03 noviembre 2007

Superpoderosas













La elección de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina (en la foto con la canciller alemana Angela Merkel) y el favoritismo de Hillary Clinton en la interna demócrata volvieron a plantear el anticuado tema de las mujeres en el poder. Con menos visibilidad, el final de octubre también trajo el regreso de Yulia Tymoshenko a la jefatura de gobierno de Ucrania.

Cuando la prensa occidental refleja, en cuentagotas, la realidad de la Ucrania pos soviética, suele detenerse en el glamour de la heroína de la revolución naranja, Yulia Tymoshenko, sin profundizar demasiado en su carrera política. Son habituales los comentarios pop sobre su peinado que recuerda al de la princesa Leyla, la misma que desde un holograma pedía auxilio desesperadamente en La guerra de las galaxias. Pero también en Ucrania una mujer necesita de un esfuerzo extra para llegar a puestos de responsabilidad. Tymoshenko es una muestra de esa larga marcha. Antes de dedicarse a la política se recibió de economista y de ingeniera especializada en robótica. La planta industrial Lenin fue apenas el prólogo de una singladura empresarial a lo Francis Drake en la que Yulia aprovechó los meses de capitalismo salvaje que siguieron al desplome de la Unión Soviética. El resultado fue un emporio energético que la convirtió, a los 35 años, en la “princesa del gas”, según señala una completa biografía elaborada por la Fundación Cidob.

Del lobby industrial a la política hubo un solo paso. Las primeras formaciones que la tuvieron en sus capas dirigentes fueron cayendo como castillos de naipes, pero Yulia siempre logró salir ilesa. Aliada con el principal referente de los ucranianos pro occidentales, se transformó, como vicepremier, en una pesadilla política para los rusófilos, a pesar de que su familia es étnicamente rusa. Vinieron luego los escándalos de corrupción, una corta temporada tras las rejas y el primer período como primera ministra. La segunda quincena de octubre volvió a colocarla a las puertas de la jefatura de gobierno. Tras unas elecciones legislativas en las que resultó tercera, Tymoshenko movió correctamente las piezas de las alianzas y pudo sumar los votos necesarios en el Parlamento para ocupar, con holgura, el puesto máximo en el gobierno.

VIDAS PARALELAS. Las mujeres jefas de gobierno ya no son una novedad (a Tymoshenko y Kristina se les debe sumar, como caso emblemático, la alemana Angela Merkel), aunque las dos políticas más influyentes del momento no empuñan ningún cetro presidencial. Condoleezza Rice y Emma Bonino son dos casos, uno de alta exposición mediática y otro de perfil mucho más bajo, que en cierta forma reproducen lo que ya había ocurrido, con protagonistas diferentes, en la década del 90. Estados Unidos tiene casi una tradición de género en lo que respecta a la conducción de su política exterior.

Los años de Bill Clinton no pueden disociarse de la coherencia que le impuso a su cancillería Madeleine Albright, una diplomática nacida en la República Checa desde donde su familia escapó huyendo de la persecución nazi. Eran los tiempos en que las acciones militares (casi) no eran preventivas ni (casi) tampoco unilaterales, sino que formaban parte de una estrategia integral en la que Washington (casi) buscaba involucrar consensuadamente a los gobiernos social liberales de Europa. Fue bajo la batuta de Albright que “la generación del 68 fue a la guerra”, como se dijo a raíz de la guerra de la otan contra la Yugoslavia de Milosevic. Una intervención tan desastrosa como toda intervención militar (en lugar de alcanzar su objetivo de detener las violaciones a los derechos humanos las multiplicó), pero que tuvo como complemento el sometimiento de criminales de guerra a la justicia internacional.

Desde la fiscalía de un tribunal de las Naciones Unidas, otra mujer, Carla del Ponte, perseguía sin pausa a quienes se habían especializado en la limpieza étnica, la violación sistemática y el asedio a poblaciones civiles. No importaba que los acusados fueran serbios, bosniomusulmanes, albanokosovares o croatas.
Ahora una de las dos mujeres más influyentes del mundo vuelve a ser una canciller estadounidense –aunque lleve de aeropuerto en aeropuerto el mantra de la guerra preventiva y la acción unilateral– y la otra, en contrapunto, una luchadora a favor de los derechos humanos en el marco de las instituciones internacionales.

Condoleezza Rice, que supo estar en Uruguay durante la gira de los arándanos, también tiene una historia personal ligada a la lucha contra las discriminaciones. La historia oficial dice que su padre, un reverendo protestante, montaba guardia en la puerta de su casa para evitar los ataques racistas. Una mujer negra debe esforzarse el doble que los demás para abrirse paso en la vida, fue el consejo paterno. Condoleezza lo tuvo presente y se quemó las pestañas hasta obtener un doctorado en relaciones internaciones, entre otros grados académicos, y dirigir el departamento educativo de la Universidad de Stanford, antes de ocupar la cancillería en el gobierno de George W Bush. Una historia de éxito que no deja de tener sus detractores. La propia Albright llegó a decir que el gobierno republicano se las ha arreglado para dilapidar el capital político internacional acumulado por la administración Clinton.

Si Rice es la Albright de Bush ¿quién es la Del Ponte de la segunda mitad de 2007? La respuesta podría ser Emma Bonino, sobre todo en momentos en que está librando una dura batalla por la moratoria internacional que suspenda las penas de muerte. Italiana de izquierda, líder en las campañas a favor de la legalización del aborto en los setenta y militante contra las armas atómicas desde la época de la Guerra Fría, se desempeña actualmente como ministra de Asuntos Europeos y Comercio Exterior en el gobierno de Romano Prodi. Esta última semana los frutos de 14 años de lucha parecieron desvanecerse, ya que la insistencia de algunos países europeos en incluir la palabra “abolición” en un texto con el que la onu impulsará la moratoria de las ejecuciones puede restar votos clave para aprobarla. En las últimas horas de octubre Bonino no había dudado en criticar a sus pares de “eurocentrismo” y había amenazado con votar junto con países de fuera del ámbito comunitario si eso era necesario para lograr una suspensión de las ejecuciones a condenados a muerte. Podría objetarse cuál es el grado real del poder de Bonino si se la compara con Rice. En todo caso, se trata de una influencia de otro tipo, en la que –como fue, y sigue siendo, el caso de Del Ponte– se trabaja en la búsqueda de algo cercano a la justicia que esté lo más lejos posible de la venganza.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 2 de noviembre de 2007)

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