Cuaderno de Vietnam II
Camarada Noel
por Roberto López Belloso
La zona central de Vietnam tiene una personalidad propia. No es el norte asiático ni el sur occidentalizado. Una Navidad en sus ciudades permite recorrer algunos de los sitios de la “guerra Americana” o ir más atrás en el tiempo y sumergirse en los restos de la dinastía nguyen y el reino Champa. Una historia de siglos entre esculturas de piedra arenisca, barcazas con mascarones de proa de hojalata, tanques y aviones capturados al enemigo, y rojísimos Papá Noeles sufriendo el monzón con sus barbas y barrigas artificiales.
La playa de China luce desierta. Solitarias esperan unas reposeras que nadie alquila. Recién ayer las lluvias del monzón dieron un respiro y aunque el sol y el calor hacen pensar en la palabra verano, el viento que castiga desde el mar obliga a buscar una equivalencia más adecuada que esa traducción literal al esquema de las cuatro estaciones. Pero a la playa de China no se viene solamente en busca de un bronceado. Forma parte de ese museo al aire libre que es Vietnam cuando se lo recorre pensando en la guerra de los años sesenta y setenta del siglo pasado. La guerra de Vietnam para los occidentales, la guerra Americana para los vietnamitas. Arenas casi blancas, delgadas palmeras, una montaña sagrada enfrente, otra montaña sagrada detrás, un barco carguero recorriendo la bahía que se abre entre ambas con el corte curvo y perfecto de una cuchara de heladería. El oleaje hace evocar las imágenes de Coppola con soldados surfeando en el entreacto de wagnerianas cargas de helicóptero. Es la playa de China, la que fuera lugar de recreo de los marines. Está relativamente cerca de la zona desmilitarizada que los separaba del norte comunista y, sobre todo, suficientemente lejos de las zonas de mayor actividad del vietcong.
A tiro de piedra de la playa de China se encuentra el puerto de Danang, que pasó de sus 20 mil habitantes de la década del cuarenta a tener un millón durante los años de la guerra. El motivo de la explosión demográfica fue la base de la Fuerza Aérea de Estados Unidos que hizo crecer una miríada de establecimientos “de apoyo”, incluyendo bares y burdeles que competían con los de Saigón. A fin de cuentas fue en una de las playas de Danang donde se produjo el publicitado desembarco de los “salvadores de la democracia” el 8 de marzo de 1965, marcando la entrada pública de Estados Unidos en la contienda. Ocurrió en la playa Roja, separada de la de China por la montaña del Mono. No es la única elevación que le cuida la espalda a esa franja de 30 kilómetros de arena. También están las montañas de mármol.
DEIDADES DE MÁRMOL El nombre de estas montañas no es metáfora. En las laderas, mientras una estrecha carretera acerca un poco a los visitantes hacia la cumbre, se suceden los negocios de talladores que repiten sus moldes desde hace años. La variedad de intereses de los vietnamitas que se pueden permitir adornar sus casas con estas tallas de mármol provoca verdaderos choques teológicos en los patios de los artesanos. Observar a Buda o los dioses hinduistas compartir la espera de clientes no es tan extraño como ver a una exuberante Afrodita casi rozando la figura de un Jesús de Nazareth en actitud de plegaria. Los osos, leones venecianos y águilas de alas desplegadas equilibran el exceso antropomórfico. Los talleres son el prólogo a una escalera de dimensiones bíblicas que lleva a los visitantes en peregrinación hacia una sucesión de templos. Unos pasos antes de llegar a la cima queda una última prueba de carácter: eludir a las vendedoras de bebidas que cobran una gaseosa caliente hasta diez veces su cotización a nivel del mar. Arriba, apenas se recupera el aliento, es posible visitar un puñado de pagodas y disfrutar la vista panorámica de la playa y el campo.
Algunas de las figuras sagradas contemplan el paisaje desde pequeños altares. Otras le dan la espalda a todo, como la diosa-madre que espera en su inmovilidad de mármol protegida por dos dragones pintados que se enroscan en las gruesas columnas de su pagoda. Estatuillas de flautistas, de niños que un occidental confundiría con ángeles pero que han de tener otro nombre, de animales domésticos, todas ellas de mármol, aparecen a cada paso sembradas entre las rocas. Algunas tienen una esvástica labrada en el pecho. Es chocante pero los asiáticos no se hacen cargo del uso que el siglo xx le dio a uno de sus símbolos más antiguos.
El principal atractivo de Danang, sin embargo, no son sus pagodas ni sus playas ni sus montañas, sino un museo arqueológico. Fundado en 1919 refleja la exquisitez de los “arqueólogos utópicos” que trabajaron en el lugar mientras fue colonia francesa y construyeron esta casona señorial especialmente para desplegar las esculturas en piedra arenisca de los cham.
Los cham crearon un reino independiente que dominó el sur de Vietnam durante más del mil cuatrocientos años. En conflicto primero con los chinos y luego con los ancestros de los actuales camboyanos (llegaron a conquistar la capital khmer de Angkor), el reino Champa fue absorbido por los vietnamitas del norte a inicios del siglo XVIII, es decir -en términos de lo que ha sido la larga historia de la región- apenas ayer. Eran hinduistas y a juzgar por lo que muestra el museo hábiles escultores. Las piezas están colocadas reproduciendo el lugar que tenían en los templos, la luz les llega desde ventanales que favorecen los contornos, plataformas artificiales permiten que algunas de las divinidades se vean con una perspectiva similar a la que tenían los sacerdotes. Además de detenerse en las figuras hindúes más habituales, como Vishnu, Shiva, Brahma, el toro Nandín o el ave con garras de león Garuda, hay que prestar atención a los detalles de los relieves secundarios. Es posible descubrir curiosidades como las amazonas que juegan algo parecido al polo o el guerrero que monta guardia parado sobre un demonio con forma de tortuga.
RESTOS DE GUERRA Las piezas cham reclaman tanto tiempo que casi no es posible llegar en hora al otro museo de la ciudad. El portón ya está cerrado. El portero no habla inglés pero es fácil entenderse cuando se proyecta el recorrido de las agujas del reloj para rogar por quince minutos en el patio exterior. No podrán verse las salas, pero ahí, en el patio, están los aviones, helicópteros y tanques. Mira hacia la garita donde uno de sus colegas lee un diario. Piensa en consultarlo pero deshecha la idea. Hace un gesto con la mano que puede ser apúrense o no hay problema, pero que en todo caso es un provisorio pase de ingreso. La primera pieza es un tanque M48. Al pie de sus orugas un cartel lo pone en contexto: “Usado por la primera brigada de caballería del ejército títere. Mientras huían de Hue fue capturado por las tropas de liberación el 24 de marzo de 1975”. Cinco días más tarde era liberada Danang. En ese momento la lucha más cruenta no fue entre los soldados del norte y del sur, sino al interior del “ejército títere” en busca de un lugar en los barcos o aviones que escapaban de la ciudad, cuenta el periodista australiano John Pilger. Esa desbandada dejó sin protección la enorme base aérea, lo que permitió que ese día 29 los norvietnamitas capturaran varios aviones. Fue el caso del A37 que ahora se exhibe en el patio del museo. El rótulo no puede evitar cierto tono de satisfacción cuando explica que ese bombardero, “tomado al enemigo el 29 de marzo de 1975” fue usado un mes más tarde en la batalla por el aeropuerto de Saigón durante la ofensiva final.
El helicóptero UH1B, el mismo modelo que se ve en todas las películas sobre la guerra de Vietnam, también tomado ese 1975, es el nexo con las otras piezas desplegadas en el patio. Fue usado contra los estadounidenses pero también contra los chinos. Ese segundo enemigo no se nombra en los carteles. Cuatro años después de terminada la guerra Americana, el Vietnam unificado debió enfrentar una invasión de su poderoso vecino del norte. Simplificadamente puede decirse que el detonante estuvo en la mala relación entre el Vietnam pro soviético y la Camboya pro china. Lo cierto es que también ese invasor fue rechazado. Ahora usando en el campo de batalla algunos de los pertrechos capturados a los estadounidenses, como este helicóptero. Por último, un par de camiones y camionetas blindadas refieren a la guerra que directamente enfrentó a vietnamitas y camboyanos en los ochenta y que terminó con el derrocamiento del régimen de Pol Pot, el líder del khmer rojo. Aunque son más recientes lucen más viejos que el A37 y el helicóptero. Tal vez sea por el efecto lifting del cine de acción.
FUERA DE LUGAR Al volver a la ciudad, las calles de Danang están tomadas por hombres barbados vestidos de rojos. No es una manifestación comunista. Las barbas son blancas y el rojo de los trajes oculta falsas barrigas de Navidad. Son decenas y parecen estar en todas las esquinas. Al verlos en vivo y en directo resultan una curiosidad pero cuando se los captura en una foto y luego se los mira días o meses más tarde, el efecto es llanamente surrealista. Están completamente fuera de sitio, vestidos de invierno en medio de multitudes que hacen sus compras navideñas en ropa de verano. Algunos agitan sus campanas de mano poseídos por un repentino furor y parecen querer golpear en los cascos a los motonetistas que pasan a su lado sin prestarles atención. Otros, en el mismo grupo, lucen completamente aburridos. Para asegurar la reproducción de los Santa Claus varios puestos callejeros venden sus trajes rojos en tallas infantiles, al igual que falsas barbas de algodón. No es sólo la fiebre del consumo. La decoración navideña de las calles, tiendas y restoranes es consistente con la impronta católica de buena parte de la población. Vietnam es el segundo país de Asia en número de católicos, después de Filipinas. Esta presencia se nota sobre todo en el sur, debido fundamentalmente a los intercambios de población que se produjeron cuando Francia fue expulsada del norte, pero también puede percibirse en la zona central donde se encuentran Danag, Hue y Hoi-An. No debe olvidarse que en cierta manera aquí la relación entre colonización militar y religiosa se dio al revés que en otras partes. Primero llegaron los misioneros franceses y recién después lo hicieron los comerciantes y el ejército.
LA CIUDADELA PÚRPURA En Hue, ubicada a pocos quilómetros de Danang y casi equidistante de Hanoi y Saigón, pueden verse algunos restos de la antigua sede de la dinastía Nguyen. Esa casa real llegó al poder gracias al apoyo de un cura francés que no sólo les aportó “consejo diplomático” sino también armas y barcos, lo que ayudó a la expansión del catolicismo en el territorio. Lo más importante que hoy queda en pie de la que fuera capital imperial es la puerta principal de la fortaleza amurallada. Da ingreso a unos pabellones venidos a menos que se conocen como la ciudadela púrpura, la ciudad prohibida de los emperadores. El mejor conservado es el Pabellón de la lectura, de piedra y madera, desde el cual se accede a un estanque bucólico que conoció mejores días. La mayor parte de la destrucción no se debe al paso del tiempo ni a la conquista francesa sino a los combates entre tropas del norte y soldados estadounidenses durante la Ofensiva del Tet de 1968. En esas operaciones se combatió dentro de la ciudadela y el sitio histórico fue tomado provisoriamente por el ejército norvietnamita. Se hicieron fotos de propaganda de jovencísimos soldados descansando entre las murallas. La contraofensiva estadounidenses que pocos días después mató a la mayoría de aquellos muchachos resignifica esas imágenes. Muestra lo provisoria que es una sonrisa adolescente en tiempos de guerra.
Si se quiere ver algo más sobre la dinastía nguyen, esa que hizo del centro de Vietnam algo que no es ni el norte asiático ni el sur occidentalizado, es necesario darle la espalda a la ciudadela y buscar la dirección que lleva al río. En el camino se pasa por otro museo sobre la guerra, pero luego haber visto el de Danang éste puede ser dejado atrás, exorcizado por una bandada de escolares que juegan trepándose a los tanques. La cercanía de una cancha de fútbol amateur donde rojos juegan contra azules con el fondo de una torreta nguyen, casi logra que la imagen de los niños jugando entre blindados y cañones parezca un elemento más de una inocente estampa dominical.
MAUSOLEOS IMPERIALES El río Perfume jugó un rol ceremonial en la vida de los emperadores Nguyen. A lo largo de sus aguas construyeron sus mausoleos, que todavía pueden visitarse en unas chatas de cansino bogar decoradas con unos mascarones de proa de hojalata en forma de dragón. La navegación pasa por templos budistas y pagodas (incluida la que exhibe el auto que usaba el primer monje que en 1963 se prendió fuego suicidándose como parte de las protestas budistas contra el régimen del sur) y luego atraviesa curiosas plataformas mineras en las que unas barcazas dotadas de suctores sacan piedras y arena del fondo del río hurgando en busca de minerales. Después de ese prólogo se llega al primero de los mausoleos. Son tres los que pueden visitarse combinando el barco con testa de dragón y algún ómnibus más terrenal. Todos tienen una disposición parecida. La puerta monumental da ingreso a un conjunto de guerreros y mandarines de piedra formados en el patio ceremonial junto a caballos también de piedra, en una lógica de “vida después de la muerte” similar a la del ejército de terracota de sus vecinos chinos. Después se pasa a un conjunto de jardines, lagos artificiales, un templo, un palacio, un monolito con la biografía oficial del gobernante y un montículo con la tumba propiamente dicha. Más allá de la belleza de las construcciones, lo peculiar es que el emperador no sólo elegía la ubicación y construía las instalaciones en vida, sino que durante su reinado usaba el futuro mausoleo como palacio de recreo. Pescaba, yacía con sus concubinas, veía teatro, departía con los cortesanos, descansaba en lo que luego sería su lugar de descanso final. Bastante siniestro a ojos occidentales.
HOI-AN La Navidad no se detiene. Es posible esperarla en Hue pero más allá de sus restos Nguyen, del colegio donde estudió Ho Chi Minh y las excursiones por el río Perfume, la ciudad no tiene esa alma de callejuelas que invitan a perderse y que caracteriza a la mayoría de las ciudades vietnamitas. Es necesario entonces hacer unos quilómetros en ómnibus para llegar a Hoi-An, protegida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Apenas se llega se entiende la razón. Su barrio antiguo está detenido en los siglos XVI y XVII, cuando era un importante centro comercial globalizado, territorio de los regateos de holandeses, japoneses y chinos. Lo más interesante del conjunto son las casas particulares que no han cambiado con el paso de los siglos, a las que puede entrarse y ver al abuelo tendido en un camastro sin colchón situado en el living, curiosear escaleras arriba o meterse a la cocina y ver a las nietas armando hábilmente las rosas blancas, una pasta de harina de arroz rellena de carne que es uno de los manjares de la cocina imperial. También hay comercios tradicionales, una decena de museos, templos, salas de reunión que eran “el hogar lejos del hogar” para los comerciantes venidos de distintas provincias de China, y hasta un puente techado al que protegen –en cada extremo– las estatuas de un perro y un mono sagrados.
También aquí las figuras de Papá Noel decoran los comercios. Afortunadamente coexisten con formas más tradicionales de celebración. El 24 de diciembre, en una acertadísima medida sincrética, la municipalidad organiza para las doce de la noche una suelta de velas encendidas que flotan en las tranquilas aguas del río Hoi-An.
En cuanto al 25, nada mejor que disfrutar del hecho que todo está abierto como si fuera un día cualquiera. Hoi-An tiene varios boliches de aire europeo que atraen a las crecientes olas de turistas que llegan a la ciudad. Uno de los más concurridos en la Navidad de 2009 era “Antes y ahora”. Junto a su mesa de pool pueden verse retratos pop de Mao, Lenin, Stalin, Marilyn Monroe, y murales con Che Guevaras de colores que coexisten con un warholizado Robert de Niro en su protagónico de Taxi Driver. No es la única estrella de cine que tiene su historia con esta ciudad. Michael Caine filmó aquí varias escenas de El Americano, una película de Phillip Noyce basada en la célebre novela de Graham Greene. En la zona del mercado una tienda improvisada en un garaje vende versiones pirata de la película. Negociando un poco es posible conseguir que también alquilen un reproductor de DVD. ¿Qué mejor que verla esta noche en el hotel (que no será el que usó Caine pero tiene un gallo con el reloj biológico descompuesto que canta en mitad de la madrugada) y al otro día salir a intentar identificar las locaciones? Es sabido que varias de las escenas están en Saigón, pero para eso habrá que esperar a la víspera de año nuevo.
(Artículo y fotos de Roberto López Belloso, publicado en Brecha el 23-XII-2010)
La zona central de Vietnam tiene una personalidad propia. No es el norte asiático ni el sur occidentalizado. Una Navidad en sus ciudades permite recorrer algunos de los sitios de la “guerra Americana” o ir más atrás en el tiempo y sumergirse en los restos de la dinastía nguyen y el reino Champa. Una historia de siglos entre esculturas de piedra arenisca, barcazas con mascarones de proa de hojalata, tanques y aviones capturados al enemigo, y rojísimos Papá Noeles sufriendo el monzón con sus barbas y barrigas artificiales.
La playa de China luce desierta. Solitarias esperan unas reposeras que nadie alquila. Recién ayer las lluvias del monzón dieron un respiro y aunque el sol y el calor hacen pensar en la palabra verano, el viento que castiga desde el mar obliga a buscar una equivalencia más adecuada que esa traducción literal al esquema de las cuatro estaciones. Pero a la playa de China no se viene solamente en busca de un bronceado. Forma parte de ese museo al aire libre que es Vietnam cuando se lo recorre pensando en la guerra de los años sesenta y setenta del siglo pasado. La guerra de Vietnam para los occidentales, la guerra Americana para los vietnamitas. Arenas casi blancas, delgadas palmeras, una montaña sagrada enfrente, otra montaña sagrada detrás, un barco carguero recorriendo la bahía que se abre entre ambas con el corte curvo y perfecto de una cuchara de heladería. El oleaje hace evocar las imágenes de Coppola con soldados surfeando en el entreacto de wagnerianas cargas de helicóptero. Es la playa de China, la que fuera lugar de recreo de los marines. Está relativamente cerca de la zona desmilitarizada que los separaba del norte comunista y, sobre todo, suficientemente lejos de las zonas de mayor actividad del vietcong.
A tiro de piedra de la playa de China se encuentra el puerto de Danang, que pasó de sus 20 mil habitantes de la década del cuarenta a tener un millón durante los años de la guerra. El motivo de la explosión demográfica fue la base de la Fuerza Aérea de Estados Unidos que hizo crecer una miríada de establecimientos “de apoyo”, incluyendo bares y burdeles que competían con los de Saigón. A fin de cuentas fue en una de las playas de Danang donde se produjo el publicitado desembarco de los “salvadores de la democracia” el 8 de marzo de 1965, marcando la entrada pública de Estados Unidos en la contienda. Ocurrió en la playa Roja, separada de la de China por la montaña del Mono. No es la única elevación que le cuida la espalda a esa franja de 30 kilómetros de arena. También están las montañas de mármol.
DEIDADES DE MÁRMOL El nombre de estas montañas no es metáfora. En las laderas, mientras una estrecha carretera acerca un poco a los visitantes hacia la cumbre, se suceden los negocios de talladores que repiten sus moldes desde hace años. La variedad de intereses de los vietnamitas que se pueden permitir adornar sus casas con estas tallas de mármol provoca verdaderos choques teológicos en los patios de los artesanos. Observar a Buda o los dioses hinduistas compartir la espera de clientes no es tan extraño como ver a una exuberante Afrodita casi rozando la figura de un Jesús de Nazareth en actitud de plegaria. Los osos, leones venecianos y águilas de alas desplegadas equilibran el exceso antropomórfico. Los talleres son el prólogo a una escalera de dimensiones bíblicas que lleva a los visitantes en peregrinación hacia una sucesión de templos. Unos pasos antes de llegar a la cima queda una última prueba de carácter: eludir a las vendedoras de bebidas que cobran una gaseosa caliente hasta diez veces su cotización a nivel del mar. Arriba, apenas se recupera el aliento, es posible visitar un puñado de pagodas y disfrutar la vista panorámica de la playa y el campo.
Algunas de las figuras sagradas contemplan el paisaje desde pequeños altares. Otras le dan la espalda a todo, como la diosa-madre que espera en su inmovilidad de mármol protegida por dos dragones pintados que se enroscan en las gruesas columnas de su pagoda. Estatuillas de flautistas, de niños que un occidental confundiría con ángeles pero que han de tener otro nombre, de animales domésticos, todas ellas de mármol, aparecen a cada paso sembradas entre las rocas. Algunas tienen una esvástica labrada en el pecho. Es chocante pero los asiáticos no se hacen cargo del uso que el siglo xx le dio a uno de sus símbolos más antiguos.
El principal atractivo de Danang, sin embargo, no son sus pagodas ni sus playas ni sus montañas, sino un museo arqueológico. Fundado en 1919 refleja la exquisitez de los “arqueólogos utópicos” que trabajaron en el lugar mientras fue colonia francesa y construyeron esta casona señorial especialmente para desplegar las esculturas en piedra arenisca de los cham.
Los cham crearon un reino independiente que dominó el sur de Vietnam durante más del mil cuatrocientos años. En conflicto primero con los chinos y luego con los ancestros de los actuales camboyanos (llegaron a conquistar la capital khmer de Angkor), el reino Champa fue absorbido por los vietnamitas del norte a inicios del siglo XVIII, es decir -en términos de lo que ha sido la larga historia de la región- apenas ayer. Eran hinduistas y a juzgar por lo que muestra el museo hábiles escultores. Las piezas están colocadas reproduciendo el lugar que tenían en los templos, la luz les llega desde ventanales que favorecen los contornos, plataformas artificiales permiten que algunas de las divinidades se vean con una perspectiva similar a la que tenían los sacerdotes. Además de detenerse en las figuras hindúes más habituales, como Vishnu, Shiva, Brahma, el toro Nandín o el ave con garras de león Garuda, hay que prestar atención a los detalles de los relieves secundarios. Es posible descubrir curiosidades como las amazonas que juegan algo parecido al polo o el guerrero que monta guardia parado sobre un demonio con forma de tortuga.
RESTOS DE GUERRA Las piezas cham reclaman tanto tiempo que casi no es posible llegar en hora al otro museo de la ciudad. El portón ya está cerrado. El portero no habla inglés pero es fácil entenderse cuando se proyecta el recorrido de las agujas del reloj para rogar por quince minutos en el patio exterior. No podrán verse las salas, pero ahí, en el patio, están los aviones, helicópteros y tanques. Mira hacia la garita donde uno de sus colegas lee un diario. Piensa en consultarlo pero deshecha la idea. Hace un gesto con la mano que puede ser apúrense o no hay problema, pero que en todo caso es un provisorio pase de ingreso. La primera pieza es un tanque M48. Al pie de sus orugas un cartel lo pone en contexto: “Usado por la primera brigada de caballería del ejército títere. Mientras huían de Hue fue capturado por las tropas de liberación el 24 de marzo de 1975”. Cinco días más tarde era liberada Danang. En ese momento la lucha más cruenta no fue entre los soldados del norte y del sur, sino al interior del “ejército títere” en busca de un lugar en los barcos o aviones que escapaban de la ciudad, cuenta el periodista australiano John Pilger. Esa desbandada dejó sin protección la enorme base aérea, lo que permitió que ese día 29 los norvietnamitas capturaran varios aviones. Fue el caso del A37 que ahora se exhibe en el patio del museo. El rótulo no puede evitar cierto tono de satisfacción cuando explica que ese bombardero, “tomado al enemigo el 29 de marzo de 1975” fue usado un mes más tarde en la batalla por el aeropuerto de Saigón durante la ofensiva final.
El helicóptero UH1B, el mismo modelo que se ve en todas las películas sobre la guerra de Vietnam, también tomado ese 1975, es el nexo con las otras piezas desplegadas en el patio. Fue usado contra los estadounidenses pero también contra los chinos. Ese segundo enemigo no se nombra en los carteles. Cuatro años después de terminada la guerra Americana, el Vietnam unificado debió enfrentar una invasión de su poderoso vecino del norte. Simplificadamente puede decirse que el detonante estuvo en la mala relación entre el Vietnam pro soviético y la Camboya pro china. Lo cierto es que también ese invasor fue rechazado. Ahora usando en el campo de batalla algunos de los pertrechos capturados a los estadounidenses, como este helicóptero. Por último, un par de camiones y camionetas blindadas refieren a la guerra que directamente enfrentó a vietnamitas y camboyanos en los ochenta y que terminó con el derrocamiento del régimen de Pol Pot, el líder del khmer rojo. Aunque son más recientes lucen más viejos que el A37 y el helicóptero. Tal vez sea por el efecto lifting del cine de acción.
FUERA DE LUGAR Al volver a la ciudad, las calles de Danang están tomadas por hombres barbados vestidos de rojos. No es una manifestación comunista. Las barbas son blancas y el rojo de los trajes oculta falsas barrigas de Navidad. Son decenas y parecen estar en todas las esquinas. Al verlos en vivo y en directo resultan una curiosidad pero cuando se los captura en una foto y luego se los mira días o meses más tarde, el efecto es llanamente surrealista. Están completamente fuera de sitio, vestidos de invierno en medio de multitudes que hacen sus compras navideñas en ropa de verano. Algunos agitan sus campanas de mano poseídos por un repentino furor y parecen querer golpear en los cascos a los motonetistas que pasan a su lado sin prestarles atención. Otros, en el mismo grupo, lucen completamente aburridos. Para asegurar la reproducción de los Santa Claus varios puestos callejeros venden sus trajes rojos en tallas infantiles, al igual que falsas barbas de algodón. No es sólo la fiebre del consumo. La decoración navideña de las calles, tiendas y restoranes es consistente con la impronta católica de buena parte de la población. Vietnam es el segundo país de Asia en número de católicos, después de Filipinas. Esta presencia se nota sobre todo en el sur, debido fundamentalmente a los intercambios de población que se produjeron cuando Francia fue expulsada del norte, pero también puede percibirse en la zona central donde se encuentran Danag, Hue y Hoi-An. No debe olvidarse que en cierta manera aquí la relación entre colonización militar y religiosa se dio al revés que en otras partes. Primero llegaron los misioneros franceses y recién después lo hicieron los comerciantes y el ejército.
LA CIUDADELA PÚRPURA En Hue, ubicada a pocos quilómetros de Danang y casi equidistante de Hanoi y Saigón, pueden verse algunos restos de la antigua sede de la dinastía Nguyen. Esa casa real llegó al poder gracias al apoyo de un cura francés que no sólo les aportó “consejo diplomático” sino también armas y barcos, lo que ayudó a la expansión del catolicismo en el territorio. Lo más importante que hoy queda en pie de la que fuera capital imperial es la puerta principal de la fortaleza amurallada. Da ingreso a unos pabellones venidos a menos que se conocen como la ciudadela púrpura, la ciudad prohibida de los emperadores. El mejor conservado es el Pabellón de la lectura, de piedra y madera, desde el cual se accede a un estanque bucólico que conoció mejores días. La mayor parte de la destrucción no se debe al paso del tiempo ni a la conquista francesa sino a los combates entre tropas del norte y soldados estadounidenses durante la Ofensiva del Tet de 1968. En esas operaciones se combatió dentro de la ciudadela y el sitio histórico fue tomado provisoriamente por el ejército norvietnamita. Se hicieron fotos de propaganda de jovencísimos soldados descansando entre las murallas. La contraofensiva estadounidenses que pocos días después mató a la mayoría de aquellos muchachos resignifica esas imágenes. Muestra lo provisoria que es una sonrisa adolescente en tiempos de guerra.
Si se quiere ver algo más sobre la dinastía nguyen, esa que hizo del centro de Vietnam algo que no es ni el norte asiático ni el sur occidentalizado, es necesario darle la espalda a la ciudadela y buscar la dirección que lleva al río. En el camino se pasa por otro museo sobre la guerra, pero luego haber visto el de Danang éste puede ser dejado atrás, exorcizado por una bandada de escolares que juegan trepándose a los tanques. La cercanía de una cancha de fútbol amateur donde rojos juegan contra azules con el fondo de una torreta nguyen, casi logra que la imagen de los niños jugando entre blindados y cañones parezca un elemento más de una inocente estampa dominical.
MAUSOLEOS IMPERIALES El río Perfume jugó un rol ceremonial en la vida de los emperadores Nguyen. A lo largo de sus aguas construyeron sus mausoleos, que todavía pueden visitarse en unas chatas de cansino bogar decoradas con unos mascarones de proa de hojalata en forma de dragón. La navegación pasa por templos budistas y pagodas (incluida la que exhibe el auto que usaba el primer monje que en 1963 se prendió fuego suicidándose como parte de las protestas budistas contra el régimen del sur) y luego atraviesa curiosas plataformas mineras en las que unas barcazas dotadas de suctores sacan piedras y arena del fondo del río hurgando en busca de minerales. Después de ese prólogo se llega al primero de los mausoleos. Son tres los que pueden visitarse combinando el barco con testa de dragón y algún ómnibus más terrenal. Todos tienen una disposición parecida. La puerta monumental da ingreso a un conjunto de guerreros y mandarines de piedra formados en el patio ceremonial junto a caballos también de piedra, en una lógica de “vida después de la muerte” similar a la del ejército de terracota de sus vecinos chinos. Después se pasa a un conjunto de jardines, lagos artificiales, un templo, un palacio, un monolito con la biografía oficial del gobernante y un montículo con la tumba propiamente dicha. Más allá de la belleza de las construcciones, lo peculiar es que el emperador no sólo elegía la ubicación y construía las instalaciones en vida, sino que durante su reinado usaba el futuro mausoleo como palacio de recreo. Pescaba, yacía con sus concubinas, veía teatro, departía con los cortesanos, descansaba en lo que luego sería su lugar de descanso final. Bastante siniestro a ojos occidentales.
HOI-AN La Navidad no se detiene. Es posible esperarla en Hue pero más allá de sus restos Nguyen, del colegio donde estudió Ho Chi Minh y las excursiones por el río Perfume, la ciudad no tiene esa alma de callejuelas que invitan a perderse y que caracteriza a la mayoría de las ciudades vietnamitas. Es necesario entonces hacer unos quilómetros en ómnibus para llegar a Hoi-An, protegida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Apenas se llega se entiende la razón. Su barrio antiguo está detenido en los siglos XVI y XVII, cuando era un importante centro comercial globalizado, territorio de los regateos de holandeses, japoneses y chinos. Lo más interesante del conjunto son las casas particulares que no han cambiado con el paso de los siglos, a las que puede entrarse y ver al abuelo tendido en un camastro sin colchón situado en el living, curiosear escaleras arriba o meterse a la cocina y ver a las nietas armando hábilmente las rosas blancas, una pasta de harina de arroz rellena de carne que es uno de los manjares de la cocina imperial. También hay comercios tradicionales, una decena de museos, templos, salas de reunión que eran “el hogar lejos del hogar” para los comerciantes venidos de distintas provincias de China, y hasta un puente techado al que protegen –en cada extremo– las estatuas de un perro y un mono sagrados.
También aquí las figuras de Papá Noel decoran los comercios. Afortunadamente coexisten con formas más tradicionales de celebración. El 24 de diciembre, en una acertadísima medida sincrética, la municipalidad organiza para las doce de la noche una suelta de velas encendidas que flotan en las tranquilas aguas del río Hoi-An.
En cuanto al 25, nada mejor que disfrutar del hecho que todo está abierto como si fuera un día cualquiera. Hoi-An tiene varios boliches de aire europeo que atraen a las crecientes olas de turistas que llegan a la ciudad. Uno de los más concurridos en la Navidad de 2009 era “Antes y ahora”. Junto a su mesa de pool pueden verse retratos pop de Mao, Lenin, Stalin, Marilyn Monroe, y murales con Che Guevaras de colores que coexisten con un warholizado Robert de Niro en su protagónico de Taxi Driver. No es la única estrella de cine que tiene su historia con esta ciudad. Michael Caine filmó aquí varias escenas de El Americano, una película de Phillip Noyce basada en la célebre novela de Graham Greene. En la zona del mercado una tienda improvisada en un garaje vende versiones pirata de la película. Negociando un poco es posible conseguir que también alquilen un reproductor de DVD. ¿Qué mejor que verla esta noche en el hotel (que no será el que usó Caine pero tiene un gallo con el reloj biológico descompuesto que canta en mitad de la madrugada) y al otro día salir a intentar identificar las locaciones? Es sabido que varias de las escenas están en Saigón, pero para eso habrá que esperar a la víspera de año nuevo.
(Artículo y fotos de Roberto López Belloso, publicado en Brecha el 23-XII-2010)
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