Los límites de la culpa
De las innumerables consideraciones y análisis publicados luego de la ejecución de Saddam Hussein puede extraerse un denominador común. Todos buscan los límites de la culpa. Desde los que repasan la sanguinaria carrera del dictador hasta los que se preguntan sobre la conveniencia ética de difundir las imágenes de una ejecución.
El ahorcamiento de Saddam Husseim puso en escena una larga galería de culpables. En primer lugar, para el tribunal iraquí que dictó sentencia, el culpable principal era el propio condenado a muerte, responsable del asesinato de 148 chiitas en 1982 y del uso de armas químicas contra civiles kurdos. Pero ese mismo tribunal estuvo también entre los señalados por la culpa, en este caso por no haber permitido un juicio que a criterios occidentales pudiera considerarse justo. Desde la comunidad internacional, notoriamente encabezada por el flamante secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, se sentó en el banquillo de los acusados a la pena de muerte en sí misma.
Una acusación que tuvo como uno de los fiscales al gobierno italiano, que pidió su eliminación de todo sistema judicial, generando un curioso intercambio de referencias históricas con el gobierno iraquí. Bagdad contraatacó recordando a su homólogo italiano la ejecución instantánea sufrida por Benito Mussolini en 1945 a manos de los partisanos. El actual premier de ese país europeo, Romano Prodi, expresó que sesenta años son suficientes para pretender una cierta evolución en el modo en que se castiga a los dictadores.
Culpas previas
Más allá de esta epidermis de las responsabilidades, hay otras que hunden sus raíces un poco más hondo. No es necesario profundizar demasiado para encontrar, ya en la primera capa geológica, a las tropas de ocupación. Los seguidores de Hussein ven la mano de Washington en la ejecución de su líder ocurrida el pasado 30 de diciembre, coincidiendo macabramente con el día del sacrificio, fecha importante en el calendario religioso de los musulmanes. Poco importa la información que se conoció esta semana y que señalaba que Estados Unidos intentó postergar el ahorcamiento, e incluso parecerían ser irrelevantes las declaraciones de la Casa Blanca en las que indican que “de haber estado materialmente a cargo de la situación” la ejecución se habría hecho de diferente manera.
Sin embargo, el límite de la culpa estadounidense no se congela en ese carácter de ejecutor en las sombras, un papel muy funcional a los intereses de la insurgencia sunnita. El límite de esa culpa está un poco más allá, sugiere Niall Ferguson desde las páginas de Il Corriere della Sera. Parafraseando a Bertold Brecht, Fergusson se pregunta “¿quién es más crimial, aquél que tiraniza a su pueblo, o aquél que primero financia al tirano y después reemplaza la dictadura con la anarquía?”. En una línea de razonamiento similar, el británico Robert Fisk, en este caso desde The Independent, también se cuestiona “¿quién alentó a Saddam a invadir Irán en 1980, en lo que fue uno de los peores crímenes de guerra jamás cometidos, dado que esto fue lo que llevó a la muerte a millón y medio de almas? ¿quién le vendió los componentes para fabricar las armas químicas con las que empapó a Irán y a los kurdos?”. Y cierra el recurso de la pregunta retórica respondiéndose a sí mismo: “fuimos nosotros”. Un nosotros que incluye, esencialmente, a Estados Unidos y Gran Bretaña.
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(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 5 de enero de 2007)
El ahorcamiento de Saddam Husseim puso en escena una larga galería de culpables. En primer lugar, para el tribunal iraquí que dictó sentencia, el culpable principal era el propio condenado a muerte, responsable del asesinato de 148 chiitas en 1982 y del uso de armas químicas contra civiles kurdos. Pero ese mismo tribunal estuvo también entre los señalados por la culpa, en este caso por no haber permitido un juicio que a criterios occidentales pudiera considerarse justo. Desde la comunidad internacional, notoriamente encabezada por el flamante secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, se sentó en el banquillo de los acusados a la pena de muerte en sí misma.
Una acusación que tuvo como uno de los fiscales al gobierno italiano, que pidió su eliminación de todo sistema judicial, generando un curioso intercambio de referencias históricas con el gobierno iraquí. Bagdad contraatacó recordando a su homólogo italiano la ejecución instantánea sufrida por Benito Mussolini en 1945 a manos de los partisanos. El actual premier de ese país europeo, Romano Prodi, expresó que sesenta años son suficientes para pretender una cierta evolución en el modo en que se castiga a los dictadores.
Culpas previas
Más allá de esta epidermis de las responsabilidades, hay otras que hunden sus raíces un poco más hondo. No es necesario profundizar demasiado para encontrar, ya en la primera capa geológica, a las tropas de ocupación. Los seguidores de Hussein ven la mano de Washington en la ejecución de su líder ocurrida el pasado 30 de diciembre, coincidiendo macabramente con el día del sacrificio, fecha importante en el calendario religioso de los musulmanes. Poco importa la información que se conoció esta semana y que señalaba que Estados Unidos intentó postergar el ahorcamiento, e incluso parecerían ser irrelevantes las declaraciones de la Casa Blanca en las que indican que “de haber estado materialmente a cargo de la situación” la ejecución se habría hecho de diferente manera.
Sin embargo, el límite de la culpa estadounidense no se congela en ese carácter de ejecutor en las sombras, un papel muy funcional a los intereses de la insurgencia sunnita. El límite de esa culpa está un poco más allá, sugiere Niall Ferguson desde las páginas de Il Corriere della Sera. Parafraseando a Bertold Brecht, Fergusson se pregunta “¿quién es más crimial, aquél que tiraniza a su pueblo, o aquél que primero financia al tirano y después reemplaza la dictadura con la anarquía?”. En una línea de razonamiento similar, el británico Robert Fisk, en este caso desde The Independent, también se cuestiona “¿quién alentó a Saddam a invadir Irán en 1980, en lo que fue uno de los peores crímenes de guerra jamás cometidos, dado que esto fue lo que llevó a la muerte a millón y medio de almas? ¿quién le vendió los componentes para fabricar las armas químicas con las que empapó a Irán y a los kurdos?”. Y cierra el recurso de la pregunta retórica respondiéndose a sí mismo: “fuimos nosotros”. Un nosotros que incluye, esencialmente, a Estados Unidos y Gran Bretaña.
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(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 5 de enero de 2007)
Etiquetas: Estados Unidos, Irak 2005/2007
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