Fotogramas soviéticos
-I-
(El 7 de noviembre se cumple un nuevo aniversario de la toma del Palacio de Invierno, día que se señala como la fecha de la Revolución rusa de 1917) La cabeza de un Lenin de granito viaja en barcaza por el río Danubio. La bucólica imagen de La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos, se adhiere fácilmente a la retina. La contradicción imposible de resolver entre la persistencia del granito y una estatua destazada. El lado efímero de lo que se pensaba permanente. Así viaja, sin hundirse del todo todavía, pero sin levantar cabeza, la representación pétrea del jefe. Una metáfora de tantas cosas que pierde cualquier sentido único y se abre a múltiples interpretaciones.
-II-
Hay símbolos que se le escapan incluso al más eficiente de los censores. Los escolares del Río de la Plata crecieron, en los años setenta, estudiando geografía en un atlas que tenía un astronauta en la portada. En su casco lucía cuatro curiosas letras: CCCP. La televisión hizo que más temprano que tarde se notara la presencia de las mismas letras en la camiseta roja –a veces blanca con vivos rojos- de la selección soviética de fútbol. Se supo entonces que el astronauta era, en verdad, un cosmonauta. Que se llamaba Yuri Gagarin y que había sido el primer hombre en el espacio. La biografía oficial lo destacaba como ejemplo del soviet dream. Este hijo de campesinos de una granja colectivizada había llegado al cosmos como representante de una sociedad sin privilegios de clase. Habría que esperar a la caída de la opacidad informativa para saber que luego de su viaje tuvo serios problemas con el alcohol, y comprender que era tan humano como Neil Armstrong. Afortunadamente para su leyenda, Gagarin tuvo una muerte digna de su nombre: en un accidente, como piloto de pruebas del prototipo de un nuevo avión de guerra.
-III-
Unos afiches encolados de mala manera en un muro de la calle Andes anuncian un concierto. Es el aniversario de Oktubre. No se trata de la revolución que terminó con la Rusia de los zares sino de otro octubre, con ka, un disco que fue pensado como homenaje a aquél aniversario. Como una matrioshka, un símbolo adentro de otro símbolo. Se escuchaba en uno de los surcos: sin un estandarte de mi parte, te prefiero igual. Los Redondos no vinieron al teatro Astral el mes pasado. Una colección de bandas uruguayas cantó cada uno de los temas del disco. El maestro de ceremonias más maldito del Río de la Plata, Enrique Symms, se encargó de multiplicar los cerdos y los peces.
-IV-
El café Slavia es el Sorocabana checo. Ahí se planificaron rebeliones, se resistió a los nazis y se recibió la visita de las musas. Nunca, sin embargo, estuvo tan desbordado de parroquianos y curiosos como cuando sirvió de telón de fondo a la entrada triunfal en Praga de Valentina Tereshkova. Con una vida menos novelesca que la de Gagarin, y sobre todo con más temple para procesar el regreso a tierra, Tereshkova fue la primera mujer en el espacio. Orbitó la tierra 48 veces, algo que nunca había sido realizado antes por ningún ser humano, y completó el mito de la superioridad espacial soviética. No provenía del ámbito militar como Gagarin sino del académico. Al volver continuó su carrera de ingeniería, con una previsible especialización en la rama espacial, y siguió su trayectoria en las estructuras partidarias. Ya de adolescente había sido una destacada integrante provincial de las juventudes comunistas y el final de la URSS la encontraría como integrante del Comité Central del Partido Comunista. Se casó con otro cosmonauta, por lo que su hija Elena fue la primera terrícola cuyos dos padres estuvieron en el espacio.
-V-
Nadiezhda Mandelstam no tuvo una vida fácil. Debió exiliarse en Siberia acompañando a su esposo. Lo vio partir al gulag y cuando dejó de recibir sus cartas comprendió que Osip Mandelstam había muerto. Ya viuda, siguió estando bajo vigilancia. En cada requisa, sin embargo, salvó los manuscritos de su esposo, gracias a lo cual pudieron ser publicados y conocerse. La cocina de su casa, donde recibía a poetas entonces desconocidos como Joseph Brodsky o a celebridades peligrosas como Ana Ajmátova, todo bajo estricto control de los servicios secretos que decoraban su cuadra, se convirtió en un centro de resistencia cultural.
-VI-
La Segunda Guerra Mundial es tan esencial al rostro de la URSS como sus cosmonautas, sus científicos, sus “héroes del trabajo” y sus disidentes perseguidos. En Rusia no es segunda ni mundial, se la llama, con letras cavadas en acero, la Gran Guerra Patria. Dentro de esa secuencia interminable, en la que cada fotograma es una vida perdida, se destaca una escena. Stalingrado es la más soviética de las ciudades soviéticas. En la década de los 50 se extinguió su nombre y ahora, en ese sitio preciso, se encuentra un trazado urbano que se llama Volvogrado, y Stalingrado fue relocalizada definitivamente en el lugar del mito. Es un ente esencialmente colectivo, por lo que hay algo de herejía en asociarla a una persona en particular. Sin embargo, la biografía de Vasily Zaitsev parece la perfecta metonimia de la ciudad que detuvo al ejército nazi. Pastor de los urales, aprendió a disparar cazando lobos con su abuelo. Reclutado y enviado al matadero que era Stalingrado, pronto se reveló como un excelente tirador. Haciendo equilibrio en lo más delgado de la línea del frente, su blanco principal eran los francotiradores alemanes. Vivió hasta los 76 años y hoy su rifle está en un museo donde puede leerse: “Al Héroe de la Unión Soviética, Zaytsev Vasily, quien enterró en Stalingrado a más de trescientos fascistas”.
-VII-
Uno de los escritores disidentes por excelencia, satanizado en el candente frente cultural de la Guerra Fría, el moravo Milan Kundera, defendía, en su libro Los testamentos traicionados, a uno de los más emblemáticos autores soviéticos: Vladimir Maiakovski. “¿Cómo es posible que el patriotero de la Rusia soviética, el redactor de propaganda en verso, al que el propio Stalin llamó ‘el mayor poeta de nuestro siglo’, cómo es posible que Maiakovski siga, no obstante, siendo un inmenso poeta, uno de los mayores”, se pregunta Kundera en momentos en que purga sus culpas en París. Su exilio había sido forzado por el régimen comunista checo, que también le había quitado su ciudadanía en castigo por haber publicado El libro de la risa y el olvido. Maiakovski avanza por su vida “como se avanza en la niebla”, dice Kundera. Y agrega: “en la niebla se es libre, pero es la libertad de quien está en la niebla: ve a cincuenta metros delante de él, puede claramente distinguir los rasgos de su interlocutor, puede deleitarse con la belleza de los árboles que bordean el camino e incluso observar qué ocurre cerca y reaccionar (...) Pero cuando mira hacia atrás para juzgar a la gente del pasado, no ve niebla alguna en su camino. Desde su presente, que fue su lejano porvenir, el camino le parece del todo despejado, visible en toda su extensión. Mirando hacia atrás el hombre ve el camino, ve gente que avanza, ve sus errores, pero la niebla ya no está”. Por eso, “la ceguera de Maiakovski forma parte de la eterna condición humana. No ver la niebla en el camino de Maiakovski es olvidar lo que es el hombre, olvidar lo que somos nosotros mismos”.
-VIII-
Una mujer judía haciendo guardia ante el ataúd de Stalin. Corrijo: una mujer judía haciendo guardia ante una foto de Stalin el mismo día en que el ataúd de Stalin era velado en Moscú. Corrijo: no se trata de la mujer judía sino de la foto de esa mujer judía haciendo guardia ante una foto de Stalin. Por última vez corrijo: una mujer judía mirando la foto de su madre haciendo guardia ante una foto de Stalin. “¿Tengo que sentir vergüenza o estar orgullosa?”, pregunta.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 9 de noviembre de 2007, en una separata especial sobre los 90 años de la Revolución de Octubre)
(El 7 de noviembre se cumple un nuevo aniversario de la toma del Palacio de Invierno, día que se señala como la fecha de la Revolución rusa de 1917) La cabeza de un Lenin de granito viaja en barcaza por el río Danubio. La bucólica imagen de La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos, se adhiere fácilmente a la retina. La contradicción imposible de resolver entre la persistencia del granito y una estatua destazada. El lado efímero de lo que se pensaba permanente. Así viaja, sin hundirse del todo todavía, pero sin levantar cabeza, la representación pétrea del jefe. Una metáfora de tantas cosas que pierde cualquier sentido único y se abre a múltiples interpretaciones.
-II-
Hay símbolos que se le escapan incluso al más eficiente de los censores. Los escolares del Río de la Plata crecieron, en los años setenta, estudiando geografía en un atlas que tenía un astronauta en la portada. En su casco lucía cuatro curiosas letras: CCCP. La televisión hizo que más temprano que tarde se notara la presencia de las mismas letras en la camiseta roja –a veces blanca con vivos rojos- de la selección soviética de fútbol. Se supo entonces que el astronauta era, en verdad, un cosmonauta. Que se llamaba Yuri Gagarin y que había sido el primer hombre en el espacio. La biografía oficial lo destacaba como ejemplo del soviet dream. Este hijo de campesinos de una granja colectivizada había llegado al cosmos como representante de una sociedad sin privilegios de clase. Habría que esperar a la caída de la opacidad informativa para saber que luego de su viaje tuvo serios problemas con el alcohol, y comprender que era tan humano como Neil Armstrong. Afortunadamente para su leyenda, Gagarin tuvo una muerte digna de su nombre: en un accidente, como piloto de pruebas del prototipo de un nuevo avión de guerra.
-III-
Unos afiches encolados de mala manera en un muro de la calle Andes anuncian un concierto. Es el aniversario de Oktubre. No se trata de la revolución que terminó con la Rusia de los zares sino de otro octubre, con ka, un disco que fue pensado como homenaje a aquél aniversario. Como una matrioshka, un símbolo adentro de otro símbolo. Se escuchaba en uno de los surcos: sin un estandarte de mi parte, te prefiero igual. Los Redondos no vinieron al teatro Astral el mes pasado. Una colección de bandas uruguayas cantó cada uno de los temas del disco. El maestro de ceremonias más maldito del Río de la Plata, Enrique Symms, se encargó de multiplicar los cerdos y los peces.
-IV-
El café Slavia es el Sorocabana checo. Ahí se planificaron rebeliones, se resistió a los nazis y se recibió la visita de las musas. Nunca, sin embargo, estuvo tan desbordado de parroquianos y curiosos como cuando sirvió de telón de fondo a la entrada triunfal en Praga de Valentina Tereshkova. Con una vida menos novelesca que la de Gagarin, y sobre todo con más temple para procesar el regreso a tierra, Tereshkova fue la primera mujer en el espacio. Orbitó la tierra 48 veces, algo que nunca había sido realizado antes por ningún ser humano, y completó el mito de la superioridad espacial soviética. No provenía del ámbito militar como Gagarin sino del académico. Al volver continuó su carrera de ingeniería, con una previsible especialización en la rama espacial, y siguió su trayectoria en las estructuras partidarias. Ya de adolescente había sido una destacada integrante provincial de las juventudes comunistas y el final de la URSS la encontraría como integrante del Comité Central del Partido Comunista. Se casó con otro cosmonauta, por lo que su hija Elena fue la primera terrícola cuyos dos padres estuvieron en el espacio.
-V-
Nadiezhda Mandelstam no tuvo una vida fácil. Debió exiliarse en Siberia acompañando a su esposo. Lo vio partir al gulag y cuando dejó de recibir sus cartas comprendió que Osip Mandelstam había muerto. Ya viuda, siguió estando bajo vigilancia. En cada requisa, sin embargo, salvó los manuscritos de su esposo, gracias a lo cual pudieron ser publicados y conocerse. La cocina de su casa, donde recibía a poetas entonces desconocidos como Joseph Brodsky o a celebridades peligrosas como Ana Ajmátova, todo bajo estricto control de los servicios secretos que decoraban su cuadra, se convirtió en un centro de resistencia cultural.
-VI-
La Segunda Guerra Mundial es tan esencial al rostro de la URSS como sus cosmonautas, sus científicos, sus “héroes del trabajo” y sus disidentes perseguidos. En Rusia no es segunda ni mundial, se la llama, con letras cavadas en acero, la Gran Guerra Patria. Dentro de esa secuencia interminable, en la que cada fotograma es una vida perdida, se destaca una escena. Stalingrado es la más soviética de las ciudades soviéticas. En la década de los 50 se extinguió su nombre y ahora, en ese sitio preciso, se encuentra un trazado urbano que se llama Volvogrado, y Stalingrado fue relocalizada definitivamente en el lugar del mito. Es un ente esencialmente colectivo, por lo que hay algo de herejía en asociarla a una persona en particular. Sin embargo, la biografía de Vasily Zaitsev parece la perfecta metonimia de la ciudad que detuvo al ejército nazi. Pastor de los urales, aprendió a disparar cazando lobos con su abuelo. Reclutado y enviado al matadero que era Stalingrado, pronto se reveló como un excelente tirador. Haciendo equilibrio en lo más delgado de la línea del frente, su blanco principal eran los francotiradores alemanes. Vivió hasta los 76 años y hoy su rifle está en un museo donde puede leerse: “Al Héroe de la Unión Soviética, Zaytsev Vasily, quien enterró en Stalingrado a más de trescientos fascistas”.
-VII-
Uno de los escritores disidentes por excelencia, satanizado en el candente frente cultural de la Guerra Fría, el moravo Milan Kundera, defendía, en su libro Los testamentos traicionados, a uno de los más emblemáticos autores soviéticos: Vladimir Maiakovski. “¿Cómo es posible que el patriotero de la Rusia soviética, el redactor de propaganda en verso, al que el propio Stalin llamó ‘el mayor poeta de nuestro siglo’, cómo es posible que Maiakovski siga, no obstante, siendo un inmenso poeta, uno de los mayores”, se pregunta Kundera en momentos en que purga sus culpas en París. Su exilio había sido forzado por el régimen comunista checo, que también le había quitado su ciudadanía en castigo por haber publicado El libro de la risa y el olvido. Maiakovski avanza por su vida “como se avanza en la niebla”, dice Kundera. Y agrega: “en la niebla se es libre, pero es la libertad de quien está en la niebla: ve a cincuenta metros delante de él, puede claramente distinguir los rasgos de su interlocutor, puede deleitarse con la belleza de los árboles que bordean el camino e incluso observar qué ocurre cerca y reaccionar (...) Pero cuando mira hacia atrás para juzgar a la gente del pasado, no ve niebla alguna en su camino. Desde su presente, que fue su lejano porvenir, el camino le parece del todo despejado, visible en toda su extensión. Mirando hacia atrás el hombre ve el camino, ve gente que avanza, ve sus errores, pero la niebla ya no está”. Por eso, “la ceguera de Maiakovski forma parte de la eterna condición humana. No ver la niebla en el camino de Maiakovski es olvidar lo que es el hombre, olvidar lo que somos nosotros mismos”.
-VIII-
Una mujer judía haciendo guardia ante el ataúd de Stalin. Corrijo: una mujer judía haciendo guardia ante una foto de Stalin el mismo día en que el ataúd de Stalin era velado en Moscú. Corrijo: no se trata de la mujer judía sino de la foto de esa mujer judía haciendo guardia ante una foto de Stalin. Por última vez corrijo: una mujer judía mirando la foto de su madre haciendo guardia ante una foto de Stalin. “¿Tengo que sentir vergüenza o estar orgullosa?”, pregunta.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 9 de noviembre de 2007, en una separata especial sobre los 90 años de la Revolución de Octubre)
Etiquetas: Rusia
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