19 noviembre 2010

(1962-2010)
Escanlar

TENÍA 48 AÑOS, era el padre de Violeta, escribió algunos libros, inventó -con otros- Arte en la lona, hizo buen periodismo en Punto y Aparte, también hizo del malo, del periodismo malo y “del malo” él mismo, le dijeron “asustaviejas” y superficial, tenía el don de combinar inteligencia con esa escritura de impacto que es el imán de un columnista. Ahora está inverosímilmente muerto y con él se fue una parte importante de la cultura pos dictadura y una voz crítica del presente.

Conocí a Escanlar el mismo día que a Gabriel Peveroni y Fernán Cisnero. Ocurrió hace algo más de 20 años y todos teníamos más o menos 20 años. Fue en una entrevista que nos hicieron Raúl Forlán Lamarque y Tabaré Couto -para Jaque- sobre el movimiento de periodismo underground. Ya desde entonces Escanlar argumentaba en contra de la vigencia de Benedetti. Por eso su recurrente parricidio siempre me dejaba con un retrogusto de ya visto. Aunque esos ataques cada vez resultaban más gratuitos, es cierto que su rechazo, que al principio era estético, luego fue mutando y golpeaba más sobre lo que estaba alrededor del fenómeno que sobre la obra, de la que ya casi no hablaba. En todo caso era un rechazo de un tipo diferente que el que tiene hacia Benedetti buena parte del nuevo establishment cultural, ya que el suyo no pasaba por considerar a la masividad como un pecado contra la esencia de la literatura. Tal vez fue por eso que no me pareció artificial su incursión en el mundo televisivo, tambaleándose en el neoamarillismo de Zona Urbana o en la bufonada de Bendita tv. Pero esa imagen en movimiento era sólo una capa superficial, sobrexpuesta es cierto, pero apenas un fragmento periférico de lo que era. Su trayectoria tuvo la complejidad y los claroscuros de todo creador. En todo caso, su lado reaccionario y provocador refería más a Roberto de las Carreras que al panteón de la derecha.

Su relación con Brecha fue turbulenta. En la segunda mitad de los ochenta obtuvo una mención en un concurso de periodismo organizado por el semanario pero nunca llegó a integrarse como colaborador permanente. Recordaba en Montevideo.com: “fui a hablar dos o tres veces con los capos de Brecha. No nos entendíamos. Ellos querían que escribiera y que pensara igual que ellos. Y yo leía Cerdos y peces”. A pesar de esa falta de entendimiento publicó en la sección Amasijo habitual y a la semana siguiente tuvo su respuesta, en una de las primeras escaramuzas del entonces novel periodista con el semanario que tenía a Benedetti en su Consejo asesor. También desde las páginas de Brecha –esta vez en una entrevista– se defendió en mayo de 2004 de una acusación de plagio. Dos años más tarde, Guillermo Waksman criticaba a Escanlar y la “impunidad de putear” a raíz de su calificación de Eduardo Galeano como “el rey de la hipocresía”. La semana pasada, el mismo día de su muerte, Crónicas publicó una entrevista con Escanlar en la que decía: “a mí me gusta leer Brecha, en la discrepancia, pero me termina aburriendo. Capaz que con un poco más de fuegos artificiales Brecha me parecería más fértil para el pensamiento”.

Últimamente había encontrado el mejor formato para desplegar sus atributos. Las columnas de Búsqueda le permitían una buena posición para apuntar la mira de su rifle de francotirador y disparar sobre la cultura hegemónica. ¿No era eso, acaso, lo que se proponían aquellas revistas fotocopiadas o impresas en forma de fanzine que aparecieron, efímeras como hongos, a la salida de la dictadura? Tampoco era casual que una se llamara Generación Ausente y Solitaria mientras otra pedía un Cable a tierra. Podría pensarse que la muerte lima las aristas más afiladas de una personalidad y despierta la tendencia a ver lo mejor del que acaba de dejarnos, pero más allá del personaje, Gustavo también era el del saludo cálido cada vez que nos encontrábamos de casualidad en alguna esquina, o el que fue capaz de escribir en Freeway un texto de antología sobre la paternidad. La noticia de que estaba internado me llegó el jueves de noche, en plena reunión del Consejo de redacción de Brecha. Mientras discutíamos qué título y que foto colocar en la tapa de ese número le envié un mensaje de texto a Peveroni para pedirle más datos. Al otro día, apenas me desperté prendí la radio y escuché sobre su muerte. Casi siempre la tengo sintonizada en otra estación, pero esa mañana, sin que nadie hubiera cambiado el dial, se encendió en Sarandi. Era 12 de noviembre.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 19 de noviembre de 2010)