14 abril 2011

Gagarin

Se ha dicho de todo. Que trompeó al premier Leonid Brezhnev porque una misión lanzada antes de tiempo le costó la vida a uno de sus mejores amigos. Que era dado a la bebida. Que soñaba con la españolísima Lola Torres. Hasta se sugirió que su muerte, cuando se desintegró en su avión a los 34 años, pudo haber sido provocada. Es el mito que todo lo contiene. Es que se trata, lisa y llanamente, del primer hombre en el espacio. El hijo de un carpintero cuya hazaña pasmó al “enemigo capitalista” demostrando la supremacía del socialismo, como se regodeaba incansablemente la propaganda soviética. Yuri Gagarin, el cosmonauta.

Quienes vivieron su infancia y adolescencia detrás del muro lo conocían bien. Formaba parte de los héroes más glamorosos de un mundo ya extinguido que los fabricaba a un ritmo anual y en varias categorías: los héroes del trabajo, los héroes científicos, los cosmonautas. Sólo los francotiradores y los tanquistas de la Gran Guerra Patria le disputaban el pedestal. Pero estos eran pasado y los cosmonautas futuro. Gagarin tuvo sus continuadores, es cierto, pero tal vez sólo Valentina Tereshkova, la carismática primera mujer en el espacio, pueda comparársele en “impacto de masas”. Fue precisamente con Tereshkova, con su entrada triunfal a las ciudades del este de Europa en las “giras de la victoria”, que Moscú aprendió la lección de aprovechar al máximo el potencial propagandístico de los héroes del espacio.

Por eso, años después, cuando nada era tan monolítico (los tiempos de Solidaridad y las huelgas de los astilleros polacos) se decidió darle a cada “país amigo” su propio momento de gloria. La historia se vio en el pasado Festival Internacional de Cinemateca en el documental Cosmonautas (De Marian Kiss, Alemania, 2009), que buscaba saber qué es de la vida de aquellos viajeros espaciales de diez nacionalidades diferentes, incluido el cubano Arnaldo Tamayo (foto). Como “signo de grado cero”, pudo apreciarse la inexistencia de un cosmonauta yugoslavo, tardío castigo a la exageración de Tito en el ejercicio del pensamiento independiente.

En el mismo festival una película de nombre casi idéntico pero en singular, Cosmonauta (De Susanna Nicchiarelli, Italia, 2009), muestra cómo los hijos de los comunistas de Occidente compartían aquella fascinación de los niños socialistas (un asunto que había mostrado lateralmente Good Bye Lenin -De Wolfgang Becker, Alemania, 2003-, filme emblema de la “nostalgia del Este”).

Pero nada de eso habría sido posible si el 12 de abril de 1961, hace 50 años, Yuri Gagarin no hubiera llegado al espacio en la Vostok I, y regresado para contarlo. La propaganda jura que mientras orbitaba sentenció “Aquí no veo ningún dios”. La corrección política corrigió la cita citable y pasó a destacar aquella de “Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”. Lo único cierto es que al momento de partir dijo una palabra que resume el espíritu pionero de la era romántica de la conquista del espacio: poyeyali. Vámonos.

(Artículo de Roberto López Belloso, publicado en Brecha el 15-IV-11)

Ver también el artículo Fotogramas soviéticos.