15 septiembre 2006

Yemen: una vieja rivalidad

Si se repasa la prensa yemenita de las últimas semanas, el lector tiene la sensación de estar ante un país en el que la lucha electoral es similar a la que se vive en cualquier democracia que funciona relativamente bien. Nada diría que las urnas reeditarán la pulseada entre un Yemen islámico apoyado por Estados Unidos y un Yemen laico de inspiración socialista.

Las portadas se dedican a las propuestas de los candidatos, y las empresas encuestadoras miden en porcentajes las posibilidades de oficialismo y oposición, como si nada pudiera interferir en la decisión de los electores ni en el posterior conteo de los sufragios (a pesar de que la misma encuesta que da ventaja al oficialismo, revela que el 53 % de los votantes pronostica que habrá fraude). Los medios intentan apuntalar la normalidad electoral quitando importancia incluso a la condición de cuna de la familia Bin Laden. El Yemen Times aprovechó el quinto aniversario de los atentados del 11 de setiembre de 2001 para publicar un informe en el que desvincula a Osama de Yemen, indicando que el único lazo que el prófugo tiene con el país es el hecho de que allí nació su abuelo, en un pequeño poblado que nunca recibió una visita del nieto descarriado.

Pero por detrás de esa normalidad que parece trabajosamente construida como si fuera una “marca país”, asoma el pasado de un lugar que fue uno de los primeros campos de batalla del “despertar de la jihad” que se produjo tras el desmoronamiento de la contención soviética. Es posible que cuando se mire con suficiente perspectiva la historia de los últimos treinta años se termine dando más importancia a la retirada soviética de Afganistán que a la caída de las torres gemelas. Fue en Yemen donde la parte sur del país que tenía un gobierno de corte socialista, surgido en su momento con el sostén de Moscú, libró una guerra con el norte. Un norte cuyo ejército, aliado de bajo perfil de Estados Unidos, recibió el caudal de las milicias integristas apoyadas por las tribus en su lucha por la unificación de los dos Yemen en un único Estado gobernado por la ley islámica. El resultado de esa unificación, lograda entre 1990 y 1994, no resolvió las tensiones entre ambas partes, pero vio surgir otras: grupos minoritarios de inspiración chiita han tenido ocasionales escaramuzas contra la mayoría sunnita, favoreciendo un contexto en el que células islamistas radicales han logrado realizar algunas acciones de impacto publicitario, como el atentado contra un barco de guerra estadounidense.

Hacia las elecciones del domingo próximo, las encuestas no se alejan de lo previsible. El favorito es el actual presidente, Ali Abdallah Saleh (foto), que si se cuentan sus períodos de antes y después de la unificación lleva treinta años en el poder, que tiene un pasado golpista, y que se apoya en la alianza que forjó con las tribus durante la guerra civil. Con ese pedigree no le resultó difícil obtener nuevamente el apoyo estadounidense en armas y entrenamiento, posicionándose otra vez como dique de contención, ya no de los rojos del sur, sino de los islamistas radicales. Con el apoyo de las fuerzas armadas, de las tribus, y de la potencia hegemónica, resulta difícil que Saleh pierda las elecciones. Enfrente está Faisal Ben Shamlan, un cuadro político surgido del Yemen comunista, dirigente del Partido Socialista y actual miembro del Parlamento. Un mano a mano que a muchos trae recuerdos de la vieja guerra civil de principios de los noventa.


(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 15 de setiembre de 2006)

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