24 diciembre 2010

Potencia bipolar

por RLB

Extramuros, la diplomacia estadounidense se niega a reconocer las evidencias de que sus protegidos albanokosovares cometieron escalofriantes crímenes de lesa humanidad. En el frente doméstico, Obama acaba de aprobar una medida de avanzada: la derogación del “yo no pregunto, usted no diga” que condenaba al silencio a los militares gay.

En su momento fue vendida como “la más justa de las guerras”. Los titulares de prensa decían “la generación del 68 va a la guerra”, para dar cuenta del carácter socialdemócrata y la juventud relativa de los líderes mundiales que autorizaron los bombardeos de la otan sobre Serbia. Bill Clinton y un Tony Blair todavía inmaculado aseguraban que era necesario atacar a Serbia para proteger los derechos humanos de los albanokosovares. Con el tiempo comenzó a descubrirse que la guerrilla albanokosovar estaba involucrada en el narcotráfico y la trata de blancas con destino al mercado europeo. Pecados casi veniales al lado de lo que acaba de tomar estado público: el asesinato de civiles serbios para alimentar el negocio del tráfico de órganos. Crímenes de ahora nomás, ocurridos entre 1999 y 2000, pero que recordaban los de la Segunda Guerra Mundial. Luego de haber sido derrotada en combate abierto por los partisanos serbios en Dibra, la división SS Skanderbeg, formada por albaneses y albanokosovares, tomó represalias contra los civiles serbios que vivían en Kosovo. Su ensañamiento fue tal que llegó a sorprender a los propios oficiales alemanes. Cualquier parecido con la actualidad…

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Es sabido que casi todos los mapas nacionales que pueblan el planisferio han tenido sus dolores de parto y que en muchos casos hay páginas de las que avergonzarse. Lo que resulta chocante es que en pleno siglo xxi, una independencia surgida de la voluntad de Occidente de “prevenir” una limpieza étnica, haya dado lugar a un Estado que ya antes de nacer cometió, por la mano de sus líderes actuales, una serie escalofriante de crímenes de lesa humanidad. No resulta probable que a muchas cancillerías les queden ganas de reconocer al prospecto de país a partir de ahora. ¿Y Estados Unidos? En enero de 2000, mientras ocurrían las operaciones ilegales de extracción de órganos, en las calles de Pristina se podían ver tantas banderas albanesas como estadounidenses. Allí Clinton es un héroe y “un estadounidense un amigo”, ya que la independencia de Kosovo fue un trabajo diplomático de la entonces potencia hegemónica. Según algunos analistas fue para impedir la influencia de Rusia en esa parte de Europa, con la que la unen lazos culturales y religiosos desde mucho antes de la revolución de 1917. Según otros para evitar quedarse cruzado de brazos como había pasado durante las guerras de Croacia y Bosnia. Más allá de las razones, para Washington parece haber llegado el tiempo de la negación. Apenas se conocieron estas revelaciones sobre aquellos crímenes, el principal esponsor de la independencia de Kosovo dijo, con anticuado cinismo, que habrá que ver las pruebas.

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Días después la imagen del gobierno de Barack Obama tuvo su momento de reivindicación. Al menos en términos de impulso a los derechos. El miércoles 22, en una ceremonia pública cargada de elementos simbólicos, el presidente derogó el decreto que obligaba a los militares a callar su orientación sexual en caso de ser homosexuales o lesbianas. Dijo que lo importante era si estaban dispuestos a servir a su nación y que en todo momento, desde la guerra de independencia, había habido soldados gay luchando y muriendo a la sombra de la bandera de las barras y estrellas. Con su habitual capacidad para atrapar la atención de su auditorio, Obama se adelantó a los cuestionamientos sobre resistencias al interior de las fuerzas armadas. Una reciente encuesta reveló que 70 por ciento de uniformados no están en contra de la medida. No es que estén decididamente a favor, pero al menos no se oponen. Para ganarse el 30 por ciento restante, o consolidar los apoyos tibios, el mandatario trajo al atril de su discurso varios casos “de la vida real”. Habló del capitán que fue separado de su unidad por ser homosexual, motivando varias cartas de sus subordinados diciendo que por supuesto sabían que el oficial era gay, pero que nunca antes habían tenido mejor jefe en el terreno de operaciones. Contó también su conversación con un militar hetero, quien dijo que uno de sus muchachos era homosexual, pero que lo importante no era eso, sino su habilidad para matar a “muchos de los malos”. Un marxista árabe apuntaría: he aquí las diferencias entre la contradicción principal y la contradicción secundaria.

Obama consagró la derogación rodeado de militantes por los derechos de los militares gay, utilizó una serie de lapiceras para poner su firma, estrechó manos y prodigó abrazos, todo lo que contribuyó a darle un marco simbólico a la ocasión, trasmitida en directo por varias cadenas de noticias. Una promesa de campaña que se cumplía para dolor de los dinosaurios. De inmediato la prensa internacional se hizo eco del acontecimiento. La revista colombiana Semana, por ejemplo, recordó que varios países latinoamericanos fueron pioneros en el tema. Entre ellos Uruguay. Como se recordará, en mayo de 2009, poco antes del Día del Ejército, el gobierno de Tabaré Vázquez aprobó una norma por la cual “la elección sexual de los postulantes a ingresar a las escuelas de formación oficiales, no será considerada causal de no aptitud por las comisiones, tribunales médicos o autoridades actuantes”. De esta manera se dejaba sin efecto un decreto de Julio María Sanguinetti que buscaba impedir el ingreso a las filas castrenses de personas con “desviaciones manifiestas de la sexualidad”. Una pretensión verdaderamente caduca.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 23-XII-2010)

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