13 julio 2011

Con Washington Benavides: la fala del pago

Roberto López Belloso

Primer día de clases en la escuela de varones de Tacuarembó. “Porque estábamos divididos así. Por un lado las niñas y por otro la escuela de varones que era una especia de reformatorio”, bromea Benavides cuando rememora ese verdadero choque cultural. “Fue como si me condenaran”, cuenta. No era para menos. El novel alumno no sólo ya sabía leer y escribir, sino que “iba con lecturas de los clásicos…Lope de Vega, Cervantes, el Romancero”. Es fácil imaginar el impacto cuando se ubica “en esos asientitos contra el suelo y siento que la maestra empieza mi mamá me ama, susi sosa sala los sesos. Yo pensé que me había enloquecido”.
La razón de su precocidad sin duda proviene de una predisposición del espíritu, pero también de una circunstancia (“como ya he contado en otras ocasiones, de niño yo sufría asma, esa enfermedad perra que te cambia la vida. Por eso en primavera y verano yo era un niño como cualquier otro. Salía a jugar al fútbol, a correr por el monte, a hacer tropelías de lo que fuese. Pero en otoño y en invierno estaba enclaustrado, veía a mis amigos por la ventana”) y de un hogar que se las ingenió para que el calvario le resultara a su hijo lo más soportable posible (“mis amistades infantiles fueron sustituidos por revistas y libros. Mi hermano, mi padre procurador, mi madre maestra, me empezaron a atiborrar de libros para esos meses de enclaustramiento”).
El director de la escuela (“siempre me acuerdo de su nombre porque parecía de un noble español: Arístides Mansilla y Molina”) entendió que tenía que disponer alguna actividad diferente para aquél niño extraño (“yo era como un alien allí”) y lo pone a ordenar la biblioteca (“¿se dan cuenta? -pregunta Benavides- a un drogadicto lo ponen a clasificar pasta base”) o a que ayude a proyectar películas para los párvulos (“películas inolvidables porque no recordás nada, eran tan borrosas que había que tener una gran imaginación para saber qué era aquello que estaba pasando”).
Esa infancia peculiar surge ya ante la primera pregunta de esta entrevista que entre los muchos Benavidez posibles comienza buscando al Benavidez traductor, y buscándolo, como era inevitable, encuentra pistas del Benavides mentor, del autor de canciones, del docente, del poeta.
-¿Cómo pasa de la precocidad de leer poesía a la precocidad de traducir poesía?
-En esas lecturas de la infancia me topo con un cancionero de Rosalía de Castro. Y lo traduje. Eso fue lo primero, algunas de las cantigas de Rosalía de Castro.
-¿Usted qué edad tenía?
-Diez años.
-¿Por qué ese libro en particular?
-Porque tenía unos textos maravillosos, que además tenían música. Hay que tener en cuenta que mi padre era un guitarrista excepcional, una especie de reservorio de la música del norte. Para que se hagan una idea Lauro Ayestarán le grabó 40 temas.
-Así que la música actuó en cierta forma como puente
-Es que además de mi amistad con los libros y las revistas como El Tony o Prurrete mi gran amiga era la radio. Yo vivía el santo día pegado a una radio RCA Victor chiquitita de madera que teníamos en casa, escuchando programaciones sobre todo argentinas porque en el norte llegaban unas pocas radios uruguayas a determinada hora y después lo copaba la Guaiba de Porto alegre y las argentinas Rivadavia, El Mundo, o Belgrano. Recuerdo un programa argentino que dirigía un tal Lopecito, no este de Americando sino otro, que se llamaba de Villoldo a Gardel y efectivamente te recorría de la prehistoria del tango hasta el momento. Aparte del Sodre al que vivía pegado como una mosca.
-Y entonces llega a Rosalía.
-A sus cantares gallegos. Era un librito que todavía tengo por ahí, medio desvencijado, incluso con algún fragmento de esa traducción mía en un costado. Adios ríos, adios fontes, adios regatos pequenhos…pah, esas canciones de Rosalía sobre el inmigrante gallego son impresionantes. Ese fue el primer paso.
-¿Cómo adquiere las habilidades para esa traducción? Porque si bien siempre se dice que no hay lector más atento que un traductor, una cosa es leer y otra traducir.
-Bueno, está la cercanía de un tacuaremboense con Rivera, y Rivera es también Santana. son ciudades mellizas.
-O sea que desde niño usted era bilingüe
-Tenés (enfatiza la e acentuada) que ser bilingüe en esa zona.
-Y me imagino que habrá ayudado que la estructura del gallego sea tan parecida al portugués. Tanto que en Portugal una de las reivindicaciones de grupos de la sociedad civil gallega ha sido que la tv portuguesa esté disponible para los televidentes gallegos porque consideran que esa frecuentación del portugués es una ayuda para no perder el idioma gallego.
-Exactamente. Está por ejemplo la literatura galaico-portuguesa, que yo la absorbí hasta los tuétanos. Son muchas las mezclas. En esa época de mi infancia conocí a uno de los dos grandes poetas de Rivera, Olinto María Simoes, que utilizaba en muchos poemas el carimbao o el portuñol. Ricardo Pallares, que tuvo la experiencia de ser profesor en Rivera, decía que con respecto a la fala había tres etapas: los estudiantes en clase hablaban castellano, en los recreos hablaban portuñol, y en la calle portugués.
-La reforma educativa incorpora el portugués como lengua principal en varias escuelas de la frontera y enseña el español como segunda lengua.
-No hay otra alternativa. Es simplemente reconocer lo que ya es. Pero hay también otros asuntos muy significativos que yo ya señalé en su momento. Cuando yo era estudiante de liceo en nuestros programas de literatura había un solo escritor brasileño, un poeta parnasiano. No se cuántas décadas después, después de la dictadura, cuando me reivindicaron y pude volver a dar clase, con otros profesores hicimos una revisión y pusimos a una cantidad de portugueses y brasileños que era una barbaridad que no se estudiasen. Por ejemplo la revolución de San Pablo de 22, con Drumond de Andrade, Ricardo Casiano, Manuel Bandeira, una cantidad de gente. Fíjense lo insólito del poco contacto que teníamos con el vecino por el simple hecho del idioma. Porque vamos a aclarar una cosa: del Río Negro hacia el sur el portugués se conoce muy poco. Había, eso sí, un escritor muy conocido para niños, que era Monteiro Lobato, y después viene la invasión, casi la dictadura a través de editorial losada, de Jorge Amado. se publicó toda su obra, se lo esperaba, se lo leía. Después del hiato militar aparece Joao Guimaraes Rosa y luego la Lispector (Clarise), que es maravillosa. Yo traduje alguno de los cuentos infantiles que hizo ella...más que infantiles, con la infancia como tema.
-La generación de ustedes tuvo mucho más contacto con la literatura brasileña que la del 45, por ejemplo.
-Antes se le dio cierta importancia a Guimaraes pero toda la poesía brasileña, que era impresionante, no tuvo eco. Cuando yo ya era profesor y estaba aquél grupo de músicos de Tacuarembó con los que nos reuníamos en casa tuvimos un contacto muy especial con Jose Francisco, un chico que era hijo de un coronel brasileño constitucionalista. Hizo canciones con (Eduardo) Darnauchans -foto-, en Sansueña está Cuando escucho una canción de los Beatles, y nos puso en contacto con la tropicalia, porque era amigo de Milton Nascimento. Así que en el norte recibimos el impacto de la tropicalia cuando en Montevideo todavía se estaba con los epígonos de la bossa nova.
-El fenómeno Tacuarembó.
-Es que por distintos motivos estábamos recibiendo en Tacuarembó una inyección de vanguardia absoluta. Otro contacto importantísimo fue un cura que era amigo de Numa (Moraes) fundamentalmente. Cuando se tuvo que mandar a mudar para Italia nos envió material de los baladistas italianos muy importantes, Ángelo Branduardi, Fabrizio de André, Franceso de Gregori… Siempre se insiste en asociar a (Eduardo) Darnauchans con Antoine, un baladista francés que tuvo su cuarto de hora y del que traduje algún texto, o con Bob Dylan, pero en Darnauchans viene el peso impresionante de Leonard Cohen y de alguno de estos baladistas italianos, sobre todo de Ángelo Branduardi, el trovador mediterráneo por excelencia.
-Es que son imponentes, Fabrizio de André -foto- sobre todo.
-Tiene una de esas voces abaritonadas que después de Zitarrosa debe de ser de las más maravillosas. Aunque ahora están llegando algunos discos son trovadores que no fueron muy conocidos porque no participaron de los grandes festivales como San Remo, por ejemplo.
-Eran más regionales también, más identificados con Génova por ejemplo que con Italia.
-Darno siempre contaba que cuando trabajaba como corrector en Posdata había una italiana en la redacción y cuando él le nombró esos trovadores ella ni los conocía. Pero son gente de una proyección tremenda. Fabrizio de André hizo canciones con Dylan. Francesco de Gregoris también. Todo eso nos alimentó de una manera muy especial. Era inevitable que saliera alguna cosa media distinta de ahí. Que no saliese solamente un son norteño.
-Usted ha conceptualizado por qué se dio ese fenómeno en Tacuarembó y por qué en esa época.
-Sí claro, lo he escrito. En la década del 50 recala en Tacuarembó un trío genial. Llega el maestro don José Tomás Mujica, medalla de oro de música en Madrid, escapando del franquismo. Termina aceptando la dirección del conservatorio de Tacuarembó y dar clases en el liceo. De inmediato transformó todo y rompió la barrera que existía entre música clásica y música popular. Llega también Julio Castro Álvarez, maestro uruguayo aunque le decían el gallego porque se había ido a estudiar a España donde se ligó a grupos de teatro en los que estaba una tal Margarita Xirgu. Da clases de literatura e historia y crea el teatro universitario de Tacuarembó. Lo gracioso era lo de universitario ya que no había universidad. Debuta con Los árboles mueren de pie, una preciosa comedia dramática, y sigue con una chorrera en la que entraban Tenesse Williams, Chejov, Pirandello. Ganan el primer concurso de teatro nacional independiente. El tercero de ese trío, aunque quizás serían cuatro, es Anhelo Hernández que cuando va a dar clases de dibujo en el liceo se forma en torno a él un taller del que sale un grupo de muy buenos pintores. El cuarto es Walter Domingo, un arquitecto formidable que va a ser el creador de los centros de barrio de Tacuarembó, el último de los cuales –el hongo- no ha sido terminado todavía, que son de una vanguardia absoluta. Yo siempre digo que en esas distintas áreas nosotros tomamos el relevo de una carrera de postas, en las que se da la continuidad a través del ejemplo y la motivación.
-¿Hoy eso es reproducible o la sociedad ha cambiado demasiado?
-No olvidemos que hubo una dictadura en la que la víctima principal ha sido la cultura. Es muy difícil. Hay intensiones, hay gente trabajando como Circe Maia que sigue escribiendo y traduciendo griego…pero falta el envión de juntar eso.
-Lo pregunto porque cuando me imagino a ese niño con asma rodeado de libros, si lo imagino ahora lo veo con televisión, computadora y play station. Tal vez hay un tono de la época que complica las cosas.
-Por supuesto, ha cambiado todo. Pero yo pienso que aunque sea con interrupciones sigue surgiendo gente. Hay algunos poetas que andan en los 30 o 40 años, Brocco, Cortéz, por ejemplo. O Soboredo que ganó el premio de novela con El rabo de Satán. Falta amalgamar eso. Es difícil.

(Fragmento de un artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en julio de 2011)

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