Paradojas del no lugar
El territorio es más que un espacio geográfico o politico. También debe entenderse como el lugar donde la persona establece su red de relaciones simbólicas Si se permite forzar en algo los conceptos para hacerlos tocarse, el territorio es el lugar del capital social. Cuando la persona, al emigrar, se separa de ese territorio, ese vínculo empieza a ser cuestionado y reformulado. Las herramientas telemáticas que el emigrado usa para establecer su “participación en la deliberación colectiva sobre las opciones públicas” de que habla Putnam en sus estudios sobre comunidad cívica**, modifican la experiencia que hasta entonces tenía de este territorio.
Los emigrados leen más diarios de su país por internet que los que compraban en el quiosco, algunos parecerían estar más atentos a las cuestiones políticas que cuando participaban del tejido de sus sociedades, aportan de vez en cuando algún euro para proyectos sociales en su ahora lejana ciudad natal aunque nunca antes lo hubieran hecho, y sin duda se han vuelto partidarios más consecuentes de su equipo de fútbol. No están físicamente dentro de los límites políticos de su Estado-nación de origen, pero les sigue siendo posible tener una experiencia de lo real que nace, paradójicamente, en la potencialidad de representación de la virtualidad.
El territorio, entonces, para usar una de las formulaciones clásicas de Paul Virilio, se convierte en velocidad. O para decirlo en otras palabras, lo que antes era solo espacio, ahora también es tiempo.
Como se ha dicho por parte de Marcel Gés, el concepto clásico de territorio físico (desplazamiento y distancia) se sustituye por la transmisión y la interacción. “Este espacio global de interconexión de ordenadores capaz de generar relaciones simbólicas entre los individuos tiene la misma estructura cultural que el territorio real clásico” ***, agrega Gés en una afirmación quizás excesivamente tecnologizada, pero que da pistas para pensar ese nuevo vínculo en clave de ciudadanía.
Esa potencialidad es doblemente desterritorializada. Por una parte permite desanclar del territorio las interacciones que inciden en la trama de la comunidad cívica del país de origen del emigrado; pero a la vez, en ese espacio virtual el emigrado deja de estar atado únicamente a su referente nacional (es un uruguayo pero también es un sudaca en Madrid, un hispano en Nueva York, o un “italiano del extranjero” en Roma) por lo que ese nuevo espacio social, esa “nueva geografía electrónica desde la cual abordar y cuestionar la política y la cultura”, para seguir citando a Gés, es necesariamente global. Este abordaje no es ajeno al debate en torno a la idea de ciudadanía.
La sustitución de la distancia por la velocidad subyace en las opiniones de Bertran Badie acerca del debilitamiento del Estado-nación: "la distancia ha dejado de ser, como lo había sido durante siglos, un recurso del gobierno. La autoridad del Estado nación se basaba en parte en esa distancia, ya que daba un sentido al territorio nacional -justa medida de la comunicación posible dentro de una comunidad humana- y la función mediadora del Estado, en cuanto los individuos querían comunicarse entre sí" ****. Una transformación de estas dimensiones afecta, sin duda, la forma en que se entiende y se ejerce –o no se ejerce- la ciudadanía, y lo afecta de un modo que va mucho más allá del sufragio de las diasporas. Para entenderla no se puede dejar de tener en cuenta una paradoja de estos tiempos: esa en la cual el “no territorio” de lo virtual se vuelve el “lugar” en el que se mantienen (reformulados) los procesos complejos (sociales, económicos, políticos, simbólicos) que forman parte del ejercicio integral de la ciudadanía.
* RLB es Licenciado en Ciencias de la Comunicación (Udelar), Especialista Universitario en Inmigración (Universidad Pontificia, Madrid, España). El tema de este artículo es parte de su proyecto de tesis para la maestría en Ciencia Política (Udelar).
** Putnam, R.D: “The Prosperous Community: Social Capital and Public Life”, American Prospect, 13, 1993.
*** Gés, Marcel: "La cultura telemática y el territorio", en Revista La Factoría, n° 2
**** Badie, Bertrand: "El Estado-nación, ¿un actor entre otros?", en Label France n° 38
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 12 de setiembre de 2008)
Los emigrados leen más diarios de su país por internet que los que compraban en el quiosco, algunos parecerían estar más atentos a las cuestiones políticas que cuando participaban del tejido de sus sociedades, aportan de vez en cuando algún euro para proyectos sociales en su ahora lejana ciudad natal aunque nunca antes lo hubieran hecho, y sin duda se han vuelto partidarios más consecuentes de su equipo de fútbol. No están físicamente dentro de los límites políticos de su Estado-nación de origen, pero les sigue siendo posible tener una experiencia de lo real que nace, paradójicamente, en la potencialidad de representación de la virtualidad.
El territorio, entonces, para usar una de las formulaciones clásicas de Paul Virilio, se convierte en velocidad. O para decirlo en otras palabras, lo que antes era solo espacio, ahora también es tiempo.
Como se ha dicho por parte de Marcel Gés, el concepto clásico de territorio físico (desplazamiento y distancia) se sustituye por la transmisión y la interacción. “Este espacio global de interconexión de ordenadores capaz de generar relaciones simbólicas entre los individuos tiene la misma estructura cultural que el territorio real clásico” ***, agrega Gés en una afirmación quizás excesivamente tecnologizada, pero que da pistas para pensar ese nuevo vínculo en clave de ciudadanía.
Esa potencialidad es doblemente desterritorializada. Por una parte permite desanclar del territorio las interacciones que inciden en la trama de la comunidad cívica del país de origen del emigrado; pero a la vez, en ese espacio virtual el emigrado deja de estar atado únicamente a su referente nacional (es un uruguayo pero también es un sudaca en Madrid, un hispano en Nueva York, o un “italiano del extranjero” en Roma) por lo que ese nuevo espacio social, esa “nueva geografía electrónica desde la cual abordar y cuestionar la política y la cultura”, para seguir citando a Gés, es necesariamente global. Este abordaje no es ajeno al debate en torno a la idea de ciudadanía.
La sustitución de la distancia por la velocidad subyace en las opiniones de Bertran Badie acerca del debilitamiento del Estado-nación: "la distancia ha dejado de ser, como lo había sido durante siglos, un recurso del gobierno. La autoridad del Estado nación se basaba en parte en esa distancia, ya que daba un sentido al territorio nacional -justa medida de la comunicación posible dentro de una comunidad humana- y la función mediadora del Estado, en cuanto los individuos querían comunicarse entre sí" ****. Una transformación de estas dimensiones afecta, sin duda, la forma en que se entiende y se ejerce –o no se ejerce- la ciudadanía, y lo afecta de un modo que va mucho más allá del sufragio de las diasporas. Para entenderla no se puede dejar de tener en cuenta una paradoja de estos tiempos: esa en la cual el “no territorio” de lo virtual se vuelve el “lugar” en el que se mantienen (reformulados) los procesos complejos (sociales, económicos, políticos, simbólicos) que forman parte del ejercicio integral de la ciudadanía.
* RLB es Licenciado en Ciencias de la Comunicación (Udelar), Especialista Universitario en Inmigración (Universidad Pontificia, Madrid, España). El tema de este artículo es parte de su proyecto de tesis para la maestría en Ciencia Política (Udelar).
** Putnam, R.D: “The Prosperous Community: Social Capital and Public Life”, American Prospect, 13, 1993.
*** Gés, Marcel: "La cultura telemática y el territorio", en Revista La Factoría, n° 2
**** Badie, Bertrand: "El Estado-nación, ¿un actor entre otros?", en Label France n° 38
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 12 de setiembre de 2008)
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