29 marzo 2008

Minorías transversales

La ofensiva turca contra los kurdos en territorio iraquí, el aumento de la tensión por la independencia de Kosovo, y el surgimiento de nuevos reclamos independentistas en Bosnia tienen como denominador común el fuerte rol de las minorías cuando sus territorios atraviesan zonas bisagra entre potencias.

Los acontecimientos de las últimas semanas han tenido como protagonista uno de los talones de Aquiles del Estado-nación: su dificultad para negociar las relaciones con grupos que, siendo minoritarios en la globalidad del territorio, tienen una presencia demográfica e histórica fuerte en una zona del país. Los dos casos que han reaparecido en el menú informativo, el de Kosovo y el del Kurdistán, tienen la peculiaridad de que sus reclamos de independencia o autonomía se insertan en un “deseo territorial” potencialmente mayor, ya que tanto los albanokosovares como los kurdos de Turquía están en espacios demográficos que atraviesan varios países. Esta transterritorialidad, que ha estado acompañada a lo largo de la historia por distintos intentos de unificación, es lo que aumenta el carácter potencialmente “desestabilizador” de ambas crisis.

El peligro que encierran no está en su punto de inicio (la autonomía del Kurdistán iraquí actuando como locomotora ideológica para los kurdos de Turquía e Irán, o la declaración de independencia kosovar) sino en la cadena de reacciones que se producen por la alteración del “orden territorial establecido”. Un statu quo que, como suele ocurrir, ha sido una taracea trabajosamente elaborada por los juegos de poder de las potencias que han ido encajando una pieza junto a otra hasta crear un continuo que en los mapas parece “natural” y pierde su carácter de “creado”. Pero ni las potencias de ayer son las potencias de hoy, ni los pueblos originarios de ayer son los pueblos mayoritarios de hoy. Esa doble contradicción es la que vuelve más evanescente la materialidad de por sí leve de los límites fronterizos entre los países de zonas sensibles del mapa. Y como cualquier telediario enseña, esa sensibilidad tiene dos de sus puntos más altos en los Balcanes y en Oriente Medio.

Todo lo que ha estado ocurriendo alrededor de las crisis kosovar y kurda es significativo. La alianza rusa con Serbia y el liderazgo alemán del apoyo de una parte de Europa a los albanokosovares (véase número anterior de Brecha), pero también el renovado brío de los turcos en la persecución de supuestos rebeldes kurdos. Ese despertar de Turquía como actor de peso en el tablero internacional luego de su “domesticación” en el seno de la alianza atlántica (otan) que había servido para limar las aristas más ásperas de su recurrente conflicto con Grecia (véase recuadro), no puede leerse disociado de los cambios que se han venido produciendo dentro del sistema político y de la sociedad turca. En cierta forma, es un despertar que tiene un parentesco no demasiado lejano con el fin del letargo de Rusia luego de los golpes recibidos en el último round de la Guerra Fría. Rusos y turcos fueron protagonistas de primer orden de las crisis balcánicas previas a la Primera Guerra Mundial, y de hecho fueron las guerras contra los eslavos (apoyados por Rusia) las que determinaron el final de la influencia turca en Europa. De esa pulseada surgieron los bocetos del mapa europeo del siglo xx, que no tuvo una Turquía fuerte y que tuvo una Rusia transformada en Unión Soviética. Ahora es el mapa europeo del siglo xxi el que recibe las versiones fortalecidas de esos dos nuevos actores, que entran de lleno en la geopolítica euroasiática. Rusia con el peso que implica ser Rusia sumado a la llave del gas natural que genera la dependencia energética de Europa. Turquía con el desafío que implica su proceso de adhesión a la Unión Europea, llevando al edificio Carlomagno de Bruselas un megaactor completamente diverso a los actuales países miembros.

CAMBIO DE ROLES. Ya no es la Turquía otomana el hombre enfermo de Europa. Ahora es un país del que depende la estabilidad de buena parte de las relaciones entre Occidente y el variopinto mundo musulmán. El nuevo hombre enfermo, pero esta vez de América, el tambaleante Estados Unidos, tiene una necesidad vital de cultivar y aumentar las buenas relaciones con su aliado más importante. Turquía no es Pakistán ni Arabia Saudita, por lo tanto, siendo equivalentemente estratégico, es un aliado que debe mantenerse a todo costo. Aunque ese costo sean los aliados de ayer, los (para Washington) desechables y coyunturales kurdos de Irak. La principal diferencia de Turquía con los otros socios musulmanes de Estados Unidos es que se trata de una democracia estable que, pese a estar gobernada por un partido de corte confesional mantiene, un fuerte componente laico.

Los problemas de Turquía en términos de violaciones a los derechos humanos ni son pocos ni son nuevos. La primera tragedia colectiva del siglo xx, el genocidio contra los armenios, es una prueba más que evidente: por algo es tan grande el celo de Ankara en prohibir y castigar las menciones a ese episodio histórico. Cuando a finales del año pasado Turquía hizo su primera entrada en Irak para atacar a los kurdos, Gennaro Carotenuto destacó en su artículo en Brecha (número 1152) que para Estados Unidos se abría un problema diplomático y militar severo, y recordó que la canciller estadounidense, Condoleezza Rice, “casualmente se encontraba en la misma capital del Kurdistán iraquí, Kirkuk”. Rice apenas pudo decir que “Irak, Turquía y Estados Unidos tienen intereses comunes contra el pkk, pero sin arriesgar desestabilizar la región”.

En aquella ocasión los resultados para Ankara fueron, desde el punto de vista militar, modestos. Sin embargo, escribió en ese momento Carotenuto, el objetivo político inmediato parece haber sido más presionar a los aliados estadounidenses e iraquíes y sensibilizarlos a la cuestión del recrudecimiento de la actividad de la guerrilla que obtener resultados militares notables. La pregunta que cabe hacerse ahora es qué tan sensibilizados quedaron esos aliados, o, en la pregunta espejo, si quedaron suficientemente “insensibilizados” como para tolerar, ahora sí, una ofensiva militar que busque resultados militares más de fondo, en caso de que ese tipo de resultados puedan ser obtenidos en una ofensiva convencional contra una guerrilla habituada al terreno en el que se combate.

EFECTOS COLATERALES. La “visibilidad” del problema kurdo aumentó notablemente a raíz de la guerra de Irak. Divididos entre los territorios de Irak, Irán, Siria y Turquía, los nacionalistas kurdos aspiran a unificar en un Kurdistán independiente las zonas en las que son demográficamente mayoritarios. En sus vísperas, la revista brasileña Veja calificaba a Irak como “la Yugoslavia del mundo árabe”, por el polvorín étnico que representa. Y en ese escenario los kurdos eran la principal preocupación, para tirios y troyanos. Pero más todavía para turcos. Cuando todavía no habían entrado los rangers ni los marines a territorio iraquí, ya se había dado una concentración de tropas turcas en la frontera con Irak, algo que era visto por los analistas como una presión para evitar que los kurdos declaren una república del Kurdistán en la zona en la que son mayoría. El 17 por ciento de los iraquíes son kurdos: 4 millones de personas. Si ellos declaran un Kurdistán independiente, la estabilidad de la región se vería seriamente comprometida, con millones de kurdos viviendo en Irán, Siria y Turquía, en áreas que reclaman como parte de ese Kurdistán.

En marzo de 2003, apenas iniciada la guerra de Bush hijo contra Hussein padre, se comprendía que Estados Unidos, que lograría avances militares inicialmente rápidos, debería resolver “con celeridad el problema kurdo, si quiere evitar que la autonomía inevitable del Kurdistán iraquí se les vuelva un nuevo Kosovo”. La necesidad de esta celeridad estriba principalmente en la importancia de aplacar al imprescindible aliado turco (véase Brecha 903). Una semana más tarde ya era evidente que la verdadera importancia de los kurdos en este conflicto estaba en su potencial divisionista en el seno de los aliados de Estados Unidos. Como Turquía no está dispuesta a tolerar un Kurdistán independiente en su frontera, el tema kurdo puede ser el mayor dolor de cabeza en la inmediata posguerra (véase Brecha 904).

EMERGENTES. Del conflicto de Irak los kurdos emergieron como los únicos realmente ganadores, más incluso que los chiitas. Se libraron de Hussein, vieron a varios de los autores de ataques genocidas contra ese pueblo ser castigados, y obtuvieron una zona autónoma en la que hay una calma mucho mayor que en el resto del país. Fuera de Irak, sin embargo, el “ejemplo” de esa autonomía agudizó –si cabe– la represión y el control contra kurdos no iraquíes. En marzo de 2005 hubo una noticia que pasó casi inadvertida: la denuncia de Amnistía Internacional sobre la condición en que viven los kurdos de Siria. A pesar de que casi un 10 por ciento de la población siria es de origen kurdo, a los kurdos no se les permite educarse en su propia lengua. Según lo denunciado por el organismo defensor de los derechos humanos, “hay leyes que prohíben las publicaciones en idioma kurdo y la interpretación de música kurda”. Incluso, se agrega en el reporte, las personas que participan en acontecimientos culturales “como el Nawruz, el Año Nuevo kurdo” corren el riesgo de ir a la cárcel. En algunas instituciones oficiales está prohibido incluso hablar en kurdo. De acuerdo con ese reporte de Amnistía Internacional, en Siria se niega la ciudadanía y el pasaporte a más de 200 mil kurdos, lo que los vuelve “apátridas” y no les permite acceder, por su falta de estatus legal, a algunos derechos sociales y económicos básicos. No se les permite ser propietarios de inmuebles, tierras o negocios. No pueden ejercer como abogados, periodistas, ingenieros o médicos. A muchos no se les permite estudiar después de los 14 años ni recibir tratamiento en los hospitales públicos, agregaba la denuncia.

Cuando en agosto del año pasado se conoció la victoria de Tayyip Erdogan en las elecciones turcas, llevando al poder a un partido musulmán confesional, el diario The Guardian vaticinó que uno de los retos centrales del mandatario sería “resistir las presiones del ejército para ir contra las bases kurdas del pkk en el norte de Irak. Esto implicará una negociación paciente con el primer ministro iraquí, Nouri al Maliki, con los líderes kurdos del norte de Irak y mucha negociación por detrás de los escenarios con Washington”. O la presión castrense fue demasiado fuerte, o Erdogan perdió la presencia con Maliki. También está la posibilidad de que estuviera en lo cierto el diario británico cuando advertía que, incluso dándose las dos condicionantes (resistencia y paciencia), la acción militar seguiría sobre la mesa.


(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 29 de febrero de 2008)

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