de esto. Ha sido capaz de explicar que él no fue nunca ideológicamente comunista. Piense usted lo que quiera del comunismo, pero ¿cómo se puede decir, sin pasar vergüenza, que no ha sido comunista un hombre que ha sido durante 23 años diputado del Partido Comunista, miembro del Comité Central y director del diario del Partido Comunista? Una manera de borrar la historia, su propia historia. Yo no estoy de acuerdo ni con la forma de organización ni con el contenido del programa de esta izquierda, ya que pienso que van a matar a la izquierda. Por eso me alegra ver que hay algunos que resisten a esto y se agrupan, por ejemplo un sector de ex comunistas que no se sumaron al Partido Demócrata y que ahora está creando una alianza con el Partido de la Refundación Comunista, e intentan hacer en Italia lo que está buscando lograr el compañero Oskar Lafontaine en Alemania con Die Linke.


—¿Francia puede seguir un proceso parecido?
—Lo que está ocurriendo en Italia es un fenómeno internacional. Si en el Partido Socialista francés se llegase a buscar hacer algo así, es decir transformarlo en un Partido Demócrata clintonista, desde la izquierda del partido vamos a oponernos intensamente. Hoy ésa es una tentación muy fuerte, ya que la señora Ségolène Royal propuso una alianza con el centro, sin que hubiera habido ningún debate interno serio. Todos pensamos que se trata de peculiaridades de nuestros países, pero no es así. Es una tendencia mundial. Lo mismo ocurre con la derecha. Es la misma en todos los países. Luego se adapta a las características del lugar, pero el rostro de la derecha es el mismo. Puedo describirlo: un hombre desconocido para la política, que generalmente procede del sector empresarial, bastante joven, con un discurso en el que responsabiliza a los pobres por su pobreza, diciendo “yo soy el que se preocupa de los que se levantan temprano y trabajan duro y ya están hartos de la asistencia”.


El resto del discurso es conocido. Esto se canta aquí, se canta en Chile, se canta en Argentina, o en mi país. En cada lugar podemos poner un nombre diferente. En Francia es el señor Sarkozy, quien hizo campaña con un discurso en el que planteaba que la derecha era el partido de los obreros que habían sido abandonados por la socialdemocracia. Sarkozy hizo una campaña desacomplejada, con un discurso de derecha pero también diciéndose heredero de Jean Jaurés. En la televisión llegó a decir “yo he leído a Gramsci y vamos a aplicarlo”. Lo peor no fue eso. Lo peor fue que había gente de izquierda, parte de esos miles que sólo entraron al Partido Socialista para votar y elegir a la candidata, que no sabían quién era Gramsci (foto). Eso también es un signo de los tiempos.


—El nombramiento de figuras socialistas en el gobierno de Sarkozy, como Bernard Kouchner, ¿es parte de esa confusión que usted menciona?
—Ésa es la señal más fuerte de la confusión. Se trata de hombres y mujeres que son muy buenas personas tomadas individualmente, pero que ideológicamente han terminado su proceso de venta. El 20 por ciento del gobierno de derecha de Francia lo forman ex compañeros del Partido Socialista. Y el partido no los expulsó, porque tenía miedo de ser considerado sectario. Ahora lo que decimos es que eligieron por ellos mismos, que se autoexcluyeron, lo que aumenta todavía más la confusión. Las bases no entienden cómo alguien hace campaña de izquierda, trata al candidato de la derecha de ser casi un fascista, y tres días después entra en el gobierno de ese mismo candidato. Es terrible, pero no debería sorprendernos. En Alemania, en Holanda, los socialdemócratas gobiernan con la derecha, ¿cuál es el problema de gobernar también en Francia con la derecha? Desde este punto de vista no hay problema. Deberíamos construir desde la izquierda una alternativa a la mundialización, y en cambio estamos de nuevo discutiendo el tratado europeo. Se nos pide dar otro pasito en dirección a la construcción de la Unión Europea tal como es hoy día, es decir, una construcción antisocial, en la cual se prohíbe expresamente en el texto del nuevo tratado la armonización social y fiscal. ¿Cómo podemos ser socialdemócratas o socialistas y votar un texto que prohíbe aquello que es la razón por la cual hemos hecho la Unión Europea?


—¿Y América Latina?
—Bueno, por eso es que debemos mirar hacia América Latina, donde la ola liberal ha pasado destruyéndolo todo, para ver cómo han salido o tratan de salir de esto. Debemos dejar de lado la caricatura según la cual hay una buena izquierda, la de Lula, y otra demoníaca, que es la de Chávez (foto), y en el medio varios indígenas de los cuales no se comprende bien qué es lo que hacen pero que son folclóricos. Lo digo con vergüenza, porque hoy en día América Latina se conoce en Europa no por lo que pasa realmente sino desde el punto de vista de los fantasmas. En la prensa española puede leerse cómo hay una campaña permanente, hostil, agresiva, contra Chávez. Lo mismo en la prensa francesa. Negando incluso la existencia de otras experiencias, como las llamamos, como son las de Uruguay, Argentina, Bolivia, o Ecuador. Por eso importan estos viajes. Lo que pasa en Uruguay, por ejemplo, nos da muchas lecciones. Ustedes habían sido totalmente aplastados por el liberalismo. La modernización, como le llamaron acá, lo que logró fue fabricar un millón trescientos mil nuevos pobres. La imagen más fuerte para mí fue ver la estación central de trenes vacía, como símbolo de esa locura que fue parar el ferrocarril, algo que no se vio en ninguna parte del mundo. Esto nos enseña muchas cosas, porque el Estado francés también es frágil, y la manera de actuar de franceses y uruguayos tiene puntos de comparación. Acá el Estado es fundador de la nación de la dinámica económica, y en mi país también. Pero a la vez que vemos los resultados del liberalismo, también vemos las formas de salida que están experimentando.


El proceso de convivencia de distintos sectores en el Frente Amplio, por ejemplo, puede ser considerado por la izquierda francesa como una forma de modelo, de cómo hacer una unión de izquierda que no sofoque a los socios, que no consista en la absorción para un partido grande de todo lo que está a su alrededor. Podemos aprender de esta experiencia, porque es una experiencia real, con gente real que hoy en día está en el poder aplicando realmente una política de izquierda. No es la revolución socialista, eso lo sabemos, pero tiene un contenido social muy fuerte. Por todo eso es que llama tan fuerte América Latina, no solamente porque somos gente de izquierda y tenemos un lazo especial de cariño con los compañeros latinoamericanos.


(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 16 de noviembre de 2007)

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