30 octubre 2011

Crisis en Tesalónica

Roberto López Belloso

Según el cristal con el que se lo mire, lo que acaba de ocurrir puede ser definido como signo de atraso o de civilización. El ómnibus a Tesalónica había partido desde Igoumenitsa, el puerto griego al que llegan los ferrys desde Italia. Ahora el camino se hace por la vía Egnatia, un proyecto de ingeniería carretera que sigue el trazado y el espíritu del viejo camino romano: unir el occidente y el oriente de Europa atravesando el norte de Grecia en dirección a Estambul. Una megaobra que cortó la orografía escarpada del Epiro y de la Macedonia griega a fuerza de puentes carreteros y túneles que oradan las montañas sin que nunca se pierda la doble vía que garantiza la velocidad en el transporte de mercancías. Velocidad y mercancías. El tiempo es oro cuando se trata de comercio, fue el argumento para convencer a Bruselas de financiar buena parte de los trabajos. No sólo consumió tiempo sino también millones. No es difícil imaginar que esa impecable cinta de asfalto formó parte del agujero negro que se tragó la ilusoria prosperidad del país.

El ómnibus a Tesalónica va descontando horas de camino con respecto al viejo y trabajoso recorrido, cuando se desvía de la ruta. Sale de la perfecta carretera aprovechando su perfecta cartelería y se interna en un camino secundario, angosto, irregular, mal señalizado. Recorre apenas un par de quilómetros que parecen una eternidad y se detiene en un ignoto y solitario paradero. Recoge a una anciana de negro, casi un arquetipo de las campesinas griegas, y regresa al paraíso de asfalto para seguir en dirección a su destino. ¿Es un signo de atraso irredimible dejar la carretera soñada para levantar un pasajero en ese descampado rural? ¿O es una muestra de civilización, razonando que si ahora se hace en cinco horas el trayecto que antes llevaba ocho, bien se pueden usar diez minutos para no dejar aislado un caserío?.
Y sobre todo, ¿tiene algo que ver ese gesto con la crisis griega, con la forma de afrontarla? Desde que entra al país todo visitante busca señales de ese desmoronamiento. Si llegó en ferry no habrá tenido tiempo más que de hacer las tres cuadras que separan el puerto de la terminal de ómnibus y seguir camino media hora más tarde. Por eso ese desvío de la vía Egnatia, ese desvío de la megaobra que costó megamillones, puede decir algo sobre una cierta intención de no dejar al otro al borde del camino. Algo se ha leído, algo se ha escuchado sobre estrategias para superar la crisis en el día a día, con la instalación del trueque en el comercio interpersonal (un servicio de carpintería contra algunas verduras, clases particulares de matemáticas a cambio del arreglo de un auto), de ferias de intercambio, e incluso con el emergente a nivel popular de cierta moneda paralela, al margen del euro que quema y se escurre entre los dedos como agua ácida. Algo se ha escuchado, nada se ha visto todavía. El ómnibus sigue por la vía Egnatia y ya no se detiene. Todo es nuevo salvo la costumbre del chofer que maneja fumando un cigarrillo, casi en piloto automático.

***

La terminal de Tesalónica está como siempre. Enorme, menos caótica de lo que podría esperarse de ese permanente entrar y salir de ómnibus hacia cada punto de Grecia, con pasajeros demasiado apurados como para que el visitante pueda leer en ellos algo sobre cómo sobrellevan el temporal. La fila de taxis es casi tan interminable como la de las personas que los van abordando. Parecen moverse acompasadamente. La de taxis avanza lo suficientemente lenta como para que los pasajeros puedan cargar su maleta y subir, y los clientes hacen lo suyo con precisión de movimientos, comprometidos con que el lento avance de los taxímetros pueda seguir a paso de hombre pero con el motor encendido, casi sin detenerse. Sólo el forastero traba esa coreografía urbana. No se sube sin antes preguntar el precio del viaje hasta el hotel. El chofer se pone de malhumor, gruñe que el precio es lo que marque el reloj, que no tiene como saber. La fila de pasajeros se inquieta, todos quieren salir de ahí cuanto antes. La de taxis se frena, alguna cabeza se asoma por la ventanilla para ver qué es lo que pasa. Todo presiona sin decir palabra y el forastero decide subirse y que sea lo que el reloj quiera. A mitad de camino el conductor intenta romper el hielo con el clásico “¿where are you from?. Cuando se responde “Uruguay” se produce un vuelco en la situación.
-Uruguay, no puedo creer.
-Sí.
-El país de Pablito.
-(Rápida búsqueda en la memoria ram, análisis de posibilidades, ensayo de respuesta) ¿Pablo García?
-Claro, Pablito García. Mire (y golpea un banderín que tiene colgando del espejo retrovisor) es mi equipo, el Paok.
-Buen jugador ¿verdad?
-Es el alma del cuadro. Cuando Pablito anda bien, todo el equipo funciona bien. Cuando él no juega tan bien (que juegue mal parece una posibilidad impensable), el cuadro es un desastre. Lamentablemente este es su último año con nosotros.
-Sí, creo que dijo que quiere retirarse en Nacional.
-Para nosotros es una tragedia. Nosotros amamos a Pablito, y creo que él también nos quiere.
Al día siguiente, en la peatonal que va desde el arco de Galerio hasta la rambla, una camiseta muestra un dibujo del rostro empacado de Pablo García luciendo una boina con una estrella roja, al estilo del Che, y por única leyenda la palabra “Pablo”. Cuando se confiesa la condición de uruguayo, el dueño de la tienda se entusiasma y muestra en su teléfono celular una foto en la que está acompañado del futbolista. “Pablo is my friend”, dice con orgullo.
¿Y la crisis? Los dos fans de Pablo García, aunque tienen formas bien diferentes de ganarse la vida, coinciden en que la ciudad está “cayéndose a pedazos”. Para ilustrar su metáfora el vendedor de camisetas apunta con su brazo hacia el centro de la peatonal y muestra la basura acumulada alrededor de las ruinas del palacio de Galerio, uno de los atractivos arqueológicos. Algo similar había hecho el taxista señalando varias esquinas en las que parecía que hacía días que no pasaba el basurero.
-¿Es la huelga?
-No, es la crisis.
Toda una definición sobre cuáles son las causas primarias de los problemas.

(Fragmento de un artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en octubre de 2011)

Etiquetas: