El Titanic todavía flota
Mientras la oposición israelí acusa a su primer ministro, Ehud Olmert, de haber cedido demasiado ante los palestinos, el mandatario iraní, Majmud Ajmadineyad, dijo nuevamente, este último miércoles de noviembre, que “Israel no sobrevivirá”. Se trata de los primeros coletazos de la Cumbre de Annapolis, que relanzó el diálogo entre israelíes y palestinos.
El principal logro fue que, en los corredores, se aceptó “hablar de todo”, aunque luego, como manifestó el columnista de El País de Madrid Lluis Bassets, la declaración final haya sido “lo más próximo a la vacuidad que podía escribirse”. Cualquiera que sea el punto de vista que se elija, no extrañan las reacciones contrarias que se vivieron en Tel Aviv o en Teherán ante el encuentro de la semana pasada en la base naval de Annapolis, en Estados Unidos, con el que el presidente George W Bush buscó lograr un premio consuelo en el contexto de los reveses que viene sufriendo en Oriente Medio. La derecha israelí acusa a Olmert de usar esta cumbre como una cortina de humo para tapar los escándalos de corrupción que la afectan, y según escribe Juan Miguel Muñoz, también en el periódico madrileño, uno de los logros del país anfitrión, Estados Unidos, fue agrupar a los temerosos países árabes, especialmente Arabia Saudita, ante el reto del programa nuclear iraní y las amenazas de los movimientos islamistas Hizbolá y Hamas.
Por eso el nuevo desplante verbal de Ajmadineyad y el rechazo pleno de Hamas (que además está en una pugna de poder con el presidente palestino Majmud Abbas -foto- ) forman parte de lo esperable. Más allá de eso, la principal sorpresa parece haber sido que la reunión haya salido a flote y no se haya hundido en el fracaso inmediato. Tal vez todavía no se haya cruzado con el iceberg en su camino, pero lo cierto es que este mastodonte de conferencia, con 26 países y entidades, con camarotes de primera y de segunda, y hasta de tercera, y en el que no se conocía, hasta último momento, la lista de pasajeros, se mantiene a flote.
El propio Olmert, al regresar a casa, se vistió de vigía y anunció la presencia del iceberg en el horizonte. En entrevista concedida al diario Haaretz y reproducida en el sitio web 20 minutos, el premier dijo que si no se crea un Estado palestino, Israel puede colapsar. Explicó que “llegará el día en que la solución de dos estados no se pueda materializar, y entonces nos enfrentaremos a un conflicto como ocurrió en Sudáfrica por la igualdad en el derecho a voto”. Como esto también incluirá el derecho a votar de los palestinos de los territorios ocupados, entonces “el Estado de Israel se habrá acabado”.
SIN OPCIÓN DE NAUFRAGAR. En los análisis previos a la conferencia no reinaba precisamente la esperanza. Le Soir, de Bélgica, recordaba que en diplomacia los milagros suelen escasear y las cumbres mal preparadas siempre fracasan, mientras que un editorial de The Times, del Reino Unido, indicaba que la inexistencia de un calendario claro para una retirada de Israel de Cisjordania y la incógnita que significa el movimiento Hamas, que domina la Franja de Gaza, eran los dos principales obstáculos que debían superarse para evitar el fracaso. El periódico británico concluía, el martes 27, que la verdadera medida del éxito de Annapolis sería que Israel y los palestinos se pusieran de acuerdo al menos en mantener sus conversaciones y evitaran darse un portazo en la cara.
Por eso no debe de extrañar demasiado que al otro día de finalizado el encuentro los analistas rezumaran un medido optimismo. El diario italiano La Repubblica calificaba de valientes a los mandatarios palestino Majmud Abbas e israelí Ehud Olmert (foto) por haberse firmado, mutuamente, una suerte de cheque en blanco, aunque a renglón seguido reconoció que no tenían otra opción. “Irse de Annapolis con las manos vacías hubiera significado desencadenar de nuevo, enseguida, los demonios anidados en aquella Tierra Santa que no deja de ser una tierra de muerte y de injusticia”, indica el artículo de Bernardo Valli. Aunque aclara: “firmando el compromiso, sin disponer aún de los medios para mantenerlo, ciertamente no los han exorcizado”, y advierte que otra decepción, otro fracaso, “comportaría más sangre, más abusos, más humillaciones”.
Con esta advertencia final entronca la reflexión algo más sombría del diario francés Libération, en cuyas páginas se lee que tanto palestinos como israelíes necesitan ir más allá de una celebración internacional y afrontar “verdaderamente” las raíces del conflicto. Según este artículo, que lleva la firma de Hisham Abadía, esa búsqueda implicaría “empezar por ponerse de acuerdo sobre las principales causas del conflicto, que el final de la ocupación israelí pondrá fin a los problemas que derivan de ahí, evidentemente la violencia, los asesinatos, las colonias, las barreras en la carretera, las incursiones, etcétera”.
En una línea similar, la evaluación que realizó la enviada especial de la bbc británica a la Cumbre de Annapolis, Lourdes Heredia, expresa que lo más importante de la declaración conjunta final es que tanto Abbas como Olmert se comprometen a tocar todos los temas, por más difíciles que sean, a diferencia de lo que pasó en compromisos anteriores. Heredia atribuyó este paso adelante a la insistencia de los palestinos, ya que “en los pasillos de esta conferencia se dijo que la delegación de Abbas se resistió hasta el último minuto a firmar el documento” a menos que éste “incluyera todo”. Por ese motivo el canciller brasileño, Celso Amorim, consideró que “el mayor avance es que esta vez se comprometieron a discutir los problemas centrales, sin condiciones previas, algo que no se había logrado antes”. Con esto se refiere al control de Jerusalén, las fronteras del Estado palestino, el derecho de retorno de los refugiados palestinos y a los asentamientos judíos, aclara la crónica de la BBC.
Hablar de todo no necesariamente significa acordar en todo. Por eso, cuando se pasa la primera página del índice y se entra de lleno en los capítulos de las conversaciones, comienzan a verse las diferencias. Para encontrarlas no es necesario hablar del urticante tema del retorno de los refugiados palestinos, ni del estatus de Jerusalén. Alcanza con analizar la situación de los asentamientos israelíes en territorios ocupados y las fronteras de Israel. Es sabido que la postura árabe es retornar a la situación previa a la ocupación de 1967, por lo que Israel perdería lo que le queda de Cisjordania y Gaza así como algunos barrios de Jerusalén. Obviamente Tel Aviv no tiene la misma visión, y prefiere recordar que una parte de Gaza y Cisjordania ya están en manos palestinas, manteniendo la cuestión de Jerusalén como un tema casi tabú. Con respecto a los asentamientos, Heredia recordó que durante las conversaciones de Annapolis la palabra mágica fue el “congelamiento” al que se comprometió Israel, pero aclaró que ambas partes dan al mismo término una interpretación diversa.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 30 de noviembre de 2007)
El principal logro fue que, en los corredores, se aceptó “hablar de todo”, aunque luego, como manifestó el columnista de El País de Madrid Lluis Bassets, la declaración final haya sido “lo más próximo a la vacuidad que podía escribirse”. Cualquiera que sea el punto de vista que se elija, no extrañan las reacciones contrarias que se vivieron en Tel Aviv o en Teherán ante el encuentro de la semana pasada en la base naval de Annapolis, en Estados Unidos, con el que el presidente George W Bush buscó lograr un premio consuelo en el contexto de los reveses que viene sufriendo en Oriente Medio. La derecha israelí acusa a Olmert de usar esta cumbre como una cortina de humo para tapar los escándalos de corrupción que la afectan, y según escribe Juan Miguel Muñoz, también en el periódico madrileño, uno de los logros del país anfitrión, Estados Unidos, fue agrupar a los temerosos países árabes, especialmente Arabia Saudita, ante el reto del programa nuclear iraní y las amenazas de los movimientos islamistas Hizbolá y Hamas.
Por eso el nuevo desplante verbal de Ajmadineyad y el rechazo pleno de Hamas (que además está en una pugna de poder con el presidente palestino Majmud Abbas -foto- ) forman parte de lo esperable. Más allá de eso, la principal sorpresa parece haber sido que la reunión haya salido a flote y no se haya hundido en el fracaso inmediato. Tal vez todavía no se haya cruzado con el iceberg en su camino, pero lo cierto es que este mastodonte de conferencia, con 26 países y entidades, con camarotes de primera y de segunda, y hasta de tercera, y en el que no se conocía, hasta último momento, la lista de pasajeros, se mantiene a flote.
El propio Olmert, al regresar a casa, se vistió de vigía y anunció la presencia del iceberg en el horizonte. En entrevista concedida al diario Haaretz y reproducida en el sitio web 20 minutos, el premier dijo que si no se crea un Estado palestino, Israel puede colapsar. Explicó que “llegará el día en que la solución de dos estados no se pueda materializar, y entonces nos enfrentaremos a un conflicto como ocurrió en Sudáfrica por la igualdad en el derecho a voto”. Como esto también incluirá el derecho a votar de los palestinos de los territorios ocupados, entonces “el Estado de Israel se habrá acabado”.
SIN OPCIÓN DE NAUFRAGAR. En los análisis previos a la conferencia no reinaba precisamente la esperanza. Le Soir, de Bélgica, recordaba que en diplomacia los milagros suelen escasear y las cumbres mal preparadas siempre fracasan, mientras que un editorial de The Times, del Reino Unido, indicaba que la inexistencia de un calendario claro para una retirada de Israel de Cisjordania y la incógnita que significa el movimiento Hamas, que domina la Franja de Gaza, eran los dos principales obstáculos que debían superarse para evitar el fracaso. El periódico británico concluía, el martes 27, que la verdadera medida del éxito de Annapolis sería que Israel y los palestinos se pusieran de acuerdo al menos en mantener sus conversaciones y evitaran darse un portazo en la cara.
Por eso no debe de extrañar demasiado que al otro día de finalizado el encuentro los analistas rezumaran un medido optimismo. El diario italiano La Repubblica calificaba de valientes a los mandatarios palestino Majmud Abbas e israelí Ehud Olmert (foto) por haberse firmado, mutuamente, una suerte de cheque en blanco, aunque a renglón seguido reconoció que no tenían otra opción. “Irse de Annapolis con las manos vacías hubiera significado desencadenar de nuevo, enseguida, los demonios anidados en aquella Tierra Santa que no deja de ser una tierra de muerte y de injusticia”, indica el artículo de Bernardo Valli. Aunque aclara: “firmando el compromiso, sin disponer aún de los medios para mantenerlo, ciertamente no los han exorcizado”, y advierte que otra decepción, otro fracaso, “comportaría más sangre, más abusos, más humillaciones”.
Con esta advertencia final entronca la reflexión algo más sombría del diario francés Libération, en cuyas páginas se lee que tanto palestinos como israelíes necesitan ir más allá de una celebración internacional y afrontar “verdaderamente” las raíces del conflicto. Según este artículo, que lleva la firma de Hisham Abadía, esa búsqueda implicaría “empezar por ponerse de acuerdo sobre las principales causas del conflicto, que el final de la ocupación israelí pondrá fin a los problemas que derivan de ahí, evidentemente la violencia, los asesinatos, las colonias, las barreras en la carretera, las incursiones, etcétera”.
En una línea similar, la evaluación que realizó la enviada especial de la bbc británica a la Cumbre de Annapolis, Lourdes Heredia, expresa que lo más importante de la declaración conjunta final es que tanto Abbas como Olmert se comprometen a tocar todos los temas, por más difíciles que sean, a diferencia de lo que pasó en compromisos anteriores. Heredia atribuyó este paso adelante a la insistencia de los palestinos, ya que “en los pasillos de esta conferencia se dijo que la delegación de Abbas se resistió hasta el último minuto a firmar el documento” a menos que éste “incluyera todo”. Por ese motivo el canciller brasileño, Celso Amorim, consideró que “el mayor avance es que esta vez se comprometieron a discutir los problemas centrales, sin condiciones previas, algo que no se había logrado antes”. Con esto se refiere al control de Jerusalén, las fronteras del Estado palestino, el derecho de retorno de los refugiados palestinos y a los asentamientos judíos, aclara la crónica de la BBC.
Hablar de todo no necesariamente significa acordar en todo. Por eso, cuando se pasa la primera página del índice y se entra de lleno en los capítulos de las conversaciones, comienzan a verse las diferencias. Para encontrarlas no es necesario hablar del urticante tema del retorno de los refugiados palestinos, ni del estatus de Jerusalén. Alcanza con analizar la situación de los asentamientos israelíes en territorios ocupados y las fronteras de Israel. Es sabido que la postura árabe es retornar a la situación previa a la ocupación de 1967, por lo que Israel perdería lo que le queda de Cisjordania y Gaza así como algunos barrios de Jerusalén. Obviamente Tel Aviv no tiene la misma visión, y prefiere recordar que una parte de Gaza y Cisjordania ya están en manos palestinas, manteniendo la cuestión de Jerusalén como un tema casi tabú. Con respecto a los asentamientos, Heredia recordó que durante las conversaciones de Annapolis la palabra mágica fue el “congelamiento” al que se comprometió Israel, pero aclaró que ambas partes dan al mismo término una interpretación diversa.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 30 de noviembre de 2007)
Etiquetas: Israel, Oriente Medio, Palestina
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