12 enero 2007

No todos los dictadores mueren igual

El último aliento del patriarca
Ajusticiados al borde de una carretera o ejecutados por orden judicial. Expirando mansamente en la comodidad del hogar o lidiando con la terca memoria de sus víctimas que les persigue desde los tribunales. Incluso arrastrándose por las alcobas oscuras de la locura mientras un séquito de incondicionales les hace creer que continúan en el poder. Los dictadores han muerto de maneras muy diversas a lo largo de la historia reciente.

Dos noticias separadas por menos de un mes de distancia, la postergada detención de las funciones vitales de Augusto Pinochet y el ahorcamiento mediático de Saddam Hussein, han venido a recordarnos, recientemente, que los dictadores también mueren. Y que lo hacen de formas distintas. Dos noticias que no se han detenido en el momento del final biológico, sino que han sido seguidas por más noticias, que sugieren que un dictador sigue latiendo y provocando efectos post mortem.

Una forma bastarda de aquellos dos cuerpos del rey: el natural, que es su persona, y el político, que es su gobierno. En el caso del dictador la palabra gobierno puede sustituirse por régimen de terror. Tal vez por eso, para exorcizar ese miedo, es que los opositores han recurrido a formas casi rituales del ajusticiamiento cuando se trataba de vérselas con cierto tipo de gobernantes.

Como ocurrió con François Duvalier, el médico devenido tirano que hizo asesinar a 30 mil personas en el Haití de los años sesenta. Una vez muerto Duvalier, varias personas intentaron una “ejecución” de sus restos, para evitar que pudiera resucitar en el día del Juicio Final previsto por la fe cristiana. Pero la tumba –tal como corresponde a la leyenda de Papa Doc- estaba vacía.

==Primera parte de once

* 2- Trujillo
* 3- Los Somoza
* 4- Stroessner y Batista
* 5- Ante Pavelic
* 6- Salazar
* 7- Los coroneles
* 8- Idi Amin
* 9- Macías Nguema
* 10- Pol Pot
* 11- Fines de otoño

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 12 de enero de 2007)